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La técnica milenaria de tatuarse la piel está más de moda que nunca. La variedad de estilos y tendencias no tiene fin: telas de araña en los codos, exóticas flores en el cuello, diseños geométricos en cabezas afeitadas y brazos tupidos con un solo color dominan la larga cola de entrada al prestigioso festival celebrado hace unos días en Londres y que este año ha batido récords de asistencia.

«La escena del tatuaje ha cambiado de una manera impresionante. La primera vez que fui a una convención hace 25 años éramos un pequeño de club underground de moteros, fetichistas y artistas alternativos. La afluencia se ha multiplicado por treinta», comenta el tatuador Alex Binnie.

En un almacén de tabaco de la antigua zona portuaria de Londres se dio cita lo más selecto de esta disciplina en pleno auge: tatuadores, vendedores de utensilios y tintas, editores de revistas especializadas y galerías de arte dedicadas a la cultura del tatuaje. Un reclamo ineludible que arrastra desde hace seis años a miles de aficionados que peregrinan hasta la convención para poner su piel al servicio de sus ídolos y para ver de cerca las nuevas tendencias y técnicas.

Lepa, una joven inglesa de origen indio, se paseaba orgullosa subida en unos tacones de vértigo vistiendo solo un diminuto biquini que le permitía mostrar un cuerpo casi completamente tatuado. «Esta es una de las mejores convenciones del mundo, vienen artistas de toda partes. Las técnicas han mejorado mucho y por eso el tatuaje es cada vez más sofisticado», explicó esta apasionada que reconoce estar encantada con el hecho de cada vez sea una práctica más aceptada.

El ambiente estuvo dominado por el repetitivo sonido de las maquinas eléctricas que aplican la tinta en la piel pero se animaba también con conciertos de música «rockabilly», puestos de comida y actuaciones de malabaristas.

Todo recordaba a una moderna torre de Babel. Un tatuador de Nueva Zelanda postraba en el suelo a sus clientes sobre los que utiliza el método maorí del golpe y la costura, mientras que enfrente dos adiestrados japoneses deleitaban a los curiosos con su habilidad con las agujas hechas de caña de bambú.

«Queremos dar a conocer al mundo una parte de la cultura antigua mexicana», explicó Sanya Olma que ha venido desde la región mexicana de Chiapas donde es responsable de un proyecto de rescate de las técnicas ancestrales de modificación corporal «que casi desaparecieron tras la conquista de América».

Entre las innumerables opciones y tendencias, un año más en la multitudinaria cita londinense arrasaron los motivos clásicos orientales. «Siempre habrá modas que vienen y van, pero los estilos mas tradicionales son los que perduran, no se pasan con el tiempo y esto es importante cuando se trata de algo que va a estar toda la vida contigo», explica el argentino afincado en Londres Diego Azaldegui mientras dibuja una geisha sobre la espalda de un cliente.

Un trabajo que —revela— puede llevar unas 50 ó 60 horas, cada una de las cuales se paga a 10 euros (unos 13,5 dólares).

Muy cerca de la salida de este enorme festival, un grupo de asistentes fotografiaba a un joven de Taiwán que con un pequeño tanga muestra un cuerpo tatuado de la cabeza a los pies, mientras muchos se acercan a él para preguntarle por el minucioso trabajo elaborado durante años.

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