Diario de León

restos de la conquista

Las cuidadas estructuras administrativas, industriales y de servicios que hay al norte de león son obra de las labores de ingeniería de los conquistadores

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León

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9 años antes de Cristo, los romanos remataban la conquista de España. Doscientos años de luchas, enfrentamientos, asedios y traiciones le habían costado al Imperio la dominación física de los hombres hispanos, que como los astures acorralados en Lancia, sólo entregaron a Roma los despojos de una resistencia por encima de los límites humanos.

Después, durante cuatro largos siglos, los dominadores llevaron a cabo una intensa y sistemática labor de explotación y expoliación de los recursos que ofrecía la tierra conquistada. Para ello fue necesario un complejísimo montaje, que amparado y protegido militarmente desde la disciplina legionaria, abarcaba las más cuidadas estructuras administrativas, industriales y de servicios, para lo cual fue imprescindible una fluida red viaria que aún hoy sorprende por su brillante labor de ingeniería.

En lo que respecta a nuestra provincia, las calzadas romanas cubrieron áreas tan extensas, que en algunos puntos, según la evidencia de los vestigios, superó a las actuales comunicaciones. La Montaña, a pesar de las dificultades orográficas e hidrográficas, contó con numerosas vías secundarias que unían Asturias y León a través de puertos, que andando el tiempo sólo fueron usadas por arrieros y pastores que hicieron coincidir los viejos trazados con las rutas de la Mesta, así tenemos el puerto de Piedrafita o el de Vegarada, cerrados hoy al tráfico convencional por falta de firmes adaptados a las necesidades modernas.

El eje viario principal, que unía la Legión VII Gemina con César Augusta y y Astúrica, conocido como Itinerario número 1 de Antonio, tenía una derivación secundaria que partía muy cerca de la ciudad de Lancia y subía más o menos paralela al río Porma hasta llegar a las inmediaciones del actual pueblo de Castro del Condado, donde se bifurcaba para seguir los cauces del Curueño hacia Vegarada y el propio Porma hacia Cofiñal.

Por el curueño hacia arriba

Una vez en el Curueño, rebasado el conjunto de Amabasaguas y Barrio de Nuestra Señora, la calzada romana queda difuminada entre la actual carretera y el río. Las mil y una faenas agrícolas realizadas a lo largo de siglos, y la coincidencia de algunos tramos con los caminos de uso, dejan muy pocas huellas en el amplio valle que se extiende hacia La Vecilla. Por eso, cuando nuestra calzada alcanza toda su personalidad y se deja sentir con pelos y señales, es a partir del puente de Valdepiélago, que bien pudo servir de enlace hacia la vía del Porma a través del Puente Viejo de Boñar y derivaciones también hacia el Bernesga por La Robla.

Fueron tierras vadinenses —según han dejado demostrado eminentes arqueólogos, como Gómez Moreno, de acuerdo con la abundante epigrafía encontrada en la zona—, donde los satures hacían frontera con los pueblos cántabros, y se supone que esta calzada fue una de las muchas construidas con fines estratégicos para agilizar la conquista de una comarca que ofreció a los romanos la más dura resistencia de las campañas emprendidas en Hispania. Desde Valdepiélago a Montuerto, adaptándose a la estructura del macizo montañoso que atraviesa, la calzada se encañona con el río y aumenta su pendiente, aprovechando como base los propios depósitos fluviales de la margen izquierda donde la anchura lo permite, o ajustándose otras a la ladera en los tramos más abruptos, en los cuales pueden observarse aún, con todo detalle, numerosos paños de muros compuestos por grandes bloques pétreos.

Entre Montuerto y Nocedo, con el fin de salir de una prolongada angostura, o tener que cruzar el río, la calzada se eleva unos ochenta metros para descender nuevamente a los niveles próximos al cauce. Dos kilómetros más al norte, con una perfecta definición, atraviesa las Caldas de Nocedo, donde a juzgar por la conocida afición romana a disfrutar de las aguas termales, es de suponer que tendrían una captación adecuada para el aprovechamiento de estos manantiales que hasta hace pocos años seguían siendo reclamo para la hidroterapia o cura de aguas.

Los puentes de la calzada

Es curioso que en el tramo que nosotros hemos tratado de estudiar con más detalle, el comprendido entre Valdepiélago y Cerulleda— unos veinte kilómetros— la calzada romana de Vegarada presenta nada menos que once puentes, la mayoría de los cuales son difíciles de datar como consecuencia de la mixtificación que presenta su factura, unas veces claramente medieval según los modelos-tipo de la época, pero con basamentos mucho más antiguos que nos remontan al trazado romano y a la ingeniería típica del Imperio.

Destacan, por su acumulación, los tres puentes que componen el lugar conocido como «Nudo de los Puentes», donde dos de ellos sólo pueden constatarse por los restos, y cuya disposición es un tanto enigmática para quienes tratan de dar explicaciones lógicas a la presencia de estas obras. El tercero de ellos, da acceso a la carretera que enlaza Villamanín a través de las colladas de Valdeteja y Cármenes.

Particularmente, nosotros, dentro ya de las connotaciones paisajísticas del entorno, siempre hemos disfrutado de la belleza de los dos puentes que conserva el pueblo de Cerulleda, y sobre todo con el que, entre Nocedo y el arroyo de Valdeteja, llama la atención por su airoso arco y el sugestivo nombre de «Puente del Ahorcado».

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