Tras las huellas de Gaudí
La expedición sale de Astorga con guiños a las novelas de viaje y llega a Cataluña
Escribía Henry Miller que la mejor forma de conocer Estados Unidos era en coche; con esta idea compró una caravana y se dedicó a recorrer California, viaje que luego narró en el libro «Big Sur y las naranjas de Hieronymus Bosch». Igualmente, por la misma época, John Steinbeck, mandó construir una autocaravana que apodó «Rocinante», recorriendo con Charly, un caniche gigante y enfermo, cada rincón de su país. De este viaje nació el libro Viajes con Charly. Antes y después, como él debieron de pensar docenas de escritores estadounidenses que desarrollaron una literatura movie road con la generación Beat incluida, que hicieron de los coches y de la carretera todo un icono. «Un coche, una carretera y una chica al final del recorrido-¦» decía Jack Kerouac. De esta forma no sabemos si el objetivo era el viaje como tal o por el contrario era un viaje para luego escribir un libro; puede ser también, que se pretendiera a la vez ambos objetivos. Este es el caso de Chuck Klosterman, que llena el asiento trasero de un coche Ford Taurus de cintas de cassette con su música preferida y se dedica a visitar los lugares donde murieron históricos de la música pop: Big Bopper, Duane Allman, Sid Vicious, etc-¦ para luego escribir el libro «Pégate un tiro para sobrevivir». Y qué decir de Paterniti, periodista del medio oeste americano que acompañó al doctor Thomas Harvey en una parte de su periplo con el cerebro de Albert Einstein en el maletero.
Albert Einstein había muerto en 1955 en el hospital de Princeton donde se le practicó una autopsia, en teoría rutinaria, y en la que el patólogo doctor Thomas Harvey, a escondidas, se quedó con el cerebro que luego embalsamó y del que envió algunos trozos a distintos profesores, de forma aleatoria. Veinte años después, el periodista de Wichita, Steven Levy, se encontró al doctor, que le enseñó un frasco de conservas de cristal, con un pedazo del cerebro, guardado en un rincón de su despacho; y casi otros veinte años después el doctor Harvey es localizado de nuevo por el escritor Michael Paterniti. Estos dos alquilaron un Buick y salieron camino de California; de este viaje Paterniti escribió un artículo ampliamente premiado y luego un libro titulado «Viajando con mister Albert».
Europa, para un discapacitado físico, con un grado de minusvalía alto, como es mi caso, el coche no es mala opción para conocerla. Además de a las ciudades grandes, probablemente más cómodas de abordar en avión, te acercará a ciudades de tipo medio, pueblos y paisajes que de otra manera sería imposible conocer.
Ciertamente que hasta hace veinte años era difícil plantearse un viaje de estas características, si consideramos la diferencia de poder adquisitivo entre un español y un europeo, y las dificultades que existían para encontrar hoteles adaptados para minusválidos a precios asequibles. Pero desde entonces las grandes cadenas Formule I, ETAP, Premier Classe, etc-¦ han abierto hoteles en los bordes de las ciudades o en polígonos industriales para routiers, con unos precios aceptables. En el año 1993, en Versalles, en habitación doble, pagamos en un Formule I 130 francos (3.000 pts.) difícil de encontrar el mismo servicio en España a menor precio; y este año en Niza, en un ETAP, 53 ¤, al lado del Promenade des Anglais.
Todos mis viajes han sido con mi pareja, Marta, y amigos o amigas que se han agregado y que juntas forman el Coro Griego, que bromea, vacila y protesta, mientras yo les voy contando anécdotas, historias, lugares comunes, reflexiones, etc-¦, sobre la ruta elegida. De modo que, para preparar el viaje, echo mano de varias guías y de libros de autores que vivieron pegados al paisaje o escribieron sobre él y que en algún momento leí. El Coro Griego viaja en posición de «epojé», escuchando lo que cuento, metiendo alguna puya irónica y tomando todas las decisiones referidas a intendencia.
Nosotros, que somos de las afueras de Bilbao, o sea de León, podemos abordar Europa desde Euskadi por Irún, o desde Aragón por Barcelona; casi siempre escogemos este último recorrido y regresamos por el norte de Francia. También en esta ocasión. Además de Marta, en este viaje, viene con nosotros Raquel, y en el último momento se ha descolgado Lucía, con algún problema de tipo familiar, lo que nos entristece por privarnos de su fina ironía y de su alegría, pero lo que nos dará más espacio para ubicar la silla de ruedas, las maletas y la comida. Por otra parte encarecerá el viaje porque la habitación doble es más barata en términos relativos.
Salimos a las nueve de la mañana y a las seis de la tarde dejamos la A2 a la altura de Zaragoza para coger la nacional 232 que nos llevará a Gandesa: «Si me quieres escribir/ ya sabrás mi paradero/ en el frente de Gandesa/ primera línea de fuego-¦».
