arquitectura de aquí
El 'lifting' de un pueblo
Tiene un nombre tan largo como pequeño, recoleto y hermoso es el pueblo. Colinas del Campo de Martín Moro Toledano está siendo, poco a poco, ejemplo de cómo pueden obtenerse muchos beneficios sociales sólo con cuidar la arq
Hay que respirar hondo tanto para llegar a él como para pronunciar su nombre completo. En ese Bierzo Alto de espíritu barrenista, montañés y cazador, tras las vueltas y revueltas del camino, anida en el fondo de un valle y a la sombra del gran Catoute un pueblo sorprendente. Es Colinas del Campo de Martín Moro Toledano, pasando Igüeña, allí donde la carretera ya no puede más y a donde sólo llega aquel que realmente quiere llegar.
Aldea -como todas las de nuestra montaña- habitada por puros superviventes desde la noche de los tiempos, en la que el centeno, las cabras y vacas, y el prado de siega, mucho trabajo para tan poco fruto, era el pan nuestro de cada día, Colinas del Campo -versión reducida- está sabiendo adaptarse a los nuevos tiempos de forma creativa y eficaz, y lo está haciendo de la mano del respeto hacia la arquitectura tradicional. En este mundo rural leonés en el que, por desgracia, el denominador común a la hora de construir o rehabilitar viene siendo -desde la ruptura con el modelo popular acaecida entre los años sesenta y los ochenta-, la anarquía, el que cada cual haga lo que desee sin tener en cuenta los materiales, las formas, las tipologías de antaño, el ejemplo de Colinas del Campo es suficientemente significativo. Y así, aunque aún se ven algunos cables, postes y muros de fibrocemento y ladrillo, se aprecia un muy apreciable esfuerzo por incluir la piedra, la losa y la madera a la hora de rehabilitar o construir de nuevo, caminando hacia un conjunto más homogéneo y armónico que seduce al visitante y mejora la calidad de vida del residente.
«Yo creo que en Colinas ha sucedido que un grupo de personas innovadoras que procedían de otros lugares, aunque con orígenes familiares en el pueblo, comenzaron a recuperar las construcciones con un sentido estético que los habitantes de siempre no habían percibido -argumenta el experto en arquitectura tradicional leonesa Javier Callado, buen conocedor de la localidad-. Los innovadores transmitieron un valor añadido al pueblo, que atrajo a nuevos vecinos y provocaron la transformación progresiva de las casas».
Y si, por desgracia, en muchas poblaciones se ven chalets impersonales que podrían colocarse en cualquier sitio del mundo, bloques de pisos en pleno medio rural, o materiales industriales sin orden ni concierto que afean espléndidos entornos riberanos o montañeses, aquí se está optando (como en Castrillo de los Polvazares, como en El Acebo, como, poco a poco, en Peñalba o en Lois) por respetar formas, colores y materias con el fin de inspirar, en propios y extraños, positivas sensaciones de armonía y de pulcritud.
«Los beneficios son de orden social, económico y psicológico -continúa Callado-. Beneficio social porque se ha recuperado la población, sea permanente, sea estacionalmente, en un lugar que de otro modo hubiese quedado desierto. Beneficio económico porque el valor inmobiliario de cualquier bien en ese núcleo se ha multiplicado por mucho. Y beneficio psicológico porque, en lo que atañe al orgullo colectivo, Colinas del Campo ha pasado de ser un lugar primitivo, mísero y ruinoso a un lugar al que la gente desea volver, un pueblo del que vanagloriarse, un ejemplo de lo que entre todos se puede alcanzar».
¿Proteger o concienciar?
Pero, ¿qué es más necesario?, ¿que sean los municipios quienes se encarguen de fijar unas leyes precisas con el fin de cuidar su arquitectura, o que los propios vecinos adquieran sensibilidad respecto a este asunto y actúen por sí mismos? Para este investigador, autor de libros como La incógnita leonesa y de la exposición itinerante El corredor en la arquitectura popular leonesa , «ambos aspectos son imprescindibles». «Que un pueblo alcance un grado de armonía constructiva requiere de normas para orientar y prohibir. No se puede admitir que valga todo porque un solo edificio mal trazado puede echar por tierra el trabajo de toda una comunidad en pueblos pequeños, como las aldeas típicas leonesas», asevera. «La sensibilidad de los vecinos es importante en el grupo de innovadores. El resto va adoptando el nuevo punto de vista cuando ve los resultados», concluye Callado.
Por su parte, la propietaria de uno de los establecimientos hosteleros de la localidad precisa que aún queda mucho por hacer, ya que, si es verdad que hay barrios y grupos de edificaciones correctamente restaurados, se han dado casos de viviendas que incluyen materiales de tipo industrial que distorsionan el conjunto. Mucho tuvo que ver, a su juicio, un Plan Especial de Urbanismo que, a imagen y semejanza de otros, se ha procurado aplicar desde el municipio, aunque esta empresaria echa en falta que «jamás» se vean por el pueblo inspectores u otros funcionarios encargados de velar por el cumplimiento de esa misma normativa, de manera que las infracciones sean sancionadas. Un problema, el de la falta de vigilancia y de seguimiento de una ley que sí suele existir, que en realidad es común a la mayoría de comarcas rurales leonesas.
De todas formas, los esfuerzos de los vecinos en la dirección de la armonía y de la homogeneización arquitectónica ha dado positivos frutos, y buena prueba de ello son las cuatro casas rurales y de alquiler, y los dos restaurantes, existentes en una población de no más de 80 vecinos. Algo en lo que también influye, cómo no, el sugestivo paisaje que lo rodea, allí donde la cordillera cantábrica se engarza, en una sucesión de verdes valles, cumbres, campas y vallinas, con los Montes de León. De hecho, en las cercanías del pueblo se divisó y fotografió, hace cuatro años, un intrépido oso que ha sido visto en otras ocasiones. Para la citada empresaria local, cuyo establecimiento lleva nueve años abierto en Colinas, la crisis, como en todas partes, también se está notando en este rincón, sobre todo si se compara con hace un par de años, cuando la afluencia de visitantes a caminar y comer era realmente grande. Aún así, el pueblo sigue vivo -no todos pueden decir lo mismo- y la gente continúa acudiendo atraída por su gastronomía, su paisaje montañés... y lo guapo de su caserío.
Todo un ejemplo para los cientos de pueblos leoneses que buscan una salida a la despoblación y al olvido. La receta: volver, en la medida de lo posible, a lo de siempre. También en las casas.