Diario de León

Historia de los linajes

Los blasones leoneses

la capital del reino y punto de convergencia de las familias de la nobleza leonesa es donde admiramos los viejos escudos de los que un día vivieron aquí

Escudo del palacio de los Álvarez-Acevedo, en Otero de Curueño.

Escudo del palacio de los Álvarez-Acevedo, en Otero de Curueño.

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El creciente interés localista y regionalista, surgido ante el artificio de las nuevas divisiones políticas, nos ha llevado a la defensa de lo autóctono para evitar mixtificaciones que pueden dañar la esencia de una cultura popular. Entre las instituciones que protagonizaron la configuración social de una época tan dilatada como la Edad Media, destaca la Nobleza, cuya trayectoria y asentamiento conocemos gracias a la enorme profusión de escudos de armas que cuajan las viejas casonas de nuestra provincia, que en definitiva son una lección permanente de esa esencia que siempre hemos defendido desde este Retablo.

León, junto con Asturias, dada la tempranía de sus esfuerzos reconquistadores y la precocidad en constituirse en reinos asistidos con gran aparato de nobles cortesanos, forman una larga nómina de caballeros, hidalgos y señores cuyos linajes se pierden en las brumas de la Historia, y que nosotros a través de los blasones que aún lucen muchos de sus antiguos palacios y casas solariegas, queremos airear para conocimiento de los leoneses amantes de sus raíces, de sus tradiciones y de las pequeñas anécdotas que descubren muchas veces los inexplicables giros y actitudes de grandes personajes que cambiaron el rumbo de la historia por sus personales pasiones, amoríos, ambiciones y venganzas.

Todavía en la ciudad de León, capital del reino y punto de convergencia de las más ilustres familias de la nobleza leonesa, podemos admirar viejos escudos que proclaman el rancio abolengo de los que un día fueron moradores de las casas que los sostienen.

Calderas y armiños se repiten hasta la saciedad en el impresionante palacio de los Guzmanes denunciando el linaje de quien fue su inspirador y propietario, mientras que en su vecino solar, hoy ocupado por el Hotel París, lucen las armas del marqués de Villasinda entrelazadas por las familias de los Quiñones de Alcedo, los Quirós asturianos y la banda engolada de los Omaña.

Y siempre dentro del recinto ceñido por las antiguas murallas romanas, el afortunado paseante que logra sustraerse al infernal caos impuesto por el ritmo de un tráfico desbordado y desbordante, puede aprender mil lecciones de la historia leonesa fijada en la fina labra que descubre los entresijos de la heráldica más añeja de la vieja piel de toro. La rehabilitada fachada del palacio de los Condes de Luna con tres precarios escudos representativos de la titularidad de los Quiñones y su parentesco con los Bazanes, que llenaron durante siglos páginas innumerables del devenir leonés; y no lejos de esta plaza, en los aledaños del viejo zoco del grano, campea una casa torreada que esconde con humildad el empaque que un día la prestaron los Quiñones de Sena, del tronco de los de Luna, y que hoy queda reflejado en los blasones de sus torres y del amplio balcón abalaustrado que preside el conjunto.

Las armas del Marqués de Torreblanca en el palacio ocupado hoy por el «Nuevo Recreo Industrial», las de los Villafañe, en la casona mal llamada «Palacio de don Gutierre» y en la plaza de San Marcelo, las del cardenal Lorenzana en Torres de Omaña, las de los Enríquez en el viejo palacio que donaron a las madres Concepcionistas de la calle de la Rúa... todas ellas, y muchas más que pregonan la alcurnia de las familias que allí vivieron, forman la ilustre corporación de la hidalguía leonesa.

El reino de la nobleza

No en vano escribía hace algunos años el inolvidable Conde de Gaviria, don Francisco de Cadenas y Vicent, que «este antiguo reino es cuna de la nobleza española, y así se encuentra el investigador de estas materias con que los principales títulos de las más rancias familias son nombres de pueblos o de regiones leonesas».

Pero también es verdad que hemos atravesado épocas de descuido, o más bien de desidia en la conservación de nuestro patrimonio heráldico. Algunos de los antiguos blasones, que todavía llegamos a conocer en los años cuarenta del pasado siglo, los suponemos custodiados al amparo de las instituciones provinciales o locales, no obstante, y dado el desconocimiento de este supuesto por los leoneses, cabe preguntar, a quien pueda responder,

¿Dónde han ido a parar los escudos de armas de los Lanzas, de Arco de Ánimas, los del Marqués de San Isidro, de la calle Descalzos, los de don Ramiro Díaz de Laciana, en la calle del Cid, los de los Ceas, en la plaza de San Isidoro, los de...?. Quizá pueda darnos una buena pista el documentado escritor, Pío Cimadevilla, que ha dedicado cuatro ilustrados volúmenes en su «Repertorio Heráldico Leonés»

La leyenda del «Tu-Sin-Nos»

Entre las mil y una leyendas entretejidas en torno a la heráldica leonesa, destaca por su curiosidad la que se adscribe al escudo de armas que todavía luce en una arruinada casona del pueblo de Folloso de la Lomba, en el corazón de la Omaña profunda, donde se asegura que vivió una de las damas de la estirpe de los «Tusinos», llamada Mirabrina, que por su singular belleza y sencillez mereció el aprecio popular de todos los omañeses.

Se remonta este linaje nada menos que a los tiempos del reinado visigodo, pues su primer valedor, don Álvaro el «Tufado», descendía del rey Alarico y recibió el título que comentamos cuando se enfrentó valientemente a una partida de moros, que en número muy superior a sus hombres, hostigaban a las gentes de la comarca huyendo del ejército organizado por don Pelayo después de lo de Covadonga. El caso es que cuando el legendario don Pelayo llegó al lugar de los hechos y comprobó la derrota infringida a los moros por el valeroso don Álvaro, poniéndole la mano sobre la cabeza, le dijo esta frase: «Tu-sin-nos, los has vencido, y éste será tu apellido». Y desde entonces este lema se puede leer en el escudo de los «Tusinos» rodeando un brazo armado y un caldero sobre un búcaro que contiene tres azucenas.

Estudiosos de la Omaña, como fue Florentino Agustín Díez, apuestan porque «éste fue uno de los primeros, sino el primero, de los linajes de la Hispania».

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