El paisaje es ondulado, cubierto de viñedos, olivos y frutales. Al sur, los puertos de Bescit, son los últimos repliegues del sistema ibérico hasta llegar a Gandesa. Aquí las montañas son intrincadas, con grandes contrafuertes y profundos barrancos.
En Gandesa florecieron las cooperativas ligadas a la producción y comercialización del vino, consiguiendo la denominación de origen y que a comienzos del siglo pasado encargaron a Martinell, un discípulo de Gaudí, la construcción de la bodega Celler de la Cooperativa Agrícola.
A media mañana, después de dar una vuelta por el centro para conocer el pórtico románico de la Iglesia y el edificio gótico, antiguo Hotel de Ville, con su ventana geminada, nos dirigimos a las afueras para visitar el Celler.
Martinell creó un edificio de estilo modernista tardío en color blanco y una amplia gama de ocres. También utiliza cerámica vidriada en puertas y ventanas. Galerías onduladas con rebordes de ladrillo. En ambos extremos del tejado dos torrecillas espadañas dan un aire de chispeante alegría a la construcción. En el interior gigantescas bóvedas elípticas determinan espaciosas salas donde se despierta el vino.
En frente de la bodega, se encuentra el Centro de Interpretación de la Batalla del Ebro. No lo visitamos. El resultado de la batalla no cambiará para nosotros.
Seguimos hasta el Pinell de Brai. Compitiendo con Cuenca, se ven unas casas colgadas de un precipicio y un núcleo medieval de retorcido trazado. Visitamos el Celler, también construido por César Martinell. Cercos de ladrillo vidriado festonean ventanas casi góticas y un friso de cerámica representa escenas de la vendimia de la uva y de la recogida y elaboración del aceite. En el interior, arcos de ladrillo imposibles.
Partimos para Barcelona, a la que dedicaremos dos días para abrir boca y que Raquel considere que debe dedicar otros viajes y más de medio mes para conocer, según los entendidos, una de las ciudades más notables del mundo.
Como es agosto y no es fin de semana encontramos alojamiento en un hotel cerca de la Rambla de las Flores, de modo que hacemos primero un tour caminando, que, como ya se sabe, es una de las mejores formas de conocer un lugar.
Comenzamos con el Palau de la Música, la obra modernista de Domènech y Montaner, que en 1909 puso la primera piedra y tres años más tarde fue entregada a la Asociación Orfeón Catalán que había hecho el encargo. Es una especie de jardín vertical, mitad caribeño, mitad oriental; construido con columnas vidriadas y vidrieras pintadas con motivos vegetales y plantas de invernadero. Es una explosión de color en esta mañana soleada, donde los rayos de luz atraviesan la lámpara solar natural que configura el techo del patio de butacas. Nunca fue un edificio exento y tampoco ahora, aunque se ha comprado un solar contiguo y se le ha dado un poco de oxígeno. Imprescindible.
Como estamos cerca, salimos a la Rambla y nos introducimos en la Boquería, el mercado que de vez en cuando visitaba el detective Pepe Carballo para adquirir los excelsos productos que exigía su exquisito paladar. Estos productos se ponen a la venta y un degüello de colores son las estanterías de las frutas, presentadas en todo su esplendor. Allí hemos encontrado ¡moras de moral!, que es mi fruta favorita y que me devuelve a los sabores de infancia, antes que el hacha, la vejez o el fuego, hicieran desaparecer estos árboles de mi entorno cotidiano. Últimamente sólo las adquiría en los mercados de las plazas alemanas; sin embargo, al mirar la etiqueta de estas moras, vemos que están envasadas en Toral de los Guzmanes (León). Tomo nota.
Por la tarde vamos a la Sagrada Familia. Recorremos todo el monumento, con libro en mano, como cualquier japonés, en especial la Puerta del Nacimiento. Después subimos en un ascensor por una de las torres para ver el conjunto y Barcelona desde lo alto. Esto me recuerda que, hace apenas cinco meses, fuimos a visitar San Lorenzo del Escorial y sólo pudimos recorrer la planta baja. En un cuartelón, que ocupa varias hectáreas, nadie ha previsto colocar un ascensor para poder subir a la planta segunda y bajar a la cripta. (Estos detalles son los que nos hacen comprender a Pascual Maragall cuando habla de la Federación Asimétrica de Regiones). El resto de la tarde lo aprovechamos para conocer las casas modernistas del Paseo de Gracia y calles adyacentes.
El día siguiente dedicamos la mañana al Parque Güell. En esta colonia, nunca terminada, Gaudí desarrolló toda la panoplia de su inspiración, que hacía su estilo modernista tan distinto al de otros arquitectos europeos: las Casitas de entrada nos transportan a los cuentos de la infancia donde las casitas de chocolate del bosque eran así imaginadas; el Dragón de la fuente de teselas vidriadas de colores, las columnas de palmera, el organicismo del paseo y la plataforma hipóstila. Por la tarde, dudamos entre permanecer en Barcelona y ver el museo marítimo de las Atarazanas Reales o seguir ruta y visitar el museo de Dalí, de Figueras, en el pase nocturno. Elegimos esta segunda opción.
