Memoria del alcalde de Ponferrada en 1936
el último reloj de juan garcía arias
tres objetos sirven para contar las últimas semanas del que era alcalde de Ponferrada en el verano de 1936. Un reloj, una carta y un mechón de su pelo
Esta es la historia de tres objetos; un reloj, un mechón de pelón y una carta. Los dos primeros pertenecieron al último alcalde republicano de Ponferrada, Juan García Arias, fusilado al amanecer del 30 de julio de 1936 en las tapias del cementerio leonés de Puente Castro, después de permanecer una semana encerrado en los sótanos de San Marcos. El tercero es una cuartilla que le escribió a su esposa y a sus hijos unas horas antes de que lo mataran y tras 75 años en el archivo familiar, todavía puede verse la tinta de algunas palabras borrada por las lágrimas. «No tengo ánimos nada más que para deciros adiós con toda mi alma», escribió el condenado.
A punto de cumplirse 75 años de su muerte, y 75 de la rebelión militar que terminó con la Segunda República, un libro coescrito por uno de sus hijos, el sociólogo José Luis García Herrero, junto con el investigador Santiago Macías y el periodista Javier Santiago, empieza a cubrir una de las lagunas históricas más sangrantes de la historia de Ponferrada; la de un alcalde de 32 años, socialista moderado y conciliador, que sólo permaneció dos meses en el cargo y no pudo evitar, aunque lo intentó, el estallido de violencia que recorrió la ciudad entre el 20 y el 21 de julio de 1936. Juan García Arias. Memoria histórica del último alcalde republicano de Ponferrada , editado por Hontanar, no deja de ser una semblanza emotiva de algunos aspectos de la vida del joven regidor. Pero todavía queda mucho por contar de aquel hombre y de aquellos días.
Un reloj de bolsillo perdido
La historia comienza con un reloj. Un reloj de bolsillo perdido entre los hierros de un accidente ferroviario. Sucedió en el Túnel de las Fragas, a las puertas de Ponferrada, el 23 de junio de 1936. El tren expreso Madrid-Coruña circulaba con dos horas de retraso y a las seis de la mañana, después de dejar atrás la estación de San Miguel de las Dueñas sin ver la señal de parada, chocó contra un convoy de mercancías que acaba de salir de Ponferrada en la boca del túnel situado a seis kilómetros de la ciudad. En su edición vespertina, ése mismo día, el diario ABC de Madrid informaba de que a las tres de la tarde sólo se había extraído ocho cadáveres. «Las víctimas que haya en los coches que están el interior del túnel se ignoran, pues los trabajos, a consecuencia de las condiciones del túnel y la forma en que quedaron los vagones, se hacen con muchísima dificultad por la brigada de obreros que trabaja allí», informaba el rotativo madrileño.
Y entre los obreros, los médicos y los enfermeros, organizando el rescate y auxiliando a los heridos, se encontraba el joven alcalde de la ciudad, en el cargo desde apenas hacía unos días, después de la enésima crisis del gobierno local del Frente Popular. «Mi padre estuvo ayudando a sacar heridos, horas y horas trabajando», cuenta en su casa de Ponferrada, donde recibe a este periódico un sábado por la mañana, José Luis García Herrero. Aquel día de junio perdieron la vida una veintena de viajeros, y Juan García Arias se dejó entre las vías su reloj de bolsillo. «Era un reloj de oro, muy bonito, con cadenas» explica García Herrero, que ha cumplido los ochenta años.
Juan García Arias, que además de alcalde, trabajaba en la Inspección de la Compañía de los Ferrocarriles del Norte de España en Ponferrada, recibiría pocos días después un regalo inesperado. En agradecimiento a «su valor, su altruísta y humanitaria actuación», la empresa había decidido regalarle su último reloj. Un reloj que sus familiares no encontraron en sus bolsillos cuando acudieron a recoger su cadáver en el cementerio de Puente Castro.
Hijo de chapista y pantalonera
La historia continúa con un mechón de pelo. Juan García Arias acabó muriendo en la misma ciudad de León donde había nacido en 1904, en el hogar de una familia obrera. «Mi abuela era pantalonera y mi abuelo, chapista. Quedó sordo porque trabajaba dentro de las locomotoras», cuenta García Herrero en el salón de su casa, con la persiana bajada para que no entre el sol y los libros ordenados en sus estantes.
