«Déjese de reclamar a la Iglesia, que es usted rojo»
Felipe Álvarez-Estrada Díaz San Pil encontró una situación desoladora al salir de la cárcel, con sus propiedades arrasadas y sin trabajo. Por eso el 22 de octubre de 1946 firmó un contrato para vender la piedra del monasterio al entonces párroco de la iglesia de San Juan de Renueva, en León, Eladio Tejedor Alcántara (fallecido en 1957) por 100.000 pesetas. Según el nieto de Felipe, Baltasar Palacios, el sacerdote supo aprovechar el sambenito que arrastraba su abuelo por rojo y desafecto, «y en lugar de retirar piedras del cenobio durante los dos años estipulados, lo hizo durante una década, lo que motivó decenas de cartas de mis abuelos, mi madre y mis tías al Obispado y al gobernador civil para que detuvieran el expolio», dice. Es más, recuerda que cuando su abuelo fue a pedir cuentas al renombrado obispo Luis Almarcha, éste le despachó diciéndole «déjese de reclamar la piedra y no se meta con la Iglesia... que es usted rojo y ex presidiario», consta en los diarios familiares. Sin embargo, fuentes del Obispado poseen otra versión que indica que el acuerdo de compra-venta afectaba a «la totalidad de las piedras en bulto, talladas y labradas, del conjunto de fachadas, naves, columnas y ventanales, y a las que estuvieran desprendidas...». Al ser Monumento Nacional desde 1931, se requería un permiso especial de Bellas Artes que se obtuvo el 23 de septiembre de 1952. «Si desde 1946 hasta casi el 53 alguien sacó piedra de Eslonza no fue la Iglesia, sino como escribió el propio Eladio Tejedor, por las frecuentes y fáciles raterías de las que era objeto el monasterio. La voluntad del párroco era salvar de su total desaparición las ruinas usando sus materiales para la nueva iglesia de Renueva, mientras la intención del vendedor, por una carta remitida el 30 de septiembre de 1952 que tenemos, era dejar expedito el solar para usarlo. Quería una retirada rápida de la piedra», insisten. Felipe Álvarez-Estrada creía que detrás de esa rapiña estaba también el cura, pero fuera como fuera, lo cierto es que el episodio le hizo sentirse, «profundamente engañado y ninguneado y fue languideciendo. En 1951 murió su esposa María Fernández Castrillón de la Rionda y poco después, él, en Gijón», rememora Palacios.