Con un paleolítico institucional

Argelia puede ser considerada como el clásico «caso perdido». El régimen cree poder vivir de la gran epopeya que fue la guerra contra Francia para obtener su libertad nacional. De allí surgió el Frente de Liberación Nacional, con un partido único que, con un disfraz u otro y una retórica nacionalista, ha gobernado desde 1962. Pero cometió un error mayúsculo con el golpe militar contra los islamistas cuando el ejército canceló las elecciones que en enero de 1992 iban a dar la victoria al Frente Islámico, legalizado en el proceso de liberalización política que siguió a la muerte del coronel Bumedien y agitó varios años el panorama nacional. Fue inútil, porque en juego estaba la formación del gobierno y una mayoría parlamentaria, no la naturaleza misma del régimen, presidencial y sin peligro alguno de cambio, necesitado de un referéndum que los islamistas habrían perdido y, sobre todo, porque la poderosa y omnímoda seguridad militar, aún hoy el ogro omnipresente, se habría ocupado de impedirlo. Lo que siguió se llamó atinadamente «guerra civil a puerta cerrada» y costó casi doscientos mil muertos. El régimen se salvó, busco al solitario Buteflika, un héroe de la guerra y antiguo ministro de Exteriores, lo hizo presidente-¦ y ahí sigue. La contestación social ha conocido ya varias expresiones muy fuertes, la última en enero pasado y estos días ha habido grandes manifestaciones prohibidas que podría poner en apuros a un régimen que ha podido sobrevivir e industrializarse gracias a las rentas de su petróleo, pero vive en un paleolítico institucional indigno de su gente y de su historia. Los niveles de paro son de los más altos del mundo árabe (aunque tampoco los argelinos son exactamente o en su totalidad árabes) y los niveles de corrupción y de presión policial, también. Si hay un escenario de cambio potencial, ese sería Argelia, donde el inmovilismo no tiene razón de ser..