A su padre le habían gustado los libros desde niño. Como sus tíos. Juan García Arias fue un autodidacta. Leyó mucho y dejó escritas una veintena de obras de teatro que se han perdido, algunos poemas sueltos y un aluvión de artículos de temas sociales publicados sobre todo en la prensa palentina, donde a finales de los años veinte era administrativo en la Compañía de los Ferrocarriles del Norte de España. Allí conoció a Mercedes Herrero, hija de un teniente coronel «con mando en la plaza», de buena familia, «no pía, pero muy religiosa», según su hijo. A Mercedes Herrero no le importó que Juan García Arias fuera de origen obrero y además «agnóstico o ateo, no lo sé muy bien», reconoce García Herrero, para casarse con él y darle cuatro hijos; la última, una niña nacida en diciembre de 1936, a los cinco meses del fusilamiento de su padre.
Ascendido a la Inspección de los ferrocarriles en Ponferrada, y miembro del Partido Socialista, García Arias fue elegido concejal en las filas del Frente Popular en febrero de 1936. Ya por entonces, la izquierda en Ponferrada no estaba bien avenida y después una serie de crisis de gobierno que desembocaron en la constitución de una gestora que tampoco funcionó, el Gobierno Civil de León optaba por pioner de regidor al joven teniente de alcalde García Arias, con la esperanza de que su carácter conciliador acabara con los escándalos políticos. Era el 14 de mayo de 1936 y a Juan García Arias sólo le quedaban por delante diez semanas como alcalde.
En los dos meses y medio siguientes, ser socialista, pertenecer al Frente Popular y ocupar el sillón de regidor de Ponferrada acabó por convertirse una trampa. El 18 de julio se producía la rebelión militar y aunque aquel día no sucedió nada en la ciudad, el Ejército ya se había sublevado en África y la capital berciana se acostaba inquieta.
El capitán Román Losada, que durante la dictadura daría nombre a una de las principales calles de la ciudad, le había asegurado al alcalde que la Guardia Civil estaba con la República, según el relato que le trasmitió su madre a José Luis García Herrero. Los propios cronistas del régimen de Franco, sin embargo, ya dejaban escrito en 1941 ( Historia de la Cruzada Española . Madrid. Ediciones Españolas) que los puestos de la tercera compañía de la Guardia Civil había recibido órdenes de los conspiradores en León para concentrarse en el cuartel de Ponferrada. Hasta allí comenzaron a desplazarse los miembros de las líneas de Villablino y Villafranca del Bierzo al mando de los tenientes Emilio Martínez Blanco y Juan López Alén, hasta reunir a un contingente de 160 hombres.
El día 20 de julio, sin embargo, llegó a la ciudad procedente de Benavente el tren de mineros asturianos que llevaba dos días circulando por Castilla La Vieja, sin poder auxiliar al Gobierno republicano de Madrid. Juan García Arias, creyendo que tenía la situación controlada, se negó a darles armas y desde el balcón de la Casa Consistorial, convenció a los milicianos para que siguieran el camino de regreso hacia Oviedo, donde el coronel Aranda acababa de sumarse al bando de los sublevados.
Los retazos de aquel día nefasto, que acabó por costarle la vida a Juan García Arias en un juicio sumario, se pueden reconstruir con la documentación sobre el proceso que ha consultado el investigador Santiago Macías y con el relato que la madre de García Herrero le contó a su hijo y que contrasta con la versión de la Historia de la Cruzada Española , escrita sólo sólo cinco años después de los hechos y donde se demuestra el dicho de que la historia la escriben los vencedores.
Protegidos en la cárcel
«Los interrogatorios, los informes de conducta, las denuncias o los atestados de las fuerzas del ejército y de la Guardia Civil nos acercan a la figura de un hombre cuyo único delito fue mantener el orden en la ciudad hasta la llegada de las fuerzas del ejército sublevado», escribe Macías en el prólogo del libro de Hontanar. Y para mantener el orden, y evitar represelias, Juan García Arias trató de poner a salvo a las personas que podían temer por su vida ante hipotéticas represalias de las masas exaltadas por la rebelión del Ejército encerrándolas en la cárcel municipal de la calle del Reloj, hoy Museo del Bierzo. «Durante los tres días que la ciudad permaneció bajo control gubernamental, los principales derechistas fueron detenidos; en uno de los interrogatorios, el alcalde justificó aquellas detenciones en un deseo de garantizar su seguridad y lo cierto es que ninguno de ellos sufrió maltrato alguno, como acabarían reconociendo en declaraciones posteriores», añade Macías.
