Diario de León

Ese tiempo en que se volaba de oído

Publicado por
León

Creado:

Actualizado:

Lisardo Pérez tenía dos amores: su esposa (a la que conoció paseando por Ordoño) y su patria que él tuvo el privilegio de contemplar tantas veces desde lo alto. La práctica y las horas de vuelo, tanto en aparatos militares como civiles, le permitían asegurar que, si le vendaban los ojos y los abría en cualquier lugar de la geografía española, estaba en condiciones de precisar el punto concreto en el que se encontraba.

De la estirpe de los pioneros, el aviador leonés tuvo que echar mano, en no pocas ocasiones, de una mezcla de intuición y audacia para compensar la precariedad de las ayudas a la navegación. En este sentido, según los testimonios de sus hijos, comentaba que cuando volaba entre nubes y en ausencia de un «horizonte artificial» apreciaba si en un momento dado estaba descendiendo casi en picado o ascendiendo casi en vertical por el nivel de vibraciones del motor en el primer caso y por el atenuamiento del ruido en el segundo.. Un buen oído era un buen aliado para aquellos pilotos bien templados...

En aquellos años la navegación se realizaba prácticamente «en visual» con el apoyo de mapas que permitían identificar los accidentes geográficos como montes, ríos, etcétera, así como construcciones de todo tipo como carreteras, puentes, línes férreas, pueblos, etcétera. Aunque, en momentos de desorientación, tampoco se descartaba, ni mucho menos, tomar tierra en algún prado y preguntar a un paisano dónde se encontraba.

Las anécdotas acumuladas en tan denso periodo como aviador, son numerosas. Una muy curiosa tuvo lugar con ocasión del lanzamiento de paracaidistas sobre Alcalá de Henares desde un Junker tripulado por Lisardo. El batallón tenía un chimpancé como mascota que contaba también con su propio paracaídas y al que lanzaban como uno más. Pero en esa ocasión, el simio tuvo la mala suerte de que el paracaídas se quedase enganchado en la cola del aparato lo que fue advertido rápidamente porque los chillidos apagaban los del motor. Después de muchas tentativas, con tirones y giros bruscos, para intentar (sin éxito) que se soltase, Lisardo decidió tomar tierra resignado a tener una baja en el batallón, pero lo increíble fue que, justo en el momento de tomar tierra, el mono pegó un salto y se agarró a la cola del avión y salió vivo de la aventura aunque aterrado y un tanto despeinado...

En enero de 1947, cuando regresaba de Londres pilotando un DC-3, las malas condiciones meteorológicas obligaron al cierre de la práctica totalidad de los aeropuertos españoles y se vio obligado a tomar tierra «como pudo» en La Albericia (Santander). La dirección de Iberia le felicitó efusivamente «por su extraordinaria habilidad».

tracking