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PALANCA CLAVE DE TRANSICIÓN

COMUNIDADES ENERGÉTICAS LOCALES. Son la clave para la transición energética e implican al consumidor en el proceso de gestión y almacenamiento de la energía renovable. El autoconsumo es fundamental en el proceso

Las fórmulas de cooperativismo se abren paso en la reducción del consumo energético. dl

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EFE

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Las comunidades energéticas locales son «una de las palancas clave en la transición energética» y un ejemplo «cada vez más real» del desarrollo de pueblos y ciudades basado en el autoconsumo de energías renovables, según explican varios especialistas del sector.

La asociación Socaire define la utilidad de estas comunidades como un proceso de descentralización del sistema energético que «implica al consumidor en todo el proceso de gestión, producción y almacenamiento de energía renovable» a través de un sistema de autoconsumo colectivo.

Así, la coordinadora del área de intervención social de Socaire, Belén Sánchez, ha recordado que esta herramienta «creada por la Unión Europea» permite que, «aparte de los propietarios del edificio donde está la instalación renovable», otros agentes como colegios, ayuntamientos o vecinos de edificios anejos puedan también «beneficiarse de esa energía en un modelo comunitario».

Es el caso de la vivienda colaborativa Vibio.land que la promotora de ecoviviendas Distrito Natural planea llevar a cabo en el entorno de Higuera de las Dueñas (Ávila) y que cuenta con una comunidad de unas setenta familias que utilizarán las instalaciones fotovoltaicas instaladas en los tejados y zonas comunes para autoabastecerse y surtir además de energía al resto del pueblo.

El modelo, según el responsable de comunicación de la promotora, Eduardo Ocaña, trabaja sobre «un cambio de paradigma en la construcción al usar madera capaz de absorber CO2 y aplicar criterios bioclimáticos, como sistemas de aislamiento acústico, temperatura y hermeticidad».

El cooperativismo energético tiene otro campo de actuación a través de la producción de alimentos como el supermercado La Osa de Madrid, que se presenta como «alternativa al modelo actual de distribución» al apostar por el circuito corto y los productores de proximidad «garantizando precios justos, un menor impacto ambiental y mayor justicia alimentaria».

Se trata de conseguir un beneficio «individual y colectivo» al mismo tiempo, según Olga Mateo, una de las cooperativistas del proyecto, ya que «buscamos dejar la menor huella posible de CO2, en una manera más consciente y participativa de consumir».

Según Mateo, «a mayor cooperativismo, mayor beneficio en las compras, tanto para el productor como para el consumidor».

Para Cristina Herrero, profesora de ecología en la Universidad Complutense de Madrid, «cualquier forma de cooperativismo que favorezca la economía circular y un menor gasto energético es bienvenida».

No obstante, debe darse «a través de formas que no colisionen con el uso del suelo ni afecten a la heterogeneidad y multifuncionalidad del paisaje rural en España», que se caracteriza por «un alto nivel de conservación».

Además, el corporativismo «es capaz de generar empleo en la zona donde está ubicado e incrementa el intercambio de conocimiento entre pueblos» según María Dolores de Miguel, experta en economía de la producción agrícola en la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agrónoma de la Universidad Politécnica de Cartagena (Murcia).

De Miguel ha hecho hincapié en la «necesidad de una transición hacia sistemas alimentarios urbanos más sostenibles y un cambio de mentalidad en favor de un autoconsumo consciente» también en lo referente a los alimentos, los desperdicios generados y su cadena de elaboración.

En cuanto a las grandes urbes, «para que se puedan desarrollar en equilibrio, deben dejar sus costumbres desarrollistas de consumo ilimitado de los recursos planetarios disponibles».