La ética y la privacidad
LA NEUROTECNOLOGÍA. La neurotecnología abre nuevas fronteras en la medicina, pero también plantea serias preocupaciones éticas y de privacidad. El posible control e influencia sobre la actividad mental y la recopilación de datos cerebrales se perfilan como amenazas.
tomás crespo
Diagnosticar y tratar enfermedades neurodegenerativas, como el párkinson, y devolver la autonomía y la movilidad a los pacientes; o permitir la comunicación de las personas con parálisis total del cuerpo, estos son algunos de los usos de la neurotecnología en la actualidad. En los últimos años, ha emergido como un ámbito con múltiples aplicaciones y un gran potencial de futuro. Pero ¿qué es exactamente la neurotecnología? «Abarca una serie de dispositivos y técnicas de muy diversa naturaleza, pero con el denominador común de que actúan sobre la estructura y la actividad del sistema nervioso y el cerebro humano», explica Milena Costas Trascasas, profesora colaboradora del máster universitario de Derechos Humanos, Democracia y Globalización de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y ponente del seminario en línea sobre este tema que tendrá lugar el próximo 8 de noviembre.
Para la experta, esta tecnología tiene tres propósitos principales: medir y proporcionar información sobre el funcionamiento del cerebro; influir en la actividad cerebral, y establecer interfaces de conexión con dispositivos digitales externos. Se trata de una técnica que requiere, en muchos casos, la implantación de electrodos dentro del cerebro, por lo que, en general, se plantea como un último recurso, puesto que supone riesgos. «Su principal problema es que, de momento, la mayoría de estas tecnologías todavía son experimentales y no cuentan con evidencias científicas de su eficacia», explica Costas. De hecho, algunas empresas han empezado a desarrollar y comercializar aplicaciones fuera de los ámbitos médicos, evitando los estrictos controles del sector y con beneficios económicos mucho mayores. No es de extrañar, por tanto, que la inversión en esta industria esté creciendo de forma exponencial y las empresas multinacionales estén apostando por su comercialización, incluso en esta fase experimental. Según el Neurotechnology Global Market Report 2024, su volumen de mercado crecerá un 13,5 % este año, hasta los 15 280 millones de dólares, y las previsiones pasan por que el ritmo se mantenga y el volumen de mercado de la neurotecnología supere los 25 000 millones de dólares en 2028.
«Resultan preocupantes algunas de las aplicaciones que se están promocionando y que podrían ser adquiridas por los Estados en el ámbito del control de la seguridad y el mantenimiento del orden para aumentar el nivel de control sobre la ciudadanía a través de los dispositivos digitales», advierte la experta. Además, esta tecnología, con la ayuda de la inteligencia artificial, permite recopilar y analizar enormes cantidades de datos personales.
Hoy en día, ya se están publicitando dispositivos capaces de modular la actividad mental a fin de obtener una mayor concentración y productividad en el trabajo o el estudio, o bien para la meditación o para mejorar la calidad del sueño. Si pensamos que muchas personas ya utilizan biosensores, como los «relojes inteligentes», es de prever que muy pronto las empresas puedan conseguir que ofrezcan sus datos mentales a cambio de servicios que permitirán «monitorizar» y «analizar» su salud mental, comportamientos o emociones. «Esto podría afectar a la libertad de pensamiento», añade Costas.
«En casos extremos, se pueden producir atentados contra la integridad física y mental de personas a través del brain-hacking. Por este motivo, la introducción de estas tecnologías en nuestra vida cotidiana debe hacerse con una enorme prudencia, determinando cuáles son las aplicaciones beneficiosas (por ejemplo, en el ámbito médico) y cuáles plantean riesgos, especialmente las que se dirigen al consumo de masas», advierte Costa.
Aunque toda tecnología puede utilizarse de forma beneficiosa o perjudicial, la neurotecnología presenta unas características que la convierten en especialmente disruptiva por los particulares riesgos que entraña, sobre todo en derechos vinculados a la personalidad y a las características que definen la identidad de una persona. «Pueden afectar a la capacidad de la persona para pensar libremente, es decir, la toma de decisiones».