Diario de León

el misionero de misioneros

El leonés que llegó a Alaska

LA VIDA DEL PADRE LLORENTE ES DE PELÍCULA. FUE CONGRESISTA EN ESTADOS UNIDOS REPRESENTANDO A ALASKA. Y AHORA SE HA CONVERTIDO EN SÍMBOLO DE LOS MISIONEROS LEONESES

Entrada a Mansilla Mayor por la calle del Padre Llorente, donde su recuerdo sigue presente en la placa descubierta en su casa natal en los años 60 cuando fue nombrado Hijo Predilecto.

Entrada a Mansilla Mayor por la calle del Padre Llorente, donde su recuerdo sigue presente en la placa descubierta en su casa natal en los años 60 cuando fue nombrado Hijo Predilecto.

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Desmet es un pueblo del Estado de Idaho. Allí, en un pequeño cementerio donde solo pueden ser enterrados nativos indígenas americanos, los indios de las películas del Oeste, está la tumba de Segundo Llorente, un leonés al que se le conoce como el misionero de los esquimales. Desde hace un mes, su nombre preside también la nueva sede de Cáritas en León, como símbolo de la perseverancia y entrega de cientos de misioneros leoneses por los cinco continentes.

¿Y quién es el Padre Llorente? ¿Qué hizo para merecer tal honor? Jesuita y escritor, nació en Mansilla Mayor el 18 de noviembre de 1906, en una familia de labradores. Las vocaciones religiosas han formado parte desde hace generaciones de la vida de muchos pueblos leoneses. También de estas tierras de la vega del Esla, donde se le sigue recordando con una calle y una placa colocada en la fachada de su casa natal, a la entrada del pueblo. Muy joven, después de pasar por el Seminario de León, partió hacia los Estados Unidos primero y hacia Alaska, más tarde, donde está considerado nada menos que cofundador del 49 estado, Alaska.

«Por la mañana salgo de las mantas como oso de la madriguera. Enciendo una vela y me calzo las botas de piel de foca llenas de hierba seca para que los pies estén bien mullidos y no se enfríen más de lo razonable. Enciendo la estufa y, si se heló el agua, derrito el hielo y me lavo. Abro la puerta, doy dos pasos y ya estoy delante del altar...». Así era cada amanecer en la vida de Segundo Llorente a uno y otro lado del río Yukón, anunciando el Evangelio.

A los 23 años, sin saber una palabra de inglés, llegó a los Estados Unidos para estudiar Teología. Apenas fue ordenado sacerdote, buscó en el mapa el lugar más recóndito y difícil en todo el mundo: Alaska. «¡Cómo nos gusta a nosotros decir que la Iglesia es católica, universal, que tiene que estar en todas partes! Los esquimales también son hijos de Dios, y a mí me ha tocado el privilegio de ser su misionero. Aquí está la Iglesia Católica, gracias a nosotros, los misioneros», escribió en una de sus múltiples cartas.

Precisamente en la inauguración del centro de Sierra Pambley, el pasado mes de junio, el obispo de León, Julián López, destacaba el carácter del Padre Llorente, su perseverancia, su anhelo por llegar hasta el último rincón de la Tierra. «Fue un gran evangelizador y al tiempo un hombre preocupado por la promoción de los habitantes de aquel país lejano y desconocido hasta su llegada como era Alaska».

El Padre Llorente supo unir a su actividad pastoral la propia del representante del pueblo y así fue también congresista en Washington.

Su nombre fue elegido para este nuevo edificio del centro de León, que acoge la sede de Cáritas y otras organizaciones religiosas, como homenaje «a una figura emblemática de la Iglesia de León que, al mismo tiempo, representa un reconocimiento para los miles de misioneros leoneses». «La personalidad del Padre Llorente representa lo que este edificio quiere ser», concluyó Julián López.

El edificio que acoge el nuevo Centro Diocesano Padre Llorente albergó durante muchos años la histórica sede de la Fundación Oscus (Obra Social y Cultural Sopeña), gestionada por el Instituto Catequista Dolores Sopeña, hasta que en el año 2006 fue adquirido por la Diócesis de León.

Que León ha sido y es tierra de misioneros no hay duda. A pesar de todos los condicionantes, como la falta de vocaciones, el Obispado leonés mantiene 526 religiosos por los cinco continentes. De ese medio millar, 254 son hombres y 272, mujeres. «Hay que especificar que esta cifra se sostiene en los datos que tiene la Delegación de Misiones gracias a las direcciones que posee de los mismos. En cualquier caso, hay que añadir en torno a unos cien más, de los que no se tiene una dirección correcta que permita su localización», explican fuentes eclesiásticas. En cuanto a la distribución por continentes, 418 se encuentran en América; África cuenta con 52 misioneros; 37 desempeñan su labor en Europa y 19 en Asia.

