La minoría gana
Un observador perspicaz escribía hace unos días, sopesando las posibilidades de que la rebelión social llegue a Siria que tres factores lo dificultan: un presidente bastante popular, unos servicios de seguridad eficaces y, sobre todo, la diversidad religiosa. En efecto, toda consideración sobre Siria -”un país que aplastó en los 80 por la fuerza el auge imparable y el levantamiento islamista-” debe considerar que una minoría, los alauíes (15%) están en el poder. No se trata de que todos los altos cargos civiles o militares lo sean y, de hecho, su papel como comunidad homogénea y asentada firmemente en el gobierno ha disminuido. Pero da una fortaleza al régimen que no puede ser desdeñada y una tupida red de lealtades que son incluso transfronterizas. Respecto a la popularidad del presidente Bashir al-Assad, lo es por la muerte de su hermano mayor, militar destinado a relevar a su padre, el general Hafiz al-Assad. Oculista de formación volvió de Londres a toda prisa, se metió en política, y lo ha hecho bastante bien: primero aperturista, luego modernizador a su modo (y el de su esposa, que le asiste socialmente muy bien), luego a la defensiva, luego manejando con soltura el espinoso dossier libanés y, en fin, con el aura de ser un país en la vanguardia de la resistencia a Israel, que ocupa su meseta del Golán desde 1967. Damasco gano su independencia del odiado Mandato francés en los 40 y dirigió mal la pérdida del Líbano, pero se mantiene y no se prevé que haya revueltas.