Aufrecht + Melcher + Grossaspach =
Las estrellas más potentes… de Mercedes. El preparador de culto de la estrella plateada cumple 45 años. La oficina de ingeniería AMG, fundada en 1967, ha acabado por elevar sus ya mágicas siglas a la categoría de mito en los catálogos de Mercedes-Benz.
Cuatro décadas… y media. En la iconográfica mitología de la Daimler-Benz, no faltan referentes; aunque pocas siglas adornen tanto, y tan bien, la moderna trayectoria deportiva de la marca desde que, en 1967, Hans Werner Aufrecht y Eberhard Melcher fundasen, en un viejo molino del pequeño pueblo de Grossaspach —ahí tienen la clave del jeroglífico—, una empresa centrada en el desarrollo de motores de competición para Mercedes.
Cuarenta y cinco años después, y «miles» de victorias más tarde, las siglas AMG se han convertido en el sueño plateado de incontables aficionados al automóvil de altas prestaciones en todo el mundo.
Escrupulosamente fieles a la máxima: «Un hombre, un motor»; los mecánicos de AMG, hoy con sede en Affalterbach, continúan «acompañando» a cada pieza asignada desde el primer martillazo al último reapriete; con lo que, al finalizar el proceso productivo del motor, cada operario firmará «su» obra, cual si de un artista se tratase -¿alguien duda que lo sean?-, hasta que, con una placa impresa en el vehículo, llegue a manos del usuario. Para seguir avivando la llama mitológica… sólo 63 afortunados pueden presumir de poseer una de estas piezas originales con «firma autorizada».
La aventura que comenzase en aquel viejo molino de Grossaspach en el año 67, saltaría al estrellato cuatro años más tarde: la victoria de clase obtenida en las 24 Horas de Spa por el primer AMG de la historia, un Mercedes 300 SEL 6.8 litros, con Hans Heder y Clemens Schickendanz al volante, abriría caminos de gloria al —para muchos— el más puro representante de la filosofía AMG que, como otros preparadores, tomaba como base una berlina «normal» —con matices… lo de «normal»— hasta convertirla en un… coche de carreras al evocador estilo de la época: sin parachoques y con artesanales aletines para alojar las ruedas gordas, suspensiones rebajadas, batería de faros y un motor que, además de potente, sonaba… «así» de bien.
Así que, aquel célebre «nº 35», que conservaba y lucía con orgullo -¡sólo faltaba!- la estrella de tres puntas en lo alto de su generosa parrilla frontal propia del 300 SEL, acabaría por convertirse en todo un referente de las carreras y -lo mejor- marcaría la pauta para futuras realizaciones con el sello de AMG.
Habría que esperar hasta 1988 para que AMG recibiese el encargo de la Daimler-Benz y el preparador representase «oficialmente» a la marca en el Campeonato Alemán de Turismos —el DTM, convertido hoy en el «Mundial Oficioso» de la categoría—; hasta que, en 1993, apareciese el primer modelo de serie fruto de la colaboración de ambas compañías: el C36 AMG: 5.000 unidades en sólo cuatro años, avalaban ya la trayectoria del preparador de culto que, tres años después (1996) acabaría en convertirse… en constructor. También en consultor —«Performance Studio»— para el desarrollo de coches «a medida» y —«Performance Powertrains»— de desarrollo de los motores del equipo de Fórmula 1.
Con potencias entre 422 y 630 CV y arquitecturas tan dispares como el cuadradote todoterreno G o el modernísimo SLS «Alas de Gaviota», 22 modelos conforman actualmente una oferta que AMG pretende redondear hasta la treintena en los próximos meses, entre los que se contará su primer «GTI» compacto que atenderá -¿alguien lo dudaba?- a la denominación Mercedes A45 AMG, por esas cuatro décadas y media… de sueños plateados.