eslonza
Una historia de lucha y fatalidad
La sombra de la muerte por accidente o enfermedad ha persiguido como una maldición desde 1880 a los herederos de eslonza. la guerra truncó los sueños de esta saga asturiana, que en enero puso fin a 131años de posesión al entregar el monasterio a gradefes
La historia más reciente del Monasterio de San Pedro de Eslonza esconde un estupendo guión de novela, cuyas páginas ha ido reuniendo su último heredero, Baltasar Palacios Álvarez-Estrada. Este médico gijonés, jubilado el año pasado, ha efectuado una auténtica labor detectivesca tras leer y clasificar los cientos de legajos que conservaba su familia desde el siglo XIX.
En ellos se hila una trama cuajada de ricos herederos de renombre e influencia en Asturias, eclesiásticos ambiciosos y soñadores arruinados por las cicatrices que abrió la Guerra Civil a ambos lados del Pajares. Según constata, la desgracia y la fatalidad persiguieron a los sucesivos propietarios de Eslonza durante un siglo como si de una maldición se tratara.
De hecho, la sombra de la muerte alcanzó a varios descendientes que siendo muy jóvenes murieron en batalla, fusilados o por enfermedad. Dos hermanos perecieron incluso desnucados. La leyenda se nutre también con la lucha ejemplar de varias generaciones de mujeres que supieron enfrentarse con valentía al Régimen con desigual éxito, en un intