Diario de León

La city, paraíso fiscal

La telaraña londinense

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León

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La City de Londres, esa área de poco más de 3 kilómetros cuadrados que es el centro financiero de la capital, es al mismo tiempo núcleo de una vasta telaraña de paraísos fiscales que son o fueron hasta hace poco parte de la Corona británica, afirma el periodista Nicholas Shaxson en un libro revelador.

Como una araña atrapa los insectos en su red, la sigilosa pero altamente eficiente red de la City capta capitales en muchos casos hurtados al fisco en sus respectivos países o robados a sus pueblos por dictadores como Gadafi, Mubarak o Ben Ali, por nombrar sólo a los que son últimamente noticia de primera plana.

Tal es el símil que utiliza Shaxson, periodista financiero y experto en paraísos fiscales, en su libro Treasure Islands » ( Islas del Tesoro: Paraísos fiscales y los hombres que robaron al mundo ), publicado por Bodley Head. Es un libro de meridiana claridad que destripa los trucos contables que permiten mediante transferencias internas a bancos y compañías multinacionales evadir impuestos hasta extremos escandalosos.

Aproximadamente un 60 por ciento del comercio mundial se desarrolla actualmente a través de las corporaciones multinacionales que, para no pagar impuestos, hacen aflorar sus beneficios en paraísos fiscales y cargan en cambio sus costos en países de elevada fiscalidad, según el libro de Shaxson.

Los gobiernos del G20 hablan continuamente de la necesidad de combatir la fuga de capitales, pero, como denuncia Shaxson, no mencionan algo, sin embargo, obvio: a la fuga de capital de un país corresponde siempre el refugio de ese dinero en otro.

Una de las partes más interesantes del libro es la que documenta históricamente los esfuerzos llevados a cabo tanto por el Banco de Inglaterra como por el conjunto de la City de Londres para desregular el sector financiero, algo que comenzó mucho antes del famoso Big Bang de 1986 bajo la conservadora Margaret Thatcher.

Un antes y un después

El gran cambio se produjo unos treinta años antes, en plena guerra fría, con la introducción del llamado «eurodólar». Los soviéticos, entre otros, no querían tener muchos dólares en EE.UU. por temor a una eventual confiscación, pero tampoco deseaban invertir en libras esterlinas.

El Banco de Inglaterra presionó entonces a favor de la desregulación financiera, lo que propiciaría la llegada masiva de dólares de todo el mundo a la City de Londres, recuerda Shaxson en su libro.

Añade que si en 1959 había 200 millones de dólares en depósitos en la capital británica, en 1970, el «euromercado» tenía ya un valor de 46.000 millones y en 1997 casi el 90 por ciento de los préstamos internacionales se hacían a través de ese mercado.

El «euromercado» se extendió rápidamente a partir de la City a las islas del canal -Jersey, Guernsey- o la de Man, a Gibraltar, a las plazas financieras del Caribe inglés (Bermudas, Caimán, a Asia (Hong Kong, Singapur) y hasta a algunos atolones de Pacífico.

En 1981, EE.UU. resolvió que, ya que no podía luchar contra esos centros «offshore», lo mejor era subirse al carro, para lo cual creó la International Banking Facility, que permitía a sus bancos ofrecer créditos y otros servicios financieros a extranjeros libres de requerimientos en materia de reservas o de impuestos, de acuerdo con el libro.

Shaxson analiza el papel que ha desempeñado históricamente la City de Londres en esos esfuerzos desreguladores y documenta el fracaso de los políticos laboristas que trataron en su día de abolir la Corporación de la City por su anacronismo antidemocrático.

Es ésa en efecto un extraño enclave que tiene su propio alcalde, distinto del de Londres y en el que votan no sólo los ciudadanos, siempre a título independiente porque en él no hay partidos políticos, sino también bancos y empresas.

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