A José Luis García Herrero, que tenía cinco años en aquellos días, su madre le contó cómo se subió a una caja para alcanzar a ver la plaza desde el balcón del Ayuntamiento, mientras su padre trataba de aplacar aquel 20 de julio a los mineros. «Tu padre salió al balcón para hablarles y como tú querías asomarte y no llegabas a la barandilla, te sacó una caja de cartón que había dentro y te subiste a ella, te agarraste con las manos y ahí estuviste mirando», cuenta el sociólogo poniéndole voz al relato de su madre. Y sigue. «Tú padre les calmó, les dijo, tranquilos, iros, no pasa nada. He hablado con los militares y con el capitán Losada, de la Guardia Civil, y han dicho que están con la República. Te lo digo como me lo contó mi madre», asegura el hijo del alcalde al periodista, 75 años después de los hechos. De nuevo, el carácter conciliador de Juan García Arias.
Por si fuera poco, García Herrero también afirma que su padre impidió aquel día que los mineros quemaran la antigua iglesia de San Pedro, que se encontraba en lo que hoy es el edificio de Telefónica de la avenida de La Puebla. «A la iglesia se entra o no se entra, y el que no quiera entrar que no entre, pero esta iglesia no se quema», asegura el sociólogo que les dijo el alcalde a los asturianos.
Pero no pudo evitar que se produjeran disparos en torno al cuartel de la Guardia Civil, que entonces se encontraba en lo que hoy es la avenida de España, y en torno a la casa del capitán Román Losada «Si fue ataque o no fue, no se sabe», afirma el hijo octogenario del joven regidor.
El asedio al cuartel
El teniente de los guardias de asalto Alejandro García Menéndez, que iba al frente de la columna de mineros, entró a parlamentar en el cuartel con bandera blanca -”la Historia de la Cruzada Española tergiversa los hechos y asegura que «pedía parlamento y expresaba su deseo de rendirse»-” después de los primeros disparos. Los guardias civiles habían gritado algunos tímidos vivas a la República al paso de los mineros que no convencieron a los milicianos, pero no está claro quién disparó primero, cuenta García Herrero. El propio capitán Losada, que venía de reunirse en su casa con el teniente López Alén, del puesto de Villafranca, desarmó a García Menéndez dentro del cuartel y le dijo textualmente: «Triunfó el Movimiento. Queda usted detenido», según recoge el periodista Javier Santiago.
Después de la detención de García Menéndez, se sucedieron horas confusas en Ponferrada, con combates entre la Guardia Civil y los mineros y los obreros de Laciana que no habían regresado a Asturias. La Historia de la Cruzada Española sirve de termómetro para medir la inquina con la que el bando vencedor trató de justificar posteriormente el fusilamiento de Juan García Arias. «El capitán Losada llamó por teléfono al alcalde para pedirle un médico que curase a los guardias heridos y aquel, por respuesta, cortó la comunicación», escribía en 1941 el anónimo cronista del régimen. Y a continuación, sin citar ninguna fuente, añadía que el regidor «ordenó, además, que los trenes que estaban formándose para la salida de los mineros cesasen en sus maniobras y que nadie pensase en marchar de Ponferrada mientras quedase una cabeza con tricornio».
La realidad es que, lejos de dar órdenes para reclutar gente con la que atacar el cuartel desde el Ayuntamiento o impedir la salida de los mineros, Juan García Arias, se había escondido en una casa particular, primero, para acudir después al Hotel Lisboa, próximo a la Casa Consistorial, temiendo que la vivienda no fuera segura en medio de los combates. Y uno de sus antecesores en el cargo que también sería fusilado en 1936, el médico Carlos Garzón Merayo, sí había prestado los primeros auxilios a guardias civiles heridos.
Al anochecer del día 20, los guardias habían ocupado los edificios de la Agencia Ford y del Banco Urquijo para romper el cerco al cuartel. Los mineros usaron dinamita contra la Agencia Ford, cuenta la Historia de la Cruzada Española, y atacaron la casa del capitán Losada. Los guardias hicieron, por su parte, una incursión hasta la plaza de Lazúrtegui y ocuparon el Teatro Edesa. Y en la mañana del día 21 de julio, se atrevieron con la estación de la MSP, hasta que entrada la tarde, una columna de doscientos soldados del Regimiento de Infantería Zaragoza, procedente de Lugo, y precedidos por algunos aeroplanos, entró en la ciudad y sofocó los últimos focos de resistencia.
