jornada electoral
Lo que queremos de los candidatos
HAY QUE PEDIR PERDÓN A LAS ALTURAS PARA TODOS AQUELLOS QUE HAYAN PROMETIDO LO QUE SABÍAN QUE NO PODÍAN DAR
DLa campaña ha sido agotadora. Un amigo mío, que se presenta bajo el amparo de una de las catorce siglas que anuncian al galimatías leonés, me decía ayer, día de reflexión, que estaba sacando una media de tres horas de sueño, y unos dos supositorios diarios de bismuto para engrasar las cuerdas vocales. ¡Pero lo que no aguanto! -me grita de pronto- es que los de la alternativa número trece, que bien seguro se van a coaligar con quien les eche el hueso más jugoso, nos hayan tapado los posters de nuestro líder, que además -y sin pasión alguna- es mucho más aparente que el suyo.
Nosotros, por aquello de que nunca se sabe, y de que las urnas son a veces tan caprichosas que dan al traste con los sondeos mejor elaborados, no quisimos llevar la contraria en ningún momento al estresado candidato. Hay veces que aunque sólo sea por un «quítame allá esas multas», es conveniente conservar amistades hasta en el infierno.
Y es que no se puede con ellos. A la hora de establecer las listas, ya se empiezan a putear los puestos, después de consolidados, con el macuto lleno de resentimientos, y el ataúd bien precintado para no escuchar los lamentos de los cadáveres que un día sirvieron, comienzan la precampaña, esa martingala donde nadie respeta las restricciones impuestas, y en la que todo el mundo pregona una campaña limpia y un respeto a los insolentes de la diestra o... de la siniestra, según desde la opción que te toque vocear esta vez.
Después viene la campaña, cuando los nervios, hechos ya unos zorros, y la espuela del contrario apretando en los ijares, el único bálsamo para el señor candidato es dar con la palabra clave para zaherir al homólogo de la formación más cercana, a la que por razones de cierta afinidad o competencia económica, se pudieran desviar los votos que tanto trabajo le está costando conseguir y que le parecen ser suyos por derecho divino.
Por eso, sin sentirme, ni mucho menos, portavoz de nadie, sino un eterno defensor de las esencias leonesas, que un día crearon escuela, sentaron estilo, y abrieron caminos, me atrevo a solicitar de nuestros aguerridos luchadores políticos que han dejado la piel en estos días y nos han asombrado a todos con su enorme habilidad para ofrecernos desde sus chisteras la mítica Jauja, que tengan en cuenta, que a partir de mañana, cuando de 378 aspirantes, no queden más que 27, los leoneses les vamos a exigir lo siguiente:
-Que nuestra ciudad, tan programada últimamente para los grandes fastos de un desarrollo integral, reciba el mimo y el apoyo de quienes ocupen las poltronas correspondientes, sean de la opción que sean.
-Que el tráfico rodado, ese monstruo que nos ahoga, nos deprime, nos invade, nos poluciona, nos mata y nos agobia, sea regulado racionalmente, con la seguridad de que sigue en vigor el tópico popular de «a grandes males, grandes remedios», pues por muy traumáticas que parezcan las medidas, cada ciudadano renovará la confianza en la Corporación que sepa devolverle la tranquilidad, la paz, el oxígeno, los espacios y los decibelios que se deben a su condición humana.
-Que los jardines públicos, ese caramelo electoral tan sabiamente manejado, tan astutamente prodigado y tan costosamente mantenido, no sean en determinadas horas refugio de «chorizos», escondite de «yonquis», contenedor de jeringuillas y amparo de quinceañeras fogosas acosadas por el sátiro de turno.
-Que nuestra ciudad, protagonista de uno de los más densos capítulos de la Historia Nacional, sea potenciada en proporción a lo que merecemos y a lo que los demás esperan de ella, protegiendo lo que nos queda, restaurando lo que se degrada, liberando lo que está escondido, eliminando los pegotes y promocionando el conjunto resultante.
-Que el honrado y pacífico currante, tan necesitado del sueño que repare sus diarios desgastes en el tajo, pueda tener la seguridad de no ser violentamente interrumpido: por los alaridos de una cierta juventud desaforada; por los estruendosos escapes del acelerado motarra; por los desbocados bafles que vomitan el ritmo infernal de moda en el «pub» de enfrente.
-Que la información al ciudadano, en ruedas de prensa o entrevistas concertadas, sea lo suficientemente clara, directa, sencilla, natural, fluida, cierta, verídica, contrastable... para no dar lugar a bulos, ambigüedades, confusiones, dimes y diretes, y decepciones, y, por supuesto, no esperar al bombardeo, al empacho, a las contradicciones, a las utopías y a los dardos envenenados de las vísperas de las elecciones.
-Que los barrios y las asociaciones de vecinos, tengan un protagonismo real a la hora de programar y proyectar los objetivos que les distinguen y enriquecen el acervo popular. Su colaboración debe estimarse en todo su valor y como muestra de una pluralidad aceptada con verdadero talante democrático.
-Que la acción cultural, que sistemáticamente se está dejando en manos de instituciones privadas o de organismos estatales, reciba un tratamiento de privilegio desde la esfera municipal, creando más bibliotecas; organizando conferencias, mesas redondas, concursos; apoyando ediciones populares sobre temas leoneses y fomentando talleres de artesanía genuinamente local.
Por último, y desde mi condición de cándido elector, pedir a las Alturas el perdón para todos aquellos que hayan prometido lo que sabían que no podían dar, porque la penitencia se la vamos a imponer los cada vez más mosqueados sufragistas, y esta vez, hasta los apetitosos dividendos municipales se van a quedar cortos para aspirinas.