Tomamos la A9 camino de Francia y, sobre los indicadores que anuncian las áreas de servicio de la autopista, está el símbolo de minusválido, el carrito de discapacitado que informa que las instalaciones están habilitadas. Conviene dejar constancia de esto, pues, hace tres días paramos en el área de servicio de Logroño y cuando quise utilizar el baño, la silla no cabía. Hablamos con las encargadas del restaurante y nos dijeron que ya lo habían puesto de manifiesto a la empresa, sin que por ello hayan hecho caso alguno; incluso, las protestas vinieron de un vendedor de la ONCE que se sitúa a la entrada del edificio, lo que también indica lo poco que esta Asociación protege a sus trabajadores. Con el poder que tiene la ONCE, debería tener en la cárcel al dueño del edificio, al arquitecto que lo diseñó, al funcionario que lo dio de paso y al político que firmó.
Pla, el gran Joseph Pla, dice en «El Cuaderno Gris» que, en su época, para alguien del país-¦ «los Pirineos eran una ventana abierta a Europa, a la modernidad-¦». Para unos leoneses como nosotros, Europa empieza cuando por Lleida entramos en Cataluña.
-"Y ¿quién es Joseph Pla? -"pregunta el Coro Griego.
Era un escritor ampurdanés, bastante reaccionario, que escribía en catalán y que fue uno de los periodistas más cosmopolitas de España, que estuvo en París, Rusia, Nueva York, Argentina, Londres, etc... en los momentos importantes de la primera mitad del siglo XX.
Volvió a Barcelona después de la guerra civil y fue algún tiempo director de La Vanguardia . Creyó que Franco lo nombraría para un alto cargo de cultura, sin darse cuenta de que Franco antes nombraría Ministro a una mujer que a un catalán Director General, y cuando eligió a Manuel Aznar para este puesto, se retiró a Palafrugell, su tierra natal, de donde prácticamente no volvió a salir, dedicándose a escribir de pequeñas cosas, con ese estilo descriptivo, aparentemente tan sencillo, pero necesariamente muy trabajado. Por lo demás su vida transcurrió en su masía, en tertulias y como era un gran putañero, en prostíbulos donde escribía-¦ «pasan las cortesanas de la calle con sus caderas de yegua payesa, maravillosas». Se dedicó con afán a la bebida, tratando de calmar su sed antigua (coñac, pernod, absenta y wisky), aunque nunca cultivó el malditismo alcohólico. Era un dandi con boina o un pagés cosmopolita. Él mismo, con la ironía que le caracteriza, escribió en Notas Dispersas «El alcohol envejece y mata prematuramente. En el curso de mi vida he sentido curiosidad por algunos líquidos, y esta curiosidad me ha hecho daño. Ahora llevo dos o tres años bebiendo menos». Noctámbulo empedernido tuvo que trasladarse a vivir a La Escala para poder permanecer en los bares a partir de las once de la noche. Él lo cuenta de esta manera: «Tras la guerra civil española alquilé una casa en Fornells, donde viví una larga temporada (-¦..). En un momento dado el Gobierno -"me refiero al Gobierno de Franco-" dio una orden que obligaba a los cafés a cerrar a las once. Me pareció una solemne canallada. Siempre he creído que el derecho a irse a la cama tarde, es sagrado -"se trabaje por la noche o no se trabaje-". Me dijeron que en La Escala habían hecho una excepción debido a la gran cantidad de pescadores nocturnos, que hay en aquellas playas. Fui a La Escala y me encontré con varios cafés abiertos toda la noche. Me quedé. Viví allí algunos años en distintas casas alquiladas. ¡Qué país tan agradable! ¡Qué permanente sensación de no vivir en España, de estar completamente separado!
Después de cenar vamos al Museo-Teatro Dalí de Figueras. Seguro que es uno de los museos más visitados del país. Su presentación activa daliniana y provocadora lo hace muy atractivo. La provocación es una de las señas de identidad del surrealista. Bretón (André) decía que «el acto surrealista consiste en bajar a la calle con una pistola en la mano y disparar al azar contra la multitud». La provocación y el histrionismo. Si Freud reivindica la neurosis como fuente de creación, Dalí y Lacan consideran que es la paranoia la fuente del arte. El histrionismo y la glamourización. De todo esto tiene el Museo Dalí, como obras importantes: La Cesta de Pan, Los Relojes Flácidos, los frescos del techo, los dibujos de desvergüenzas lúbricas de su juventud, la composición Mae West , las máquinas Dalinianas,-¦.
Pla dice de Dalí: «Dalí repitiendo las collonadas, tonterías y animaladas que se decían en los cafés de Figueras, en los años de su adolescencia y de su juventud (manifestadas por él mismo con un francés fantástico y con un descaro particular) se está convirtiendo no sólo en un tipo de París, si no de mucho más allá de París», aunque agrega: «Dalí es el único elemento del surrealismo francés -"cuando pinta-" inteligible y esto es siempre del gusto de la mayoría».