Diario de León
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En la confusión sobre la suerte final del antiguo dictador libio, se llegó a escribir hacia las 14 h. (de España) que Muammar al-Gadafi estaba «capturado y muerto» una síntesis imposible porque todo muerto está capturado a ciertos efectos y la cuestión un par de horas después, en la tarde española, cuando se le da por ciertamente muerto, no es el hecho biológico en sí, de gran interés social y popular pero irrelevante a ciertos efectos: con la conquista esta mañana de Sirte y la puesta en fuga de los restos de la fuerza militar oficial, la guerra en Libia ha terminado.

No es injurioso suponer que por razones puramente prácticas, ciertas potencias y buena parte del gran mundo diplomático tenía una preferencia intelectual y política por su muerte. Un Gadafi vivo y en suelo sería juzgado y eventualmente condenado, su proceso sería un recordatorio inconveniente de los viejos y buenos tiempos, ocasionaría una gran controversia internacional sobre la pena de muerte.

Un Gadafi muerto, sobre todo si ha muerto en combate y/o en compañía de alguno de sus hijos, en cabeza Saif al-Islam, su heredero más visible, podría al menos hacer bueno el célebre adagio italiano según el cual un bel morire tutta una vita onora y suscitaría alguna consideración sobre un valor personal que su gestión interminable, errática y autoritaria no pudo acarrearle nunca. Una prueba es el escasísimo porcentaje de la sociedad libia que corrió a tomar las armas para defenderle. La rebelión social empezada en Bengasi se extendió de modo imparable

Washington, en efecto, parecía suficientemente complacido con el giro de Gadafi, hijo de la experiencia, pero no se hacía ilusiones sobre cualquier cambio en la naturaleza del régimen y ni Condoleezza Rice, ni Hillary Clinton, podían imaginar siquiera que tres regímenes autoritarios árabes del norte de Africa, volarían por los aires por la resolución admirable de la gente.

Y en el caEmpieza lo difícil Sea cual sea la suerte de Gadafi, está terminada prácticamente la guerra y hoy se extiende un generalizado pronóstico de que ahora empieza lo más difícil: el proceso de normalización política, institucional y económica.

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