La vida de Segundo Llorente Villa está llena de fechas: En 1919 ingresó en el Seminario de León. En 1923 se integró en la Orden de San Ignacio, y en 1926 concluyó sus estudios de Humanidades en Salamanca.

Su formación no se quedó ahí. Entre 1927 y 1930 estudió Filosofía en Granada y en 1930 viajó a Estados Unidos, donde se incorporó a la Provincia Jesuítica de Oregón. Tras realizar estudios de Teología en Kansas, fue ordenado sacerdote el 24 de junio de 1934 y un año después partió con destino a Alaska.

Después de esa primera estancia, en 1938 Segundo Llorente fue destinado de manera definitiva a Kotzebue, en el norte de Alaska, y en 1941 fue nombrado superior de Akularak, donde permaneció 40 años. En 1960 -su currículum parece no tener fin- fue elegido representante, por dos años, para el Parlamento de Alaska, que estrenaba configuración legal, por votación de la comunidad esquimal. En 1975, después de más de 40 años en Alaska, fue destinado a Moses Lake, en el estado norteamericano de Washington ante la creciente población hispana. Y en 1981 se trasladó a Pocatello, en el estado de Idaho, donde a la edad de 82 años le fue diagnosticado un cáncer de garganta. Falleció el 26 de enero de 1989 en Spokane, estado de Washington. Sus restos mortales fueron enterrados el día 30 de enero en Desmet.

Hasta aquí su biografía resumida, pero su vida fue mucho más, sobre todo su pensamiento y su defensa de un pueblo oprimido como era y es todavía el esquimal. Hoy es muy fácil decirlo; hacerlo cuando él lo hizo, mucho más difícil.

El Padre Llorente escribió 12 libros sobre su experiencia en Alaska y publicó miles de crónicas sobre los esquimales y su labor misionera. «Estuve cuarenta años enseñando a los esquimales a hacer la señal de la cruz. Y con eso me doy por contento». Quizás sea la frase que resuma su vida religiosa. «Sin duda, además de su paso como evangelizador de la Iglesia católica, hay sin duda un aspecto clave en su personalidad y es su papel en la integración de Alaska en los Estados Unidos. Se identificó de tal manera con los esquimales que, cuando el Estado de Alaska creció y se hizo libre, vinieron las primeras elecciones; y salió Segundo Llorente representante de Alaska, porque los esquimales lo habían elegido. Mi hermano mandó enseguida una carta diciendo que renunciaba, que no sería apropiado. Le contestaron que no renunciara, pues era la primera vez que votaban los esquimales y era darles un mal ejemplo no aceptar; que no lo mirara como un honor, sino como una manera de servir», explicaba hace unos años su hermano Amando Llorente, también religioso, en su caso en Cuba, donde fue profesor de Fidel Castro.

«Cuando Alaska se hizo rica por el petróleo, no sabían qué hacer con los blancos que habían estado allí tantos años, a los que, al fin y al cabo, se les debía que aquello llegase a ser lo que era. Entonces hicieron el «Club de los fundadores de Alaska». La condición era ser blanco -que hubiera venido de fuera a trabajar en Alaska- con treinta años de servicio en Alaska, y que hubiera hecho alguna cosa importante. Elegido presidente por unanimidad: ¡el misionero Segundo Llorente!», añadía no sin orgullo de una familia que, desde un pueblo pequeño como Mansilla Mayor, llegó muy lejos en la misión religiosa.

Alaska se constituyó en 1958 en el Estado número 49 de los Estados Unidos bajo la presidencia de Eisenhower. «Una vez aceptada la misión y elegido diputado, se convirtió en el primer sacerdote católico elegido para una legislatura norteamericana con voz y voto. Coincidiendo con el comienzo del mandato de J. F. Kennedy, se especuló en la zona con influencias de la cúpula católica, pero nada más lejos, pues fue una de las pocas ocasiones en que el deseo de los nativos americanos se hizo realidad», comenta el escritor Javier Nicolás, el gran conocedor de la vida y obra de este misionero leonés.

