Diario de León

Don Carnal va de aquelarre

La festividad del Martes de Carnaval animó a los bañezanos a crear la conjura de los disfraces El mérito de los veinticinco años de Noche Bruja corresponde al pueblo. A aquellos que comenzaron a salir el lunes aprovechando la instauración de la

Los carros de supermecado, fundamentales para las vituallas de muchos grupos.

Los carros de supermecado, fundamentales para las vituallas de muchos grupos.

Publicado por
A. Domingo
León

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Veinticinco años de Noche Bruja en el programa de actos. Esa es la efeméride que se celebra este año, con un anunciado aquelarre con tambores para invocar a los espíritus más juerguistas con ayuda de algún trago de espirituoso. Pero habría que preguntarse si la noche más famosa del Carnaval bañezano, el mejor de la provincia a instancias turísticas oficiales -"de ahí le viene su declaración de Fiesta de Interés Turístico Nacional-", se fraguó en un programa oficial o si, por el contrario, fue el pueblo el que creó una fiesta para la que acuñó un nombre y, finalmente, éste acabó dentro en el orden del día de los actos en honor de Don Carnal, hijo predilecto de la ciudad por derecho propio.

La experiencia señala que la Noche Bruja, como otros actos de la mascarada, es hija de la espontaneidad del Carnaval bañezano, de su correr en tiempos de prohibición y de las fiestas en locales públicos y privados para las que los alcaldes de antes de la Guerra Civil dictaban bandos sobre el decoro que debía guardarse entre el desmadre.

La Noche Bruja no sabe de Franco ni de prohibiciones. En 1986, su primera celebración oficial, la democracia española había superado con éxito la farándula de Tejero y se vivía con libertad, sin necesidad de recurrir a cartas al Gobierno Civil en las que se solicitaba permiso para celebrar las Fiestas de Invierno (así se sorteaban trabas en los 70). Heredaba ese esconderse de la fuerza pública que, durante años, practicaron muchos, llegando desde su casa hasta la estación de tren, donde saludaban a los viajeros del Ferrocarril del Oeste con sus esperpénticos disfraces. De ahí que todo lo que buscara la Noche Bruja en sus orígenes no fuese otra cosa que estar junto a un familiar directo -incluso en primer grado, como la esposa o el esposo- o el mejor amigo o el grupo de camardas sin reconocerse. Pero la moda en los disfraces ya no obliga a ocultar la identidad y algunos tienen el descaro de mostrarla. Hoy, lo necesario para participar en la noche más cachonda de La Bañeza es disponer de un disfraz. Mostrarse en ropa de calle es, con plena certeza, hacer el más espantoso de los ridículos.

Fue Ramón Santoveña, concejal en 1986, el que introdujo la Noche Bruja en el programa. «Siendo realistas, nació por generación espontánea, gracias a los ciudadanos de La Bañeza, que, al ser festivo el martes, aprovechaban la víspera para salir por la noche». El delegado de fiestas -ahora disfrazado de oposición en el Pleno, al menos hasta la convocatoria de las elecciones municipales- no señala con seguridad si el término se acuñó antes, aunque recuerda que, por aquel entonces «un año organicé un concurso de disfraces de bruja, que ganó Maricruz González Santos, aunque habría que contrastarlo, en el que el aliciente consistía en un premio en metálico para el mejor traje». Si a Santoveña no le falla la memoria, el premio se situaba «alrededor de las 10.000 pesetas». En cuanto al año en el que se convocó el certamen para promocionar la Noche Bruja «debió ser por aquella época», hacia 1986, aunque, un cuarto de siglo después, los recuerdos se disipan, como disfrazados de fantasma.

En un resumen de la fiesta que publicaba Diario de León en 1986, firmado por Polo Fuertes, éste se refiere al lunes como «un día vulgar [...] Y por la noche... por la noche una bruja monta en su escoba y nos disfraza de cualquier cosa. Y salimos a la calle. Hace frío, mucho frío, pero no se nota, ¡quia! El frío lo trenzamos con serpentinas y matasuegras y nos hacemos una bufanda. Y bailamos y bebemos y bailamos y comemos sopas [...], bailamos y reímos [...], bailamos y comienza a nevar (pero es igual, ya parará), bailamos y bailamos y...». De la hemeroteca sale la presentación del programa carnavalero, que apunta la Noche Bruja como novedad en la agenda, «cargada de misterio y sugestión», con fanfarrias y orquesta y sopas de ajo a la 1.30 horas. Añade que por aquel entonces el tema espinoso de la mascarada era la contribución de los comerciantes a los gastos de Carnaval, que oscilaban entre 2.000 y 30.000 pesetas de entonces «en función de la rentabilidad del negocio» -¿era acaso una contribución especial sin obra ejecutada o construida de risas o se trataba de un impuesto revolucionario?-.

En otro artículo, Vicenta Cobo, explicaba que la Noche Bruja «partió de la necesidad de cubrir un espacio vacío que quedaba entre el desfile del domingo y el del martes, los días fuertes del Carnaval». En la noche del lunes, «sólo unos cuantos carnavaleros se disfrazaban por libre», señalaba la periodista. Pero aquella primera noche montada en escoba «incitó a cientos de bañezanos y gentes venidas de otros lugares a salir a la calle, disfrazados de mil quimeras. La plaza Mayor se convirtió en un espacio fantástico habitado por seres de las más extrañas especies», desde monstruos a personajes de la serie Falcon Crest . La televisión, el cine y la tradición inspiran los disfraces.

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