Diario de León

geografía humana

Los leoneses presentamos una auténtica -˜macedonia-™ tipológica fragmentada en comarcas y valles con posturas diversas

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León

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La evidencia de una provincia variada en su relieve, diferente de sus climatologías y distante en sus asentamientos, tenía forzosamente que dar a luz un variopinto mosaico de caracteres humanos, de costumbres, folklore, tradiciones..., los límites provinciales, arbitrarios las más de las veces, no han podido sustraer a los sajambriegos del influjo asturiano, su salida natural; a los ancareses, del dulce contagio gallego; a nuestras gentes de Campos, del tirón castellano. Todo ello adobado con sólidas etnias cuya representación más significativa es sin duda el pueblo maragato y la endogámica tierra de las dos Cabreras.

Por eso, cuando nuestros fronterizos amigos del Principado, nos obsequian con el remoquete de «cazurros», no podemos menos de pensar que el tal calificativo define más bien una situación geográfica que un estilo, pues mal se entendería entonces que los asturianos, al rebasar las «rayas» de sus respectivos Puertos para entrar en nuestro territorio, digan una y otra vez ser un concepto aplicable a quienes nacen y pacen allende las fronteras de la tierra de don Pelayo.

Pues bien, disquisiciones aparte, lo cierto es que los leoneses presentamos una auténtica macedonia tipológica difícilmente conciliable a la hora de presentar un frente común para reivindicar nuestros derechos y defender nuestras posturas. Esta dispersidad de caracteres, que conlleva la escasa corporatividad en los planteamientos comunes, ha hecho perder fuerza a los reiterados intentos de relanzar la provincia. Y si sumamos a esta característica impuesta por la propia naturaleza de nuestra piel leonesa, la actual tendencia al fraccionamiento comarcal, a la división en valles, a la atomización generalizada, obtenemos los resultados que quizá estén dirigidos y controlados desde instancias que se benefician de este desconcierto, pues siempre estuvo, y estará en vigor, aquello de «divide y vencerás». Consideremos, si no, los beneficios, los gastos, y el daño psicológico que heredamos de aquel rimbombante engendro que se llamó «Pacto por León».

Los frutos de la tierra

Es la Montaña una de las regiones naturales más definida en la personalidad de sus moradores. Ya en tiempos de Cristo escribía su coetáneo, el célebre geógrafo griego, Estrabón, algunas consideraciones acerca de estas gentes: «Todos los montañeses son sobrios, beben agua, duermen en tierra y dejan sus cabellos largos y sueltos según la costumbre de las mujeres, aunque cuando combaten se ciñen la frente con una banda. Generalmente comen carne de macho cabrío y sacrifican a Areas uno de estos animales, prisioneros y también caballos... realizan competiciones de tipo gimnástico. Los montañeses se alimentan con bellotas dos partes del año, dejándolas secar y triturándolas; luego las muelen y hacen pan con ellas. También beben cerveza. El vino, sin embargo, es escaso y cuando lo consiguen, lo consumen al punto en fiestas con sus familias. La comida se sirve en círculo y mientras beben bailan al son de la flauta y trompeta con corro y también saltando y poniéndose en cuclillas».

Otro apunte, esta vez debido a la documentada pluma de nuestro ilustre paisano, José García de la Foz, nos descubre en el año 1867 en su Crónica General de la Provincia de León , los siguientes matices: «Entre los habitantes de la provincia de León se distinguen dos tipos que se pueden describir en síntesis como sigue: El uno de tipo grueso, de ojos azules, tez rubia y continente reposado, que es el propio de los llanos de la zona meridional; el otro, sobrio, ágil y menudo, que es el montañés, altivo y dotado de prestancia e independencia.

Entre estos últimos, están los precursores de los Hidalgos de Sangre, de gran valor, y entre los primeros, los siervos de la gleba, descendientes de las tierras de señorío».

Sin embargo, y ya sin citas prestadas por gente de tanto peso, también nosotros, en nuestros reiterados recorridos a lo largo y ancho de la provincia, hemos acabado por conocer la verdadera variedad de tipos que vivimos en ella, que muy bien pueden estar centrados dentro de una clasificación que contempla el campesino -”de Campos-” con su resignada y sufrida figura recia y varonil; al montañés, con su imagen viva e inquieta; al riberiego, con su habitual pesadez, que contrasta con la flaca y enjuta apariencia del paramés.

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