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carlos sarabia

El fabricante de tiempo

Le puso a su taller relojería chao para aprovechar el tirón de un tío suyo que tenía en madrid cuatro casetas de estilográficas. en cinco metros cuadrados fabrica y repara tiempo. y nunca tiene prisa

jesús f. salvadores

Publicado por
emilio gAncedo
León

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El tiempo nace en un diminuto cubículo de apenas cinco metros cuadrados, plaza de la Inmaculada esquina con Gran Vía de San Marcos. Quien lo fabrica es un hombre afable, paciente y alegre que va engarzando los segundos y los minutos con sus pinzas y tenacillas y luego los vende a módico precio a sus clientes para que éstos los usen como quieran: con el tiempo comprado en Relojería Chao puedes escribir una novela, comprar el pan, dormir a pierna suelta, y un montón de cosas más.

El fabricante de tiempo se llama Carlos Sarabia y nació hace 65 años en la leonesísima calle de Santa Marina. Una persona así ha de nacer por fuerza en lugar de realengo. Sarabia aprendió el oficio de engarzar una décima tras otra hasta componer largas y hermosas ristras de horas gracias al ejemplo de su padre, asimismo relojero, y después en los diversos establecimientos en los que laboró (entre ellos, Cronos o Luis Delgado). Una vez aprendidos los complejos y secretos rudimentos que ponen en marcha la rueda del devenir, decidió Carlos Sarabia instalarse junto a un compañero, pero la cosa no funcionó bien, rompieron la relación y él emprendió la tarea de buscar un lugar nuevo desde el que producir sus brillantes, pulidos, relucientes lapsos de tiempo a estrenar.

Un buen día encontró lo que había sido el portal de acceso a la Clínica del Doctor Navas, que había quedado libre, y allí instaló su instrumental. «Pensé que sería algo transitorio, una temporadina, pero mira, continúas, continúas... hasta que ya te quedas», susurra Sarabia, tranquilo, sosegado, sabedor de que la prisa es mala consejera porque no sirve de nada y todo acaba llegando y hasta pasando de largo. Y así han venido pasando 41 años de trabajo preciso y minucioso, rodeado de engranajes, ruedecillas y correas, empleando herramientas de aspecto casi quirúrgico y bruñidos nombres como cierres de presión, rodicos, lavadores por ultrasonidos, comprobantes de pilas, cepillos de limpieza, y sus inseparables pinzas, lupa y lámpara. Montoncitos de piezas minúsculas descansan a su lado, esperando el momento de formar parte de prácticos relojes de pulsera, rechonchos despertadores, regios carillones o alegres cu-cús. Porque Sarabia elabora su tiempo con sello de calidad y luego lo embute en máquinas de todo tamaño y apariencia.

No obstante, las cosas cambian de manera lenta pero imparable -"eso lo sabe bien el fabricante de tiempo-": «Lo que predominaba antiguamente era la relojería suiza, ahora triunfa lo digital, lo japonés, así que lo que hago sobre todo es cambiar pilas, correas, pasadores, cristales, etc., la gente es reacia a pedir reparaciones, sale más a cuenta comprar otro reloj», cuenta, resignado, el crono-artesano. «Antes parecía que el tiempo lo regalaban, pero la vida cambió por completo y todo el mundo va a lo funcional. Además, ya casi no existen aquellos almacenes que te surtían de fornituras y piezas para cambiar, las ruedas, los pivotes, las cuerdas... La reparación se ha encarecido mucho», dice con sencillez y claridad.

Pero no todo es paciencia y tranquila minuciosidad en la vida del orfebre. En una ocasión encontró su zahúrda, sin más, esquilmada. No había nada, estaba del todo vacía. Le habían desvalijado unos portugueses y hasta la vecina república se fue siguiendo el rastro de aquellos pobres relojes huérfanos.

¿Y el nombre del local? Curiosa explicación. «Un tío mío, que se llamaba Benjamín Chao, tenía en cuatro puntos de Madrid unos kioscos especializados en preparar estilográficas, encendedores y bolígrafos de cartucho. Y mi padre, que era todo un negociante, montó una caseta similar en Santo Domingo a la que llamó igual para poner en los sobres: -˜Casa Chao. Sucursales en Cuatro Caminos, Puerta del Ángel, Montalbán, Jacinto Benavente... y León-™. ¡Para dar lustre! Y yo, cuando me instalé, pues hice lo mismo», dice. Luego guiña un ojo, se pone la lupa y sigue fabricando tiempo.

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