Diario de León

Poderoso Rubalcaba

El ministro, que ya ha trasladado oficialmente la Vicepresidencia a la sede de Interior, no ha delegado ni una sola competencia

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M. SAÍZ-PARDO/P. HERAS
León

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«Que nadie se llame a engaño. Ha sido el Ministerio del Interior el que ha absorbido a la Vicepresidencia del Gobierno». La frase, entre risas, la pronunció un responsable del departamento que dirige Alfredo Pérez Rubalcaba.

Era una broma, pero la guasa esconde una verdad: Rubalcaba ya ha sacado la Vicepresidencia Primera del complejo de La Moncloa, algo inédito en la historia reciente, para llevarla a la sede del Ministerio del Interior, en el palacio del Paseo de la Castellana número 5. En la fachada de ese edificio luce ya desde hace unos días la placa que anuncia la «opa». El otrora palacio de Plazas y Provincias Africanas, que durante el franquismo aspiró sin mucho éxito a ser uno de los ejes de poder régimen, ahora sí, por mano del superministro, se ha convertido en el segundo centro de influencia del Estado, después de La Moncloa.

Un nuevo reino en el que el poderoso Rubalcaba no ha querido que haya muchos cambios. Desde que se anunció su nuevo nombramiento, el ministro-vicepresidente-portavoz-dirigente del PSOE se esmeró en dejar claro a sus colaboradores de Interior que «nada iba a cambiar», que él iba a seguir a la cabeza del ministerio más complejo de la administración aunque para ello tuviese que convertirse en un hombre orquesta y que no iba a delegar responsabilidades, más allá de las estrictamente imprescindibles.

Y así ha sido, explican las personas de su entorno. Alfredo Pérez Rubalcaba sigue siendo, a todos los efectos el titular de Interior. El ministro, siempre que no hay un impedimento de causa mayor, trata todos los días de presidir en Castellana 5 la reunión con sus más estrechos colaboradores, entre ellos el secretario de Estado de Seguridad, Antonio Camacho, y el director general de la Policía y la Guardia Civil, Francisco Javier Velázquez.

Rubalcaba, a pesar de que mantiene una excelente relación con Camacho aunque éste llegó al ministerio de la mano del anterior titular José Antonio Alonso, no ha querido que el secretario aumente competencias, tal y como todos sus allegados vaticinaban en un primer momento.

«Los días de Rubalcaba tienen más de 24 horas», dicen en Interior. Él solo acumula más poder que ningún otro miembro del Ejecutivo. En apenas una semana en el puesto ya le ha tocado ejercer como presidente del Gobierno en funciones, cada miércoles presidirá la subcomisión de subsecretarios que decide los temas del Consejo de Ministros, tiene en sus manos las relaciones con los medios de comunicación y, también, algo aún más valioso, las concesiones de licencias televisivas o radiofónicas. Controlará también el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), encargado de los barómetros de intención, y las relaciones con la Iglesia porque, aunque todas esas cuestiones dependen del ministerio de la Presidencia, que ocupa Ramón Jáuregui, contarán con la supervisión del vicepresidente.

A eso hay que sumar lo que ya tenía, el control de las Fuerzas de Seguridad del Estado y el acceso a los informes del CNI.

También en Ferraz

Lo que está por ver es en qué medida ha aumentado su poder en el PSOE. El número dos del Gobierno participa en las reuniones de maitine s en las que, cada lunes, Rodríguez Zapatero reúne a su núcleo duro para elaborar la estrategia semanal del Ejecutivo y partido. Pero eso ya lo hacía antes. También acudía cada quince días a las reuniones de la dirección socialista en la sede de la calle Ferraz, como vocal de la ejecutiva. Sin embargo, sigue sin tener un cargo orgánico.

De hecho, sus detractores siempre visto en su amistad con el vicesecretario general, José Blanco, un modo de compensar la falta de control del aparato de cara a la sucesión. Dicen lo que le conocen que lo que peor lleva Rubalcaba desde su nombramiento como «virrey» es no poder dedicar más tiempo por las tardes a una de sus mayores aficiones: enredar a gusto, por teléfono o en persona, con policías, comisarios, políticos, empresarios o periodistas. Aunque esas charlas no han desaparecido por completo, ni mucho menos. En su regreso a las labores de Portavoz -”catorce años, cinco meses y veintiséis días después de haber dejado el puesto-” ha demostrado que sigue en forma.

El primer día que se sentó en la mesa que durante seis años ha ocupado María Teresa Fernández de la Vega se presentó como «una persona accesible a los medios de comunicación». Ahora bien, él no hace «corrillos» con los periodistas, como acostumbraba a hacer su antecesora, ni parece estar dispuesto a agotar los turnos de preguntas hasta que apenas queden manos levantadas en la sala. Lo que no le abandona es la sonrisa. Pero no siempre la usa para decir cosas amables.

En sus primeros días ya replicó a una periodista que cuestionó la necesidad de que el presidente del PSE, Jesús Eguiguren, actúe como testigo de la defensa de Arnaldo Otegi que su intención no es dar «lecciones de primero de Derecho», pero que, cuando la Audiencia Nacional cita uno debe acudir.

Un modo algo excesivo de dar a entender que la pregunta le resultaba ridícula. Por otro lado, como casi todo el mundo sabe, en primero de Derecho no se estudia Penal, ni tampoco Procesal.

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