El Padre Llorente se encontró con dos tipos de comunidades: los esquimales que se extendían a lo largo del estrecho de Bering y por el Círculo Polar llegando hasta Labrador y Groenlandia, y el indio que habitaba en el interior de Alaska hasta el Canadá. Su objetivo siempre fue la tierra más dura, tanto por sus condiciones ambientales como por el habitat disperso de su población. Como él decía la verdadera Alaska comenzaba a las veinticuatro horas de salir de Fairbanks hacía el oeste a orillas del Yukón. «De pronto se vio un monte de hielo macizo, o sea, el glaciar Columbia. El barco se acercó cauteloso y, por fin, se paró a corta distancia. Las sirenas rugieron tremebundas; el glaciar repetía los ecos; las paredes, batidas por las olas y por la vibración del sonido, se rajan con el retumbar de los truenos de verano y columnas gigantescas de hielo se desploman sobre el agua y alteran la marea», recordaba de uno de sus primeros días en la zona.

El Padre Llorente escribió muchísimo sobre Alaska a lo largo de su vida. «Envió miles de crónicas, invitando con su profunda y habitual alegría, a la vocación sacerdotal y a misionar, y cartas y artículos describiendo la vida y anécdotas esquimales; artículos recopilados posteriormente en varios libros», añade Javier Nicolás. Sin duda, su gran libro fue «Cuarenta años en el Círculo Polar», con textos recogidos por su hermano Amando y José A. Mestre.

Durante sus años en Alaska, apenas volvió a España, aunque sí lo hizo en 1963 para recibir el mejor regalo: el título de Hijo Predilecto de su pueblo.

Su vida también dio sirvió de argumento, en parte, a la película ‘Balarrasa’, dirigida por José Antonio Nieves Conde en 1951 y protagonizada por Fernando Fernán Gómez. El film, que participó en el Festival de Cannes de 1951, narra la historia del misionero español Javier Mendoza (Fernando Fernán Gómez), que se encuentra atrapado en medio de una gran tormenta de nieve en Alaska. Temiendo que ha llegado el fin de sus días, comienza a recordar su vida.

Para la profesora de la Universidad CEU San Pablo, Rosario Gutiérrez, Alaska fue «una de las misiones más importantes y difíciles de la cristiandad». De ahí también la importancia del Padre Llorente. Para esta labor evangelizadora, añade esta investigadora, «tuvo la suerte de que la presencia anterior de los ortodoxos le allanara previamente el terreno, a pesar de que cuando él llegó aún pervivieran algunas creencias supersticiosas entre los esquimales».

Y añade: «Fue con éstos, más que con los indios, con los que más trato tuvo el padre Llorente. Aunque también existía presencia blanca en Alaska, tanto que uno de los motivos de que la presencia de religiosos allí se hiciera tan necesaria fue la llegada de grandes masas de población americana seducidas por la ‘fiebre del oro’. El contacto de esquimales con blancos fue beneficioso en muchos casos, pero también perjudicial en otros, sobre todo en la introducción de las bebidas alcohólicas por parte de los muchos balleneros y mineros que paraban por esas zonas».

Sobre los escritos que sobre su vida en Alaska el padre Llorente publicó en la Revista de las Misiones, Rosario Gutiérrez asegura que «sirvieron para transmitir su entusiasmo por Alaska y para desmitificar algunas ideas que se tienen sobre esta tierra». Tampoco desfalleció en Alaska su entusiasmo por lo español. «Le gustaba, por ejemplo ‘españolizar’ nombres de personas y lugares».

Y es que el padre Llorente aspiraba a la santidad, y lo decía sin remilgos, aunque reconocía lo complicado de la empresa: «Los viejos tendremos que dejar muchos pelos en la gatera antes de colarnos en el Cielo, si nos colamos. Es la carrera más difícil en esta vida. A todos nos gusta que no nos falte nada, y al santo le tiene que faltar casi todo. Ahí está la dificultad», sostenía.

El Padre Llorente echaba en falta, sobre todo, «la virtud de la paciencia, y en comida, un racimo de uvas andaluzas», imposible de hacer llegar a Alaska. Pero lo que más le dolía era no saber esquimal: «Ojalá pudiera predicar en lengua esquimal con la misma facilidad con que lo hago en inglés o lo haría en español. Los misioneros de Alaska venimos con el pecado original de no poder aprender la lengua lo suficientemente bien para predicar con holgura sin la ayuda de un indígena experto. Una cosa es entender y chapurrear el idioma, y otra muy distinta levantarse delante de un auditorio y dispararles un sermonazo sin zozobras, mugidos ni titubeos», se lamentaba.

Desde el año 2000, católicos de este estado norteamericano recogen testimonios para impulsar la causa de beatificación del Padre Segundo Llorente. A día de hoy, el proceso continúa.

El Padre Llorente fue enterrado en Desmet, una reserva india atendida por los jesuítas. La tumba, sencilla ante el gran espectáculo de la naturaleza que la rodea, acoge apenas a una decena de religiosos. Su epitafio encierra todo lo que fue: «En vida y en muerte con aquellos que amamos».

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