Entre el suelo y el cielo
RELACIÓN INTERESTELAR. La UOC estudia un modelo novedoso para sincronizar las necesidades de los dispositivos de Internet de las Cosas con los tiempos de acceso a los satélites de órbita baja, como Starlink.
Juan F. Samaniego
Aproximadamente, 4600 millones de personas están conectadas a internet a través de sus teléfonos móviles. Por cada una de ellas, hay más de tres dispositivos comunicándose con la red. El internet de las cosas (IdC) está formado por un número creciente de objetos conectados: hoy son 15.000 millones y a finales de la década serán 30.000 millones. Desde coches hasta sensores de riego, pasando por estaciones meteorológicas en lugares remotos o drones autónomos, el IdC está abriendo un sinfín de nuevas oportunidades para las comunicaciones y los datos. Pero también tiene obstáculos considerables que salvar.
Una de las barreras más importantes está en cómo conectar los objetos a internet en lugares donde no hay infraestructura de red móvil. La respuesta parece estar en los satélites de órbita terrestre baja (LEO, por sus siglas en inglés), aunque la solución no está libre de sus propios desafíos. Un nuevo estudio, liderado por dos investigadores de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), Guillem Boquet y Borja Martínez, del grupo Wireless Networks (WINE), del Internet Interdisciplinary Institute (IN3), analiza cómo mejorar la coordinación entre los miles de millones de objetos conectados de la superficie terrestre y los satélites que circulan por nuestra atmósfera.
“Desplegar un satélite en órbita baja tiene un coste considerablemente inferior, lo que posibilita ofrecer servicios de conectividad a precios más adecuados al contexto del Internet de las Cosas”
El crecimiento explosivo del internet de las cosas en la última década ha impulsado la innovación en ámbitos muy diversos, desde la logística o las ciudades inteligentes hasta la agricultura o el transporte marítimo. La revolución IdC se ha sostenido, en gran parte, gracias a la eficacia de las denominadas redes de bajo consumo y de área extensa (LPWAN) y la infraestructura terrestre construida para las telecomunicaciones móviles. Sin embargo, esta solución tan eficaz tiene un área gris: cómo conectar los dispositivos IdC en lugares remotos y en zonas rurales donde no existe dicha infraestructura.
En los últimos años, las constelaciones de satélites LEO han emergido como una solución alternativa que permite solventar las limitaciones de las redes terrestres. «Los satélites LEO son especialmente relevantes para el IdC, ya que requieren menos potencia de transmisión para lograr una comunicación fiable al encontrarse más cerca de la Tierra. Esto permite a los dispositivos ahorrar energía, prolongar la vida de la batería y reducir los costes de mantenimiento», explica Guillem Boquet. «Entre otras ventajas, desplegar un satélite en órbita baja tiene un coste considerablemente inferior, lo que posibilita ofrecer servicios de conectividad a precios más adecuados al contexto IdC».
Además, los satélites LEO –como los de Starlink de SpaceX, Eutelsat OneWeb o el proyecto Kuiper de Amazon– permiten mantener una latencia (el retardo entre las comunicaciones) mucho más baja que con los satélites geoestacionarios, cuentan con muchos más satélites en funcionamiento y una cobertura más amplia, su tiempo de despliegue es mucho más corto y son idóneos para las comunicaciones de multitud de sectores. Sin embargo, su uso para IdC tampoco está exento de desafíos.
El uso de satélites como parte de la red IdC tiene sus propias barreras. Algunas están relacionadas con el desarrollo de la industria en sí mismo (el despliegue de megaconstelaciones satelitales para garantizar una cobertura continua no parece probable a corto plazo por su baja rentabilidad en el contexto IdC), y otras tienen que ver con restricciones derivadas del propio diseño de la tecnología, como el aumento de la probabilidad de interferencia entre comunicaciones, o las limitaciones en el uso de la energía.