Retablo leonés
el denominado «camino DE SANTIAGO francés» atravesaba la provincia de lEÓN CON UN RECORRIDO DE MÁS DE 200 KILÓMETROS
La fiesta de Santiago Apóstol, siempre tan sugerente en evocaciones unidas al multisecular paso de peregrinos por nuestras viejas calzadas, viene a llenar este Retablo, la víspera de su celebración, con ecos de dormidos clamores ya milenarios, y la renovada petición «a quien corresponda» de velar por el enorme contenido cultural que heredamos de ese singular fenómeno espiritual del peregrinaje jacobeo a través del Camino Francés.
Comienza este gran movimiento de la Cristiandad medieval a principios del siglo IX. El descubrimiento de la tumba del Apóstol Santiago, muy cerca de la antigua ciudad romana de Iria Flavia, fue el gran aldabonazo que movilizó a Europa entera con el propósito de arrodillarse ante el sepulcro del Santo. La devoción popular, unida a una sentido práctico de la andadura, fue señalando durante los dos primeros siglos unos hitos que se consolidaron como lugares de paso obligado. Cientos de hospitales, templos, monasterios y monumentos de todo tipo, nacieron de la necesidad de acoger física y espiritualmente a la ingente riada de «concheiros» que buscaban la redención y el pasaporte celestial en la purificación del jubileo.
El denominado «Camino Francés», que se unificaba en el navarro Puente de la Reina, después de bajar por los valles pirenaicos de Roncesvalles y Somport, seguía por tierras riojanas hasta entrar en los límites de la actual Comunidad de Castilla y León, atravesando tres provincias: Burgos, Palencia y León, con un largo recorrido por esta última, superior a los doscientos kilómetros. Después, ya en tierras gallegas, el dilatado Camino encontraba su meta en la ciudad que surgió al amparo del hijo del Zebedeo: Santiago de Compostela.
León en el Camino
Nada menos que veintisiete ayuntamientos leoneses atraviesan el Camino de Santiago, y todos ellos, desde Sahagún hasta Vega de Valcarce, mantienen abundantes huellas del trasiego desbordante que durante siglos fue sembrando la Ruta de símbolos santiaguistas, muchas veces prácticos y hasta especulativos, y muchas otras encaminados a resaltar las virtudes básicas del Cristianismo en una comunidad de bienes , hermanada convivencia y ayuda incondicional a los itinerantes penitentes jacobeos.
Más de cien hospitales, netamente asistenciales para socorro y alivio de peregrinos compostelanos, surgieron a lo largo del extenso recorrido que abarcaban las diócesis legionense y asturicense. La ciudad de Astorga, antigua capital de uno de los más importantes Conventos Jurídicos romanos, y nudo de excepción en las comunidades civiles y militares del Imperio, batió todos los records en el cumplimiento del misericordioso mandato de «dar posada al peregrino». La desorbitada cifra de veintidós hospitales que mantenía la capital maragata, con una población no superior a tres mil habitantes, bien la harían merecedora de un puesto destacado en el «Guiness» medieval.
Pero como decíamos al principio, el Camino de Santiago entraba en tierras leonesas por la villa de Sahagún, pueblo que a partir de las concesiones reales de Alfonso VI había llegado a censar una población de doce mil almas, tres veces superior a la propia capital leonesa. Ningún historiador ha sido lo suficientemente categórico para distinguir la influencia que el Camino aportó a Sahagún en el florecimiento medieval. Muchos se inclinan a pensar que fue al contrario, es decir, que la Ruta Jacobea se vio enriquecida y agraciada por un Sahagún autónomo que nunca necesitó de ella. El caso es que Pueblo y Camino se fundieron y complementaron para presentar un complejo artístico, monumental y cultural que fue centro irradiante de un benéfico influjo cuyo epicentro se encontraba en el poderoso monasterio cluniaciense de San Benito. Hoy, que Sahagún duerme el sueño de sus pasadas grandezas, puede todavía presumir de un patrimonio poco común. La arquitectura de sus múltiples templos, y la riqueza del museo que administran las monjas benedictinas dan fe de que «cualquier tiempo pasado fue mejor...»
La Catedral y Santiago
Hablar del Camino de Santiago por tierras leonesas, con cierto detalle, nos llevaría a consumir horas y páginas que no son propias de un apunte periodístico. Por otra parte, la suerte ha querido que un leonés de lujo, Antonio Viñayo, haya escrito para regalo de cuantos nos interesamos por estos temas, una cuidada monografía que recoge el paso del Camino de Santiago por la provincia de León.
Pero queremos resaltar, por último, el influjo del Camino sobre nuestra incomparable catedral: es de notar que la «Pulcra Leonina» -construida en tiempos de gran fervor compostelano- tiene abundantes alusiones a esta circunstancia y hemos podido constatar que la figura del Apóstol Santiago, se encuentra representada en pinturas murales, tallas de madera, imágenes pétreas, retablos y... ¡como no!, en el glorioso cristal de sus vidrieras. Seis finas labras de piedra, algunas maltratadas por el tiempo, se distribuyen por todos los pórticos y hasta en un sepulcro cercano a la Puerta de la Gomia. La más venerada de todas ellas, no hay duda que es la que se «encuentra» a la derecha de la Virgen Blanca, pues así lo delata la columnilla sobre la que descansa, gastada por miles de besos peregrinos y el roce de medallas y rosarios.
Tres son las tallas de madera, entre las que sobresale una del siglo XVI -”según Gómez Moreno-”, que preside precisamente la magnífica capilla de Santiago, más conocida hoy por la capilla de la Virgen del Camino, por haber sido entronizada allí modernamente. A nosotros, con todo el respeto que nos merece el señor Gómez Moreno, nos gusta más el Santiago caballero que se encuentra en la puerta que comunica el Claustro con la fachada norte de la catedral; es obra de Juan de Juni, fechada en 1538 y posee toda la fuerza y dinamismo que supo dar a sus obras.
Volvemos a ver al Patrón de las Españas en dos hermosos retablos: uno del siglo XV, trasladado a León desde Quintanilla del Olmo y el otro, nada menos que el que preside el altar mayor, obra cumbre del maestro Nicolás Francés. Finalmente cuatro vidrieras dejan filtrar los rayos solares a través de otros tantos «Santiagos», dos de los cuales se pueden observar en el cuerpo alto, entrando por Occidente, a la izquierda, otra en la citada capilla de Santiago y otra en la trasladada y popular «Batalla de Clavijo».