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MINA VELILLA ESPINIELLA

La reina de los cocidos

Mina empezó en aquel mesón tan recordado, 'el del burro', donde por cliente estuvo hasta manolete. allí aprendió a elaborar su espectacular y rotundo cocido leonés

JESÚS F. SALVADORES

Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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Reina Mina -"así sin más, Mina como suena, como su restaurante de la calle Misericordia, en pleno Barrio Húmedo-" sobre mares de garbanzos, palacios de costilla y tocino, columnatas de chorizos y alfombras de dorado relleno. Miles de cocidos han salido de sus expertas manos, sorprendiendo -"incluso abrumando-" por cantidad y calidad a los inexpertos y satisfaciendo, una y otra vez, a los reincidentes.

Mina lleva toda la vida detrás de las ollas y los pucheros. Al fondo del local, tras lo alto de una escalera, se extienden sus dominios, siempre ahumados y sazonados de sal y pimentón, y allí, armada con cuchara de palo, pone firme la carne y tiernos los fideos. Tuvo Mina buenos maestros y sus espaldas soportan muchas horas de vuelo pilotando con brío los fogones.

Nacida en San Andrés del Rabanedo, su padre era molinero en el famoso molino de los hermanos Velilla, que aún permanece en pie, su abuelo era zapatero y su abuela regentaba un bodegón donde ofrecía contundentes condumios. Con ella comenzó una saga que ha venido deparando muy deliciosos momentos a los amantes de la gastronomía popular. Bien jovencina se fue Mina a vivir con una hermana de su madre, Clotilde, que regentaba la taberna-restaurante de don Eduardo Santos -más conocida como la del Burro - que estaba justo en la esquina de Misericordia con la plaza de San Martín.

«Mi tía cocinaba muy bien, y allí a su lado aprendí mucho», explica Mina, quien recuerda cómo a aquel bar acudían vecinos y personajes muy conocidos, de dentro y de fuera de la ciudad. «Domingo López, el minero ; Alberto, el gochero ; Lubén; Ramón Solís, el ingeniero de la luz; el padre de Zapatero, y muchos más. También estuvo Manolete con el gobernador el día que dijo que iba a inaugurar la nueva Plaza de Toros de León. Pena que poco después le cogiera el toro en Linares».

Era aquel León del vino y el vermú de mediodía, de nutridas peñas que atestaban cada chigre, muchas veces guitarra en mano, en paseíllos que solían acabar entre jarras de vino y cazuelas de sopas.

«Íbamos al mercado de ganados y comprábamos entre ochenta y cien chivos para salar y curar la carne. La cecina se vendía todo el año», recuerda Mina.

Pero los días grandes eran los sábados, con toda la gente de los pueblos acudiendo en masa al mercado de la plaza. Ataban los burros a la puerta o en el gran patio empedrado que tenía aquella casa y allá entraban los aldeanos a dar buena cuenta de los cocidos, sí, pero también «de la carne guisada, del congrio, de la cecina de chivo, también hacíamos paella, de las morcillas y de toda la matanza, del queso curado en aceite, de los pimientos que traían del Bierzo en grandes botes, envasados por particulares...».

Tras la jubilación de su tía, Mina puso, en el año 1980, un restaurante con su nombre en San Andrés donde los cocidos siguieron bullendo y alimentando a legiones de reclutas del cercano cuartel y a altos mandos que llegaban con coche oficial y escolta. También tuvo por clientes al incombustible Anguita y al joven ZP. El 16 de enero de 1991 (primera Guerra del Golfo), decidió Mina regresar al Barrio Húmedo, puesto que el trasiego diario de León a San Andrés empezaba a hacerse duro. Muy cerca del ya cerrado y tirado El Burro estableció sus reales. Y allí prosiguió su labor de saciar los estómagos con ese suculento y rotundo cocido leonés cuyos secretos no son otros que la materia prima y la falta de prisa. Dice con un brillo en los ojos: «En otros sitios lo dan todo cortado y lavado. Aquí no, hijo, ¡aquí el cliente mete el cuchillo y corta lo que quiere!». Y esa es su filosofía.