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A Montecarlo con música pop

Playas accesibles y lujo inaccesible en Cannes y en la capital de los casinos

Publicado por
J. a. González (johnny)
León

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Por la mañana seguimos la carretera de la costa hacia Cannes; ésta discurre entre urbanizaciones y cascos antiguos de ciudades (Antibes) y donde se comprueba que la construcción es más cuidada con el entorno que en otras costas.

En Antibes paramos a tomar un piscolabis en la cafetería del Hotel du Cap, toda cuajada de caoba. En 1922 los Murphy alquilaron una planta del hotel para ellos y sus amigos entre los que estaban Zelda y F. Scott Fizgerald, que recoge aquel ambiente en Suave es la Noche : «En la apacible costa de la Riviera francesa, a mitad de camino aproximadamente entre Marsella y la frontera con Italia, se alza orgulloso un gran Hotel de color rosado. Unas amables palmeras refrescan su fachada ruborosa y ante él se extiende una playa corta y deslumbrante. Últimamente se ha convertido en lugar de veraneo-¦». Fotografías de los rostros populares de la Belle Epoque decoran la zona de la barra del bar (un helado veinte euros).

Dos años más tarde, otro americano, Frank Jay Gould, construyó al lado, en Juan les Pins, el Hotel Provenzal y un casino, lanzando definitivamente la «temporada de verano». En 1926 Maurice Sach dice que encontró aquí a la «Boeuf sur le toit» (la flor y nata): Crevel, Picasso, Isadora Duncan, los Beaumont, etc. También se trasladó a esta región todo el cotilleo de la época. A propósito de Sach, que era judío, se contaba que quiso hacerse católico y sacerdote, por lo que entró en el seminario apadrinado para el bautismo por Jean Cocteau. A Sach, en la playa, le presentan a Tom Pinkerton, un encantador adolescente del que se enamora locamente. El joven no sucumbió hasta el tercer día y los testigos contaron que iba a la playa con sotana y que cuando se la quitaba para bañarse con su bello efebo, dejaba al descubierto un bañador rosa.

Caso curioso este Sach, que aún siendo judío, en 1940, se fue a Alemania y se afilió al partido nazi convirtiéndose en un repulsivo colaborador de la Gestapo más peligroso que Driu La Rouchele, Celine, etc. Los nazis siempre desconfiaron de él, de modo que, en 1944, el SS que lo custodiaba le descerrajó dos tiros.

En la pineda de Juan les Pins se celebra durante el verano el festival de Jazz. También en estos días se anuncia jazz en Niza.

En las zonas más angostas, todo el borde de la carretera del lado de las hirsutas playas, está festoneado de coches y caravanas aparcadas, con familias al completo bañándose y comiendo bocatas como nosotros. Son los proletarios de la costa.

En Cannes aparcamos al comienzo de La Croisette. El lujo y el exclusivismo se notan en cada detalle. Han puesto en marcha un programa para el baño en la playa de personas con movilidad reducida, llamado Handicaplage ( handicape -minusválido; plage -playa), con un montón de aparcamientos reservados y varias sillas acuáticas. Yo no me baño, pero las chicas, a medida que recorremos el paseo marítimo, se van metiendo al mar de vez en cuando. Al lado, mientras tomo el sol, cuido de la ropa y la mochila. Casi al final de la Croisette, frente al Hotel Martínez, nos arreglamos y con ropa comme il faut entramos directamente en el hotel. En el gigantesco vestíbulo hay un montón de gente sentada, tomando un refresco o charlando al aire acondicionado y lejos del sol abrasador de la playa. Hoy la arena es sólo para pobres. Por una escalera lateral de mármol desciende una muchacha de pantaloncito, piernas interminables y pelo pantene . ¿Será una visión consecuencia del sol mediterráneo? ¡Cómo ha crecido esta chica en tan poco tiempo! Me acerco y, en mi francés macarrónico, le explico: J´ai un ami, trés haut et trés beau qui cherche une petite amie comme toi, ¿est-ce que je peux lui donner t´adresse?

