josé muñiz alique
La lista de don josé
Salvó a muchos del paredón de fusilamiento. su padre se pasó trece años escondido en un pajar. Procurador de los tribunales, este martes se convierte en centenario. Es pura memoria de León
La verdad es que mi padre, con su sombrero de fieltro ladeado al estilo Humphrey Bogart, parecía, más que un Procurador de los Tribunales, un agente federal de la época de Elliot Ness». Pepe Muñiz recuerda así la estampa de su padre José Muñiz Alique, pura memoria leonesa que este martes próximo cumple 100 años con la cabeza despejada y los ideales intactos.
La historia de Don José es movida y extremada como el propio tiempo que le tocó vivir. Nacido en 1911 en una casa capitalina de aquellas que había con huerta y jardín camino de La Granja, su padre era Sixto Muñiz, militar natural de Villacete de la Sobarriba, uno de los 'últimos de Filipinas' casado con Agustina Alique, de Alcalá de Henares, que había vivido en la misma casa en la que naciera Cervantes. Sixto combatió en Marruecos, estuvo en la guardia personal de Alfonso XIII cuando el famoso atentado, y en 1936, fiel a sus ideas republicanas, se fugó, sabedor de cómo se las gastaban los del bando vencedor con los del opuesto. Huyó por los cuestos de la Candamia y en Represa del Condado fue acogido por un matrimonio de labradores en el pajar, donde prepararon una habitación oculta con hierba. Acertó, porque el alcalde Miguel Castaño, el delegado de Trabajo Fernando Morán, el comandante del Regimiento de Infantería Capitán Lozano, el presidente de la Diputación Ramiro Armesto y así hasta una veintena de personas reunidas en el Gobierno Civil fueron detenidas y fusiladas. Sixto, como Capitán de Seguridad, formaba parte también de esas 'fuerzas vivas'.
«Sólo salía de noche, y alguna vez, andando por los campos, llegaba hasta León para ver a su mujer -"cuenta José-". Durante su 'exilio', el capitán Sixto Muñiz se entretenía decorando todas las vigas de la casa de los labradores con motivos florales y animales. Se podría decir que era la 'capilla Sixtina' de Represa del Condado».
Su hijo José Muñiz Alique había empezado a ejercer la profesión de Procurador de los Tribunales poco antes de 1936. Y, paradojas de la vida y de la guerra, fue destinado al frente babiano de Vega de Viejos como 'secretario de causas' por sus conocimientos de leyes mientras su padre huía monte a través. Fue entonces cuando el joven José Muñiz tuvo la valentía y la generosidad de salvar gran cantidad de vidas, «minorando los cargos o cambiando los informes sumariales de la lista en la que figuraban gentes del lugar a quienes se consideraba sospechosas de ser contraria a las ideas del bando dominador», explica.
Después, la Guardia Civil presionaría constantemente a Agustina para que 'cantase' el lugar en el que se escondía su marido. Pero ella no se doblegaba ante nada. Es más: un hermano de José Muñiz, Sixto, con 17 años, fue detenido y llevado a la prisión de San Marcos como rehén. «El abuelo tenía aún algunos amigos militares y tanto les insistió la buena mujer que, un día, el jefe de la prisión le dijo: 'Agustina, paga una multa de 800 pesetas y veremos si se puede hacer algo. Y ella empezó a reunir el dinero en monedas de diez céntimos, las 'perronas', esas monedas de cobre que se usan hoy para jugar a las chapas. Pesaban tanto que hubo que transportarlas en carretillo, metidas en un saco, hasta la cárcel. Cuando el jefe de la prisión la vio, dijo: '¡Agustina, pero qué me traes ahí! Anda, llévate a tu hijo y el carretillo con todo eso'».
En el año 1949, y tras muchas conversaciones con el gobernador militar, consiguió José acordar la entrega de su padre, que posteriormente fue absuelto en Consejo de Guerra celebrado en Valladolid. Con un ganado prestigio en su profesión, José Muñiz Alique ha venido siendo enormemente apreciado por magistrados, jueces, secretarios, abogados y clientes, tanto por su talento profesional como por su calidad humana.
Cuando algún compañero o amigo le preguntaba: '¿José, cómo no inviertes en esto o en esto otro?', él solía sacar la cartera, enseñaba la foto de su familia, tan numerosa, y decía: «¡Mira, aquí tienes mi inversión!».