«La tecnología cambia rápido, pero el periodismo es el mismo siempre»
Enrique Meneses, leyenda viva del fotoperiodismo, analiza la crisis de identidad que atraviesa la profesión
Aunque ha dejado las largas travesías y el olor a mar aparcados, más por obligación que deseo, aún se atreve a ofrecer alguna que otra clase magistral sobre rutas de valiosos tesoros en tabernas de renombre cercanas. Prueba de ello, es la conferencia que ha dedicado en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander, este mismo verano.
Una vez acostumbrados al movimiento pausado del galeón, Meneses sin despegarse de su astrolabio informático y obviando a su loro oxigenador, se sumerge en el pasado. Siempre bajo la atenta mirada de su amada corsaria australiana Bárbara Montgomery, retratada en un cuadro de enormes dimensiones que preside la estancia.
Cuando Meneses habla, lo mejor es permanecer atento e intentar mantener en la memoria las numerosas rutas de tesoros que ofrece. En ellas, no encuentras cofres repletos de monedas de oro y objetos de incalculable valor, el tesoro es una clase magistral de las que no se reciben en ninguna facultad. Después de sesenta y dos años dedicado al periodismo, como bien dice uno de sus secretos ha sido su capacidad para amoldarse a lo cambios. Conoció «la pluma Parker y el tintero; el cambio que se produjo con la introducción del bolígrafo inventado por el barón Bic». Posteriormente vinieron las máquinas de escribir Pluma 22, las eléctricas; los ordenadores y hoy en día es posible encontrarlo en twitter, flikr, tuenti y eskup. Además de en su blog que actualiza habitualmente en la siguiente dirección: www.enriquemeneses.com. Este último es su mapa del tesoro particular donde trata la actualidad desde una perspectiva marcada por la experiencia.
Tras navegar un par de horas, Meneses anuncia tormenta. Según su criterio, estamos viviendo un cambio de era periodística debido al cambio tecnológico actual. A pesar de ello, sentencia que «la tecnología está cambiando a velocidad tremenda, pero el periodismo es el mismo siempre. Desde que un ateniense corrió cuarenta y dos kilómetros para dar la noticia de que Atenas había ganado la guerra, aquel señor era un reportero de guerra, aquello era periodismo».
Un encuentro con él basta para viajar a Francia en plena posguerra, a Oriente Medio, a Cuba en plena revolución, escondidos junto a Fidel Castro y el Che Guevara en Sierra Maestra, un recorrido inimaginable por África de Cairo a Cabo, al Sarajevo de hace veinte años...
Entre los lugares que recomienda para aprender periodismo habla de «Nueva York y Oriente Medio». La Gran Manzana porque en ella «todo es posible», destaca las múltiples posibilidades creativas que ofrece para la confección de reportajes. El conjunto de países árabes que constituyen Oriente Próximo debido a que allí todo es «mamnun», es decir, está prohibido. De esta manera se perfecciona el aprendizaje de múltiples «perrerías» y el modo comportarse dotado con altas dosis de amabilidad, dos herramientas de las que se vale todo reportero.
Decepcionado con la educación secundaria, y la universidad en el caso de la carrera de periodismo, recomienda: «conformad vuestra propia universidad profesional. Desarrollaos en el campo de la fotografía, el audiovisual, la radio... todo el mundo sabe hacer algo. Sed polivalentes». Y como no, «dos, tres, cuatro idiomas son fundamentales». Además habla de confianza, «el mundo es de los jóvenes. Esa seguridad que tienen en ellos la tienen que construir por sus propios medios». Y de no abandonar nunca, «cuando aparezca un problema tenemos la capacidad para buscar doce soluciones al mismo. El único problema es encontrar la mejor solución».
Asimismo no pasa por alto el análisis de la profesión, de la que afirma: «El periodismo es 70% de paciencia, que se puede ocupar en obtener dinero por otros medios o conocimiento; 20% de profesionalidad, poner en práctica lo aprendido o que uno mismo se ha autoenseñado; y un 10% de suerte». Todo becario, según él, debe tener en cuenta esta receta, ya que no siempre se puede ganar, ni se dispone de trabajo y dinero en abundancia. A parte de esto, destaca una cualidad fundamental para todo buen profesional: «el periodista debe ser lo suficientemente honrado para contar la verdad».
Pasadas las nueve de la noche, el galeón llega de nuevo a puerto. Ponemos pie en tierra, no sin antes echar un vistazo a parte del botín recolectado durante toda su vida, una biblioteca rebosante de centenares de ejemplares. No cabe un libro más y el resto de la colección está repartida por todo el galeón. Como todo buen corsario, aún conserva alguna antigualla de su ron particular, el tabaco. El escritorio de la misma recuerda sus años de fumador: pipas, tabaco picado Henri Hermans, alguna cajetilla todavía precintada de tabaco alemán... Allí permanecen desde que en Sarajevo del 93, lanzase por la borda el vicio libertario que le acompañó y junto al que salvó el pellejo en más de una ocasión.
Ante un corsario como Meneses, la despedida es temporal. Volveremos a saber de él a través de las leyendas que han dado pie a su libro de memorias: «Hasta aquí hemos llegado», o del boca a boca de otros que siguen su misma ruta hacia lo desconocido. Ellos son: David Beriain, Gervasio Sánchez, Ramón Lobo... Incluso en un futuro no muy lejano se estrenará una película sobre su vida dirigida por Georgina Cisquella.
El muelle queda atrás, y el rugido del metro nos envuelve bajo el manto de realidad en el andén de Herrera Oria. Pienso en si Enrique finalmente estará viendo el Ghana-Alemania del que a la postre fue nuestro mundial o si como escribió José de Espronceda: «y va el capitán pirata,/ cantando alegre en la popa,/ Asia a un lado, al otro Europa,/ y allá a su frente Estambul». Así es Enrique Meneses Miniaty, pirata, jovial, un hombre del mundo.