-”Desolee -” dice ella con una sonrisa traviesa -” J´ai un fiancé .

¡Desolados quedamos todos! Y perdonen el entusiasmo.

Pasamos al Hotel Majestic y entre búcaros de flores y columnas de mármol esperamos ver aparecer los morritos arremangados de Meg Ryan que rodó aquí una parte de French Kiss . Estos hoteles tienen todos una eliminación de barreras arquitectónicas exquisita, piscina en la azotea, etc. Pero si piensas alojarte, ten una cartera bien surtida pues sacarás brillo a la tarjeta de crédito. Los precios son ofensivos. Nosotros nos conformamos con dos helados y un café con leche, ochenta y nueve euros; el resto son palabras mayores.

Por la noche volvemos a Niza y cenamos en la zona de Massena, llena de bullicio y alegría y, a la mañana siguiente, subimos al museo Matisse para, desde allí, seguir viaje hacia Verona.

Tenemos mala suerte porque algunos «collages» del museo han sido prestados para una exposición en el Prado. De todos modos merece la pena una visita para conocer a este pintor, que salvo un viaje a la Polinesia, estuvo siempre asomado a la luz del mediterráneo: Collioure, Vance, Niza, Tánger,-¦ Comenzó cerca del impresionismo de Cezanne, adoptó a veces la figura plana de Gauguin y terminó acercándose a la abstracción, todo ello sin perder su personalidad. Puso la forma al servicio del color y el color al servicio de los sentimientos. La luz está presente en toda su obra; incluso busca la luz con el color negro de la paleta y sus ventanas nos acercan siempre el exterior más luminoso.

El museo tiene también varias obras escultóricas en un diálogo con el maestro Rodin, varias pinturas de las Danzas Guerreras, copias de las vidrieras de la Chapelle du Rosaire de Vence, papeles pintados con hojas de roble y danzarinas realizadas con apenas cuatro trazos. Y el cuadro más bello de todos: Naturaleza muerta: Las Granadas. Aquí la luz no es una metáfora. Es la misma luz de esta costa.

A medio día enfilamos hacia Italia. Al pasar por las cercanías de Mónaco me viene a la mente aquella vez, hace casi veinte años años, que Carlos Brito y yo vinimos a Montecarlo con la idea de hacer saltar la banca en el Casino. Estábamos alojados en Niza en la plaza Marché aux Fleurs e hicimos en coche más o menos el mismo recorrido que ahora. Mari Gel, la mujer de Brito venía en el asiento trasero con un pequeño diccionario y nos informaba de palabras y frases escatológicas en francés, digo yo, por si necesitábamos utilizarlas. Aquél viaje fue consecuencia de haber leído, otros veinte años antes, El Jugador de F. Dostoievski, tras lo que prometí que las primeras cien mil pesetas sobrantes que tuviera, las jugaría a la ruleta. (En aquella época Dostoievski era el escritor que utilizaron para paliar los efectos de nuestra pubertad y primera juventud. Su lectura nos fue aconsejada como una nueva metafísica que nos mostraría con toda claridad la «atormentada alma rusa». Nosotros no lo sabíamos, pero esto era tanto como decir que La noche estrellada de Van Gogh era el paradigma de las noches francesas o que Jim Morrison, en el escenario, con su pose atormentada, mostraba el alma de los norteamericanos). Con el tiempo la promesa se fue aquilatando y las cien mil pesetas se quedaron en veinte mil, pero la idea permaneció. Naturalmente traíamos traje y corbata desde casa y las mujeres vestidos de noche, porque un casino que se precie y en mayor medida el juego de la ruleta, exige una indumentaria y una liturgia determinadas.