El balance de dos días de lucha que hacía en 1941 la Historia de la Cruzada Española fue de «treinta muertos rojos y doscientos heridos» y una serie de destrozos que Santiago Macías pone en duda porque nunca figuraron en la causa contra el alcalde. «En aquellos días, se imputaba todo lo imputable en los consejos de guerra y no aparece nada de eso en el de Juan García Arias», afirma. Sí hay señales de que los mineros trataron de volar el puente de La Puebla. La crónica de 1941, uno de los primeros relatos de las dos jornadas de lucha en Ponferrada, va aún más lejos cuando continúa su balance. «Por parte la Guardia Civil, veinte heridos, entre ellos el alférez Sancho Iruesa, la iglesia y la residencia del párroco incendiadas, las casas más ricas desvalijadas, muros abiertos por la dinamita, puentes mutilados, destrozos en líneas férreras. Por Ponferrada -”dice el libro-” había pasado el marxismo».
Ese mismo día 21 detenían en el Hotel Lisboa a Javier García Arias, que se había negado, a pesar de la insistencia de su mujer, a pedirle ayuda su suegro, Mariano Herrero, ascendido a general de brigada tras pasar a la reserva. «Lo absurdo es que no llamó a mi abuelo, porque mi abuelo viene de Palencia y lo salva», opina García Herrero, que fue testigo de la detención de su padre. «Mi madre me contó, y eso me ha quedado grabado, que yo estaba jugando fuera del Hotel Lisboa y vi pasar una furgoneta con cuatro o cinco personas. Yo salí corriendo y le dije -˜mamá, mamá, se llevan a papá en una camioneta-™».
La última carta
Esta historia termina con una carta. La que escribió el último alcalde republicano de Ponferrada a su mujer, horas antes de que lo fusilaran en las tapias de Puente Castro. «Para tí, Mercedes, un último abrazo del hombre que te quiso mucho y por tí luchó en la vida», escribió, con lágrimas en los ojos, Juan García Arias. Su hijo conserva la carta y el periodista puede ver la sombra que dejaron los goterones sobre la caligrafía perfecta. El alcalde de 32 años tampoco se olvidaba de despedirse de sus dos hijos. «Dedícate a hacerles hombres, a que guarden buen recuerdo de su pobre padre y a que sigan siempre tus consejos». Después, besos y abrazos a sus padres y a sus hermanos a los que pide que atiendan a su viuda «como una buena hija».
A Juan García Arias habían tardado una semana en juzgarle en León, después de tenerle encerrado en la prisión de San Marcos. Hasta León había viajado con los niños Mercedes Herrero, en un autobús que fue tiroteado durante el trayecto. Alojada en la casa de su familia política, la mujer del alcalde de Ponferrada no logró ver a su marido, que el día 28, a las 23.00 horas era juzgado en la cárcel, acusado de rebelión por los militares rebelados, junto al teniente de asalto Alejandro García Méndez, y el síndico del Ayuntamiento Arturo Pita. Los tres, considerados responsables del tiroteo del cuartel de Ponferrada, fueron condenados a muerte.
Y la sentencia se ejecutó al amanecer del día 30 de julio. A García Herrero, un guardia civil que estuvo destinado en Ponferrada y del que dice no recordar su nombre después de tanto tiempo, le contó que a su padre lo tuvieron que fusilar sentado. ¿Torturas? No lo sabe. Sí sabe que su abuelo Ildefonso García se preocupó por recuperar el cuerpo, que hoy yace enterrado en el cementerio de León.
Un mechón de pelo
Ildefonso García y el suegro del alcalde, el ya general de brigada Mariano Herrero, se plantaron ante un juzgado militar de León para pedir un certificado de defunción de Juan García Arias unos días después del fusilamiento. «Causa de la muerte: parálisis cardíaca», leyó el viejo militar. «Se le paró el corazón», añadió el oficial que se encontraba en el juzgado. Y Mariano Herrero, que era de la vieja guardia jubilada a la fuerza por el presidente Manuel Azaña, agarró por la solapa a aquel hombre y lo levantó en vilo, cuenta su nieto: «¡Cómo que se le paró el corazón!», le gritó. Otro oficial apareció al oír el jaleo. Vio al viejo general sosteniendo a su compañero y le pidió, por favor, que se fuera.
Unos días antes, Ildefonso García, chapista de profesión, se había atrevido a cortarle un mechón de pelo al cadáver de su hijo, ajusticiado al pie del cementerio de Puente Castro. El mechón se lo dio a su nuera, que lo llevó colgado del cuello, en una cajita metálica, mientras siguió viviendo. Pero nunca encontró el reloj.