Diario de León
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León

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Marruecos es un ejemplo de tierra no árabe conquistada, arabizada e islamizada con total éxito. Su producción política y estatal, si vale decirlo así, es por completo autóctona y el reino, que siempre ha sido eso, un reino incluso bajo el largo colonialismo francés (terminado en 1956) dispone de una gloriosa historia militar, diplomática y cultural de la que España, sobre todo en Andalucía, conserva huellas patentes. Las grandes dinastías, almorávides y almohades en particular, son el ejemplo arquetípico. La vigente, la dinastía alauí, reina nada menos que desde el siglo XVII, lo que indica algo más que rutina y no puede ser ignorado al valorar la pura actualidad del reino a principios del siglo XXI. El rey Mohamed VI es todavía percibido por mucha gente como el genuino representante de ese pasado y las obvias carencias democráticas de su régimen, que tiene cedidos en propiedad al soberano las decisiones clave en los llamados ministerios de soberanía, tiene explicaciones -”no justificaciones-” históricas indudables. El rey es, sobre todo, el emir al muminim (el jefe de los creyentes) y su obra modernizadora, que es obvia por lo demás, siempre se detiene en esta frontera entre religiosa, familiar, dinástica y política.

Marruecos ha hecho ciertos progresos hacia la democracia, pero un sector amplioy tal vez al alza, de la población, singularmente joven, exige más libertades y más justicia social, no solo desarrollo industrial con aumentos del PIB que nadie siente en su casa.

El islamismo es, técnicamente, parte del sistema, del régimen y hasta de Palacio, pero lo cierto es que el Islam político de base popular no está en el parlamento porque se le rehúsa la condición de partido: es «Justicia y Caridad», una asociación fundada por el Ahmed Yassin cuyo potencial electoral es un misterio. Las posibilidades de contagio existen, pero también las posibilidades de resistencia del sistema y de flexible negociación desde el mismo.

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