Diario de León

Tecnologíaracional.Luis Panizo AlonsoProfesor de Arquitectura y Tecnología de Computadoresde la Universidad de León

El preocupante diseño de la educación

Dos de las participantes en el Campus del Milenio.

Dos de las participantes en el Campus del Milenio.

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Este verano tuve la oportunidad de leer el libro de Nicholas Carr, Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? y me percaté de lo acertado de sus inquietudes. La construcción de sus razonamientos es profunda, meditada y muy lejos de los paralogismos a los que nos tienen acostumbrados algunos escritores actuales. Desde mi punto de vista, y después de más de veinticinco años en la docencia universitaria, me atrevo a decir que las apreciaciones en cuanto al desarrollo de habilidades, competencias y, en último caso, de las capacidades relacionadas con la concentración de nuestros estudiantes, se han visto mermadas de forma muy importante en los últimos años por el denominado efecto Internet. Esto se une a su escasa habilidad para la abstracción y la reducida competencia para solucionar problemas.

Cuando a principios de los años ochenta me correspondió construir alguna aplicación para PC, de aquellas hechas a mano , y tuve que enfrentarme con problemas concretos, perdí más tiempo en intentar entender el problema que en resolverlo, y por supuesto mucho más que en codificarlo. Recordé aquella frase de Albert Einstein: «No se puede obtener la solución a un problema usando el mismo tipo de pensamiento que lo creó». Posteriormente, cuando comencé a impartir clases de programación en nuestra Universidad, me centré, erróneamente, en explicar las técnicas de programación y observé con preocupación cómo no conseguía que los estudiantes crearan un programa que resolviera algún problema real. En ese tiempo, me di cuenta de que los verdaderos expertos en programación también estaban «indignados» con los resultados que obtenían con sus alumnos. Ni más ni menos que Edsger W. Dijkstra, padre de los sistemas multiprogramados y de la computación distribuida —dicho de forma más llana, pilar esencial de la informática de hoy en día— llegó a decir que la culpa era del sistema educativo: «La mayor parte de los jóvenes científicos de hoy en día (1986) tienen una desventaja notable, su habilidad para absorber información no motivada se limita a unas 10 líneas». Veinticinco años después Niclolas Carr nos plantea que gracias a Internet nuestra capacidad de profundizar en los problemas se ha reducido.

Una de las razones básicas de este problema se encuentra en el diseño del sistema educativo. Y no digo del nuestro, me expreso de forma general. He observado que mi hijo de 6 años, como cualquier otro, a la hora de resolver un sencillo problema de sumas se apoya en determinados artilugios externos como regletas o utiliza elementos gráficos como dibujar tantas manzanas como elementos que hay que sumar, con lo cual conseguimos que sea incapaz de realizar las sumas donde debe hacerlas, en su cabeza. Increíble, con lo fácil que es ejercitar la neuroplasticidad de nuestro cerebro a base de repetir las mismas operaciones. En este aspecto Dijkstra llegó a decir: «Uno sólo puede esperar que de esta forma, al aumentar la familiaridad con el formalismo, el modelo se esfume tranquilamente de nuestra conciencia. La matemática griega murió por su pobreza conceptual y su complejidad gráfica: una lección para todos».

Tal vez existan exageraciones en las tesis de Carr y de Dijkstra, y puede que mis observaciones estén viciadas, pero merece la pena pensar sobre ello. En mi caso, y dentro ya del Espacio Europeo de Educación Superior, al proponer a los estudiantes algún tipo de tarea con el afán de desarrollar sus competencias digitales, descubro que son capaces de buscar la información con habilidad, gracias a Internet, que se ha convertido en algo así como la palabra de Dios, pero, por el contrario, no la tienen para seleccionarla, filtrarla (en Internet se encuentra desde información seria hasta las paranoias y supersticiones más extremas), analizarla y mucho menos para generar nuevos conocimientos y plasmarlos por escrito. Nos hemos volcado en inundar las aulas de ordenadores pero no nos hemos molestado en formar adecuadamente al profesorado para que ellos, posteriormente, desarrollen estas habilidades digitales en los alumnos. Algunos expertos nos hablan de que nuestras actuales escuelas tienen su raíz en el siglo XIX, los profesores pertenecemos al siglo pasado y los alumnos son de este siglo, lo que dificulta la actualización del sistema educativo.

Si en estos momentos en que la economía está más condicionada que nunca por el conocimiento y la innovación, no somos capaces de formar en las mejores condiciones posibles a nuestros hijos, con el mayor esfuerzo por parte de todos, sin regatear en los presupuestos, diseñando los planes de formación con seriedad y teniendo en cuenta todas las opiniones de los expertos en educación, y no sólo la de los psicopedagogos , en unos años obtendremos unos profesionales con un nivel de cualificación pobre. Y concretamente en las ingenierías, con un declive muy pronunciado en la demanda debido a la fama de difíciles.

Si tenemos en cuenta la desmedida cultura del esfuerzo en la educación y en la vida laboral en algunos países asiáticos y el desplazamiento de los centros de producción , de desarrollo de software e incluso de la investigación hacia China e India, tendremos que empezar a pensar, como dice el profesor Castañer, que si no corregimos nuestra trayectoria puede que acabemos comprando el manual del móvil en chino.

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