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León

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Mujer, procedente del sur de Somalia, con tres hijos a su cargo y de unos veinte años es el modelo predominante entre los refugiados que huyen de la sequía y del conflicto somalí y que abarrotan el campamento keniano de Dadaab, considerado el mayor de mundo.

Mujeres como Jija, que llegó hace pocos días a Dadaab (este de Kenia) tras 15 días de camino desde la localidad somalí de Sako, hace fila para registrarse y, si tiene suerte, obtener su primera ración de productos de primera necesidad con los que atenderá a sus hijos, el más pequeño de ellos, colgado de su cuerpo.

Jija huyó de Somalia por la guerra y la sequía -”la peor durante los últimos sesenta años en el Cuerno de África, según la ONU-”, y su marido se quedó en Somalia, aunque la mujer no especifica para qué menesteres.

«Mires donde mires, ves mujeres y niños», dice Bettina Schulte, responsable de comunicación del Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Dadaab. «Hace unos días, un medio estadounidense publicó un reportaje sobre el campamento que se llamaba -˜Los hombres perdidos-™ y es cierto... ¡No se ven hombres!», agrega Schulte.

De acuerdo con las cifras facilitadas por ACNUR, más del 80 por ciento de los somalíes que escapan del hambre y la guerra son mujeres y niños. Algunos de los padres de los niños murieron en el eterno conflicto de Somalia, otros fueron secuestrados por el grupo radical islámico Al Shabab, vinculado a Al Qaeda, para luchar por su causa -”instaurar un Estado musulmán en ese país-” y los menos, como el marido de Asha, apenas pueden moverse debido a una minusvalía.