Durante el día estuvimos visitando Montecarlo, sus palacios, el Hotel París-¦ y su Acuario, probablemente el acuario más bonito del mundo. Ubicado en un Palacio del siglo XIX, está construido sobre un acantilado de vistas vertiginosas. El edificio tiene varias alturas y las diferentes salas se van situando los estanques y peceras con la rica fauna de todos los mares. A la entrada se encuentran maquetas de barcos y representaciones de los primeros investigadores monegascos del siglo pasado. El ala derecha de la primera planta acoge una sala de reuniones con todo el aire decimonónico de las Reales Asociaciones Geográficas.

Todo Mónaco da la sensación del lujo por el lujo.

Por la noche, ataviados como exigen las normas del Casino, recalamos allí a cumplir con el rito de la ruleta: o hacemos saltar la banca o nos arruinamos, que conllevaría el suicidio. Mientras, las mujeres deambulan entre las mesas.

Después de dos horas, habíamos ganados ocho mil, perdido doce mil y vuelto a ganar, se acercó Mari-Gel y comentó con Marta: «Parecen Fernández y Fernández. Veo que jugar a la ruleta es un trabajo agotador».

Nosotros comprendimos, que jugando a rojo y negro y par e impar, como hasta ahora, tardaríamos varias semanas en hacer saltar la banca y comenzamos a apostar a líneas, caballos y algún número suelto, de forma que, en menos de media hora, perdimos todo el dinero, con lo que Mari-Gel apostilló: «El pasmo se masca en el ambiente. Los noto transidos».

Salimos y echamos mano del dinero que habíamos dejado en el coche, sonriendo porque en esta ocasión no había bancarrota que nos impulsara al suicidio.

En Mónaco los aseos son otra historia. Cuando sueltas el agua de la cisterna, la tapa del sanitario gira automáticamente hacia dentro y sale de nuevo limpia y secadita.

Cuando dejamos Montecarlo Mari-Gel concluyó: «Visto esto, lo nuestro-¦ ¡puro chabolismo!».

Enfilamos hacia la llanura Lombarda, pero antes cruzamos los túneles de la atormentada autopista Ligura que penetran los Apeninos antes de ensamblarse bruscamente con los Alpes. También las autopistas que bajan hacia Roma o las que enlazan todo el norte de Italia con el sur francés. ¡Qué amontonamiento de hormigón! Dejamos Génova a nuestra derecha.

La autopista de la llanura Lombarda es de un aburrimiento mortal. Encajados entre coches y asfalto, discurrimos a velocidad constante intuyendo el río Po, abúlico a nuestro lado. Es importante en momentos como estos la «banda sonora» que uno haya escogido para el viaje.

Los románticos le otorgaron a la música, misión salvadora. «La música es lo primero que tiene acceso a lo indecible en nosotros y con ello, al secreto del mundo». Yo, sin llegar a esos extremos, sigo el razonamiento de Antonio Colinas: «-¦ mas en el mundo habrá esperanza/ mientras alguien respire/ en paz la música»; y actualizando a Bakunin, cuando en Dresden oyó a Wagner dirigir la Novena Sinfonía : «Todo perecerá, nada subsistirá; sólo continuará eternamente el Sargent Peper Lonely Hearts Club Band».

Soy una persona del pop de los sesenta, con un buque insignia, The Beatles, y un aderezo saludable de jazz y música clásica. O sea, lo corriente. El Coro Griego está de acuerdo, de modo que un día nos reunimos para aportar ideas, música y sobre todo cintas con grabaciones que nos interesen. De The Beatles escogemos el Lp Blanco y el Abbie Road , considerando que puede ser un buen momento para después de mucho tiempo volverlos a escuchar; Jumpin Jack Flash de los Stone; de The Creeadence Clearwater Revival, el Lp Péndulum ; de John Mayall, Crusade . La tensión que consigue el tema Le Noire me emociona cada vez que lo escucho. De Dire Straits, escogemos Brothers in Arms y de Jimy Hendrich, Hey Joe . Y no puede haber una buena selección de música si no incluye a Eric Clapton, «Mano Lenta», del que escogemos Unplugged y Time Pieces Best of Eric Clapton .

