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Publicado por
Ruth de andrés
León

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enóloga

Los australianos no dejan de sorprendernos en esta vieja y cansada Europa. Fueron pioneros en muchas técnicas aplicadas a la viticultura y a la enología. Incluso muchos de sus inventos no son usados en Europa a pesar de que han pasado muchos años desde su lanzamiento. Por ejemplo, la maceración del vino con virutas de madera en tanques de acero, en lugar al clásico uso de barricas. Este procedimiento trata de simular el efecto del envejecimiento en madera sin tener que pasar por el lento y laborioso manejo de toneles.

Pero también, el uso de espalderas de distintas formas y tamaños para empalizar las viñas, la adaptación de centrifugadoras para la finalización del vino antes del embotellado, el uso de tapones sintéticos... en fin, auténticas revoluciones que sólo un país laxo en sus leyes puede permitirse.

Pues bien, no contentos con tanta innovación se han lanzado a la conquista de nuevos formatos de envasado de vino. Y no me refiero a los TetraBrik ni nada por el estilo. Innovación pura que se adapta a nuevos hábitos de consumo y al reto de los nuevos consumidores. Han inventado por ejemplo el vino en bolsas. Se trata de una envase de plástico resistente con una base amplia donde se apoya y dotada de un grifo a modo de dispensador.

En resumen, se trata de un TetraBrik sin cartón con la ventaja que el dispensador impide la entrada de oxígeno y por tanto previene la oxidación del vino. Así no se estropea una vez abierto. Contiene 1,5L y sólo un 2% de su peso se debe al embalaje. Las ventajas son claras: ligereza, resistencia y conservación una vez abierto. Pero sin duda, lo que más me ha sorprendido son las monodosis. ¿Se imaginan una copa de vino llena y sellada con una pestaña de plástico que se abre con sencillez? La idea es trasladar al vino los envases monodosis que a diario usamos para el azúcar, por ejemplo en las cafetería, las mantequillas y mermeladas en los buffets de los hoteles, la crema de leche en los aviones o los sobres de muestra de champú, cremas y ungüentos en general.

Pues bien, se nos presenta el vino en una copa de plástico pero con apariencia de cristal que viene tapada y podemos fácilmente abrir y beber. Así podemos beber una sola copa de vino o bien si nos gusta lo suficiente, comprarnos la botella que se vende en el mismo lineal un par de palmos más allá. Cada copa contiene 187ml de vino blanco, rosado o tinto de distintas variedades. A gusto del consumidor.

Pero que nadie se espante ni ningún purista se eche las manos a la cabeza. Estas ideas no son por ahora más que intentos audaces de acercar el vino a cualquier consumidor. No veremos estos ensayos divertidos aplicados a vinos de gamas altas por muchos años que pasen. Como toda novedad, no viene exenta de polémica: para algunos es algo abominable mientras que para otros es sencillamente una idea genial.