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León

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La crisis en Libia ha evolucionado rápidamente de una genuina revuelta social y política inducida por el contagio tunecino-egipcio a una embrionaria guerra civil y ha devenido en una especie de caso para una escuela diplomática: qué hacer con ella en el contexto geopolítico regional e internacional. Hay opiniones para casi todos los gustos y, de entrada, un hecho relevante: los Estados Unidos han optado por un perfil bajo y miran a sus socios europeos como factores centrales en la elaboración de las fórmulas y en su eventual aplicación.

Washington ha subarrendado la gestión del grave conflicto y eso ya es noticia y traduce de entrada al menos un par de cosas: la Casa Blanca está escarmentada con sus aventuras exteriores y más si se desarrollan en un escenario árabe y no quiere verse en la situación poco envidiable de forzar nada en el Consejo de Seguridad, donde acaba de pasar por el bochorno de censurar a fondo la política israelí en los territorios palestinos-¦ antes de vetar en completa soledad una resolución del Consejo al efecto. Allí, en Nueva York, Gran Bretaña y Francia han redactado un borrador de resolución para crear una zona de exclusión aérea en el espacio libio y quieren vendérselo a Rusia y China, poco receptivas hasta ahora.

La idea misma de tal zona, destinada a neutralizar a la aviación libia y aliviar así la inferioridad militar de los rebeldes, no suscita mucho entusiasmo en Washington, donde llama la atención la frialdad del Pentágono, cuyo jefe, Robert Gates, hizo saber en seguida que establecerla significará destruir la defensa antiaérea libia, bombardeos y eventualmente bajas. Su clara preferencia por otros medios fue indicada por su portavoz Geoff Morrell, quien declaró en su nombre que «el asunto se mueve más y más hacia un registro político y diplomático». Y Hillary Clinton dijo que esa tibia intervención militar, debe venir de una resolución del Consejo de Seguridad», donde es improbable la adopción de un texto realmente ejecutivo, como se probó en 1991 con la resolución 688, una simple exhortación a Irak a que se portara bien con los kurdos-¦ antes de que la fuerza aérea anglo-británica impusiera una zona de exclusión por su cuenta. Hoy, inimaginable.

La Otan, por la boca del secretario general Rasmussen, dice lo mismo: a) necesidad absoluta de la intervención; b) luz verde de la ONU; c) consenso árabe. Así, pues, la beligerante es ahora Francia, con un Sarkozy activo, guerrero y solo y un Obama discreto dejando la iniciativa a otros. El New York Times del miércoles resumía bien la situación en Washington: hay allí «mucho desacuerdo sobre cómo proceder».

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