La noche antes de salir de viaje hemos asistido en León a un concierto de Leonard Cohen. Ha sido una actuación exquisita, recogida en directo de su homónima en Londres. Compramos el Cd para llevarlo. También la cinta de Joaquín Sabina 19 Días y 500 Noches y una cinta de éxitos de Bruce Springsteen . Una buena selección de blues es decisiva: Otis Redding, Wilson Pickett, Joe Cocker, Tom Waits. No olvidemos los orígenes, la época de Robert Johnson cuando los bluesmen vendían su alma al diablo en un cruce de caminos. De todos ellos nos quedamos con John Lee Hooker, Muddy Waters y Skip James, el de los largos dedos, músico de garitos y bailes de negros; resume un poco la vida de los hombres del blues de la época: alcohol, amores desgarrados, trabajos duros, etc; a partir del año 1934 buscó a su padre y se hizo predicador, destino de muchos bluesmen negros y que en 1964 fue sacado del hospital-asilo para participar en el Festival de Newport. Con el dinero que le dieron y los 3.000 dólares recibidos, en concepto de royaltis, por la grabación de I´m Glad, por los Cream, pudo realizar la operación que necesitaba y vivir otros cinco años. El tema Debil Got my Woman del único Lp grabado por Skip James es como una salmodia hipnótica que te empuja a participar. Raquel exige, sin despeinarse, a REM y los Planetas.

Otro músico imprescindible es Bob Dylan. Como se sabe hay dos épocas de este compositor: En la primera, antes de caerse de la moto y hacerse católico, es un músico-poeta emblemático para dos generaciones y después de estos hechos, que poco ha editado verdaderamente reseñable.

Schopenhauer lo tenía claro: «Me propongo no escribir nada más después de esto, puesto que quiero evitar traer al mundo hijos débiles de la vejez que acusen al padre y mengüen su fama». Y hay que aclarar que venía aplicando este formato desde la edad de treinta años.

También Albert Einstein escribe: «Todo lo realmente nuevo, uno lo inventó durante su juventud. Después te vuelves más experimentado, más famoso y más zopenco». Por lo tanto ya se sabe, cuando estos ídolos de masas no siguen esta fórmula, o no mueren a tiempo, casi siempre terminan interpretando para el Papa o abrazados a José María Aznar, como el comunista Rafael Alberti.

De Bob Dylan elegimos Desire y una selección The Best , que ha de tener, entre otros, los temas: Things have changed y A Hard Rains A-gonna fall .

De música clásica y jazz lo mejor es asistir a algún concierto a lo largo del viaje; sin embargo, por si nos da un síndrome de abstinencia en un momento dado, metemos en el coche una cinta de Ann Sophie Mutter, interpretando a Pablo Sarasate y a Miles Davis en una selección con los grandes saxofonistas: Charlie Parker, John Coltrane, Sonny Rollins.

En uno de los viajes anteriores, en Posdamm, tomando unos refrescos en uno de los jardines, al descubrir que éramos españoles, nos recibieron con música de Julio Iglesias. Desde entonces siempre llevamos una grabación de música española para regalar, si fuera necesario: Pastora Soler, Manu Chao, Carlos Vives, Maná, Fito Cabrales, Manolo Carrasco, Kiko Veneno, Compay Segundo, etc.

Nos acercamos a Pavía y aún resuena en los campos el fragor de la batalla. Los Tercios españoles, formados en cuadro, han hecho una salida imprevista arrollando al ejército francés. El comandante de los tercios, Don Antonio de Leyva, devastado por la gota y las heridas antiguas, es trasladado al campo en unas angarillas. Cae prisionero Francisco I de Francia y muere Bayardo, el caballero «sin miedo y sin tacha». Ya no era su época, y la guerra también era diferente. No era sólo cosa de caballeros.

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