De Trípoli... ¿a Damasco?
La caída del régimen del coronel Gadafi como resultado de una alianza insólita entre una rebelión civil (la revuelta social en Bengasi) y la Otan (el brazo militar de las democracias liberales de Occidente) está suscitando comentarios sobre cómo proceder en el otro escenario de agitación pro-demócratica árabe, el de Siria. Pero hoy por hoy parece mantenerse la extendida convicción de que los dos casos no son equiparables, el sirio es mucho más complejo y regionalmente muy peligroso y no aconseja una intervención militar foránea. Pero sí produce reflexiones adicionales, acelera las presiones y aprieta el cerco al régimen, aunque eso sea más bien obra del testarudo gobierno de Damasco, que quemó sus naves diplomáticas al rechazar o ignorar el plan más realista y concreto que le presentó acaso el único actor con peso y margen para hacerlo: Turquía.
El diez de agosto estuvo en Damasco, y pasó horas enteras reunido con Bashar al-Assad, el influyente ministro turco de Exteriores, Ahmet Davutoglu. Solo días después el diario Hurriyet pudo escribir, vista la insignificante respuesta siria, que el gobierno turco ha perdido la paciencia.. Si se considera que el plan turco implicaba una «compra de tiempo» en Washington, que aceptó esperar unos cuantos días más para ver si cesaba el recurso a la violencia, se puede concluir que en Ankara dan por perdida hoy por hoy la posibilidad de un desenlace pactado. Pero ha habido algo más: a mediados de agosto un respetado asesor de Gül, Arshet Hormozlo, dijo, como si hiciera falta evitar especulacionesque Turquía no participaría en una operación militar contra Siria ni cedería su territorio para ejecutarla. Nadie ha considerado oficialmente tal posibilidad, que sería hoy por hoy vetada por Moscú y Pekín en la ONU. Todo esto lo saben en Damasco, donde soportarán bien una resolución del Consejo de condena de la represión y menos bien las medidas de presión económica. Entre estas dolerá mucho y pronto la decisión adoptada ayer por la UE de cancelar las compras de petróleo sirio que vende en Europa el 95 por ciento de su producción, de la que obtiene alrededor de la cuarta parta de los ingresos del Estado.