San miguel de escalada
Recostados en una suave ladera, dentro de la histórica ruta marcada por el padre Esla, duermen los restos del que fue Priorato de Escalada
Restos que a pesar de haber sido minimizados en su antigua extensión, sorprenden por su pureza, por su grácil factura, y sobre todo por ser una de las mejores muestras universales del arte mozárabe.
Pero aunque su antigüedad se remonta al siglo X (913), el que fue priorato medieval, se asienta sobre los cimientos de una antiquísima iglesia pueblerina, que bajo la advocación del Arcángel San Miguel, se encontraba probablemente edificada desde los albores del Cristianismo en España.
El Padre Risco, después de leer una lápida que se hallaba sobre una puerta del monasterio, en el año 1786 -”hoy en lugar desconocido-”, nos hace el siguiente comentario: «Sábese que el primero y antiquísimo templo dedicado al glorioso Arcángel fue bastante reducido, y que habiéndose arruinado, estuvo así hasta el reinado de don Alfonso III (866-910). Por este tiempo huyeron de Córdoba algunos monjes con su abad Alonso y vinieron al reino de León, donde podían vivir libres del furor de los árabes. Éste, pues, que acaso es el mismo que fundó el monasterio de Sahagún, tomó posesión con sus compañeros de aquel lugar de San Miguel de Escalada, y levantó sus ruinas haciendo una pequeña iglesia. Creciendo luego el número de los monjes se fabricó en doce meses un hermoso templo que se consagró en el año 913, reinando don García, hijo de don Alonso III».
No pudieron los monjes cordobeses de la Orden de San Benito, al huir de las persecuciones de Abderramán III -”según deja narrado un escritor contemporáneo-” refugiarse en lugar más a propósito para satisfacer sus únicos placeres, que consistían en contemplar desde las soleadas galerías de los conventos una alameda rítmica, un río claro y lento, una fértil vega, un horizonte extenso cerrado por una cadena de montañas...
Priorato de la Abadía de San Rufo de Francia
Poco más de dos siglos permaneció San Miguel de Escalada con el rango de Abadía, y disfrutando de unos Fueros especiales que les permitían «roturar montes, abrir y desbrozar campos eriales, formar núcleos de población y transformar la comarca en su alrededor». El caso es que sin mediar circunstancia alguna que históricamente nos aclare la decisión, el Emperador Alfonso VII y su hermana doña Sancha expidieron una Carta de donación de la célebre Abadía de los canónigos Reglares de la Orden de San Rufo , convirtiendo de la noche a la mañana, este rango de Abadía, en priorato de la mencionada Orden.
Este extraño cambio, atribuido solamente a la política religiosa que la Corona mantenía con las poderosas Órdenes francesas, se negocia en Arévalo el día 16 de diciembre de 1155, y el Códice 712, que pudimos consultar en la Biblioteca Nacional, lo recoge de la siguiente manera: «En el Reino de León, en tierra que es del Almirante, hay un monasterio que fue de canónigos reglares, aunque al presente no los hay, más que un Prior. Fue Priorato de la Abadía de San Rufo de Francia. Dícese San Miguel de Escalada. Todo consta por un privilegio que se halla en la dicha casa escrito en pergamino en lengua latina; y en él el Emperador don Alonso, que se intitula «Imperatur Hispaniae» y la reina doña Sancha su hermana, hace donación al dicho convento de San Rufo de Francia y a los canónigos y Prior que vinieren a San Miguel de Escalada, de los lugares de San Miguel y Valdabasta, Cañones, el Aceña, Sahelices del Payuelo, Villalquite, Villamoros y otros veinte lugares en aquel distrito que posee el Almirante y el marqués de Astorga y Gabriel Núñez de Guzmán, con todos sus distritos y pertenencias por remedio de sus ánimas...»
La vida monacal de este Priorato, tan sólo fue rota dos meses como consecuencia del cerco que sufrió la villa de Rueda del Almirante en agosto del 1355. Pedro I -”el «Cruel» para la Historia-” se había hecho fuerte en las inmediaciones de Escalada, y en la refriega -”parece ser que de manera fortuita-”cayó el Prior con algunos canónigos del convento, quedando un solo monje que optó por refugiarse en la Abadía de San Rufo hasta que cesasen las hostilidades.