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josé zapico canga

acordeonista. panadero. empresario. tuvo una línea de autobús urbano en la república dominicana. el bierzo, asturias y el caribe bailaron a sus acordes

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León

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La tarjeta de visita reza: «José Zapico Canga. Acordeonista. Calle tal y cual, Vega de Espinareda, León». Pero no dice nada de que una de sus empresas ayudó a construir, en Torre del Bierzo, el que en su día fue el mayor terraplén de Europa. Nada de que tuvo en concesión una línea de autobús urbano en Santo Domingo, capital de la República Dominicana, donde se quedó a vivir nueve años y salió en todas las televisiones. Ni siquiera que una vez pasó el puerto de Lumeras con una inmensa nevada, acordeón al hombro, y uno de los que le acompañaban, que se casaba al día siguiente, a punto estuvo de morir, agotado como iba después de haberle ido a buscar andado hasta Fabero para que tocase en su boda.

Las tarjetas de visita dicen bien poco de las personas.

Zapico, como es conocido en toda la contorna, nació en Turón, en la cuenca asturiana, hace 83 años. Con 13 la familia se traslada al Bierzo Alto, al calor de otras minas. Con 17 miente sobre su edad y entra como ramplero («antes se falsificaba los años para entrar, ahora para salir», anota), pero un costero a punto estuvo de matarlo y gracias que pudieron meterlo en el economato de panadero, cinco años trabajando madrugadas.

Ya de rapaz, en Mieres, miraba embobado un pequeño acordeón de botones que tenía el barbero colgado de la pared. El instrumento se le metió entre ceja y ceja y de ahí no salió. «Un acordéon de 120 bajos costaba 6.000 pesetas y yo ganaba 130 al mes. Así que me decidí por otro de 32 bajos, de 3.200 pesetas. Aun así, ¿cómo conseguirlo? Con un hermano pedí a la empresa dinero por adelantado, 2.000 pesetas él y 1.000 yo. Nos preguntaron para qué las queríamos, él dijo que para comprar muebles y yo, que era para una gabardina».

Compró su primer acordeón en Ponferrada un 21 de marzo y el 30 de mayo ya sacaba las canciones. Talento natural. Tocaba en bodas por 30 duros. Y comenzaron a llamarlo de todas partes. Ganaba más que en la panadería pero el instrumento se le quedaba pequeño, ansiaba el de 120 bajos, una decena de kilos de peso. Por mediación de un cuñado encontró un prestamista -”que aún vive, y que volvió a ver hace poco-” y ya con él a la espalda comenzó a recorrer los valles, solo o con Los de Prado, la Orquesta X de Cacabelos, su propia Orquesta Zapico....

Las revueltas de la vida lo llevaron de regreso a Mieres, donde tuvo taberna, mas su fama había traspasado ya el Cordal y seguían llamándolo para tocar. Formó a muchos acordeonistas en Tineo -”tiempos de la Orquesta Horizonte-”, y allí compró un camión que, poco a poco, le condujo al mundo de la construcción y el transporte. Un viaje a Santo Domingo le hizo ver las posibilidades de aquel país y se metió con una línea de autobuses que no fue del todo bien aunque, eso sí, le abrió las puertas de toda la jet set del país, que adoraba sus boleros y sus tangos. Una vez tocó siete horas sin parar. ¿Y no cansaba? «Teniendo una copina de vino, al lado, no canso». Uno le dijo: «Casi marcha, porque si sigues aquí, Santo Domingo va a quedar lleno de Josines ...».