Diario de León

Lucha en Londres sobre ruedas

Los «rickshaws» y los «black cabs» se enfrentan en la ciudad inglesa Hace tiempo que los triciclos tan populares en Asia, recorren las calles de la capital como una alternativa de transporte simpática y ecológica, pese a

Un modelo de «rickshaws» usado en India puede alcanzar los 15 kilómetros por hora.

Un modelo de «rickshaws» usado en India puede alcanzar los 15 kilómetros por hora.

Publicado por
pedro alonso
León

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Los pedicabs , como se hacen llamar los rickshaws londinenses, empezaron a rodar por el centro de la capital en 1998, cuando el operador Bugbugs estrenó una flota de 18 ciclocarros con el noble fin de dar un empleo verde a jóvenes parados.

La idea fue un soplo de orientalización para el West End, el célebre barrio de los teatros de la ciudad, donde se apostan los bici-taxis al caer la tarde para ofrecer sus servicios al gentío de zonas tan animadas como Soho, Covent Garden o Leicester Square.

Las bocinas de los rickshaws se convierten entonces en un cantar de sirena que atrae a turistas y capitalinos que bien salen del teatro y requieren un desplazamiento corto, bien no encuentran un taxi para volver a casa tras una larga noche de juerga. Actualmente, esos chóferes, muy voluntariosos y dicharacheros, proceden de Latinoamérica (30 por ciento), Europa del Este (30%), Turquía (30%) y otros países (10%), de acuerdo con los datos de Bugbugs.

La verdad es que aquella idea de 1998 ha derivado en una industria cada vez más competitiva y lucrativa (los ciclocarros lucen ya publicidad) que cuenta con más de 20 compañías y unos 700 ciclistas que pueden ganar hasta 350 libras semanales (405,4 euros, 563,8 dólares).

Sin embargo, los black cabs , como se conoce a los taxis negros, nunca han visto con buenos ojos a sus colegas del pedal y luchan denodadamente por forzar su prohibición, a fin de mantener intacto el cuasi monopolio que disfrutan por ley en las calles de Londres. La aversión de los black cabs hacia los pedicabs echa chispas en la página de Internet de la Asociación de Conductores de Taxi con Licencia (LTDA), que subraya que, «aunque parezca mentira, en el Londres del siglo XXI existe un gran problema con los rickshaws . Mientras el Tercer Mundo hace todo lo posible para acabar con el último de esos degradantes artilugios impulsados por pedales, operadores sin escrúpulos obstruyen las calles de la Metrópolis con esas mismas bicis lentas que frenan el tráfico».

Los taxistas también acusan a los triciclos de emplear a inmigrantes ilegales, de cobrar tarifas abusivas y de ser un peligro por saltarse los semáforos a una velocidad de hasta 30 kilómetros por hora.

Aunque los pedicabs no han causado accidentes dignos de mención en Londres, los taxistas se afanan en recordar que en diciembre pasado un peatón se salvó de milagro de un atropello por un ciclocarro descontrolado que colisionó con un restaurante en Soho.

Cómo una guerra

La policía replicó con una redada, detuvo a seis ciclistas y requisó varios rickshaws trucados con baterías, que aumentan la velocidad del carrito y el riesgo de una circulación negligente.

La guerra entre el Goliat del motor y el David de los pedales tiene como telón de fondo el limbo legal de los «pedicabs», pues el sector carece de una regulación específica, mientras la Alcaldía de Londres y el Gobierno se pasan la «patata caliente» del problema.

En el 2003, el Tribunal Superior de Londres desestimó una demanda de la LTDA para imponer a los rickshaws un sistema de licencias y precios fijos como el de los black cabs , lo que en la práctica significaba condenar a los bici-taxis a la ruina, ya que no pueden competir en igualdad de condiciones con su «oscuro enemigo».

Frente al poderoso lobby de los taxis, los triciclos unieron fuerzas con la creación de la Asociación de Operadores de Pedicabs de Londres (LPOA), que se rige por un código de conducta voluntario que vela por proteger el negocio con seguros, dar entrenamiento a los chóferes y cotejar que toda su documentación está en regla.

La colombiana Mawa Rodríguez, administradora de la firma London Rickshaws, reputado miembro de la LPOA, admite que «no todos cumplen con las reglas», y aboga por una ley que regule y defienda a la «parte honrada de la industria».

Ajeno a ese vacío legal, el colombiano Arnold Acosta, de 25 años, lleva dos años pedaleado por el asfalto londinense para pagarse sus estudios de Ingeniería y asegura que ha sufrido la ira de los taxistas, pues algunos «son groseros y te cierran el paso».

Acosta tiene su propia teoría sobre la pugna con los taxis: «Yo creo -”razona-” que es envidia, porque me parece a mí que las personas se divierten más en una bicicleta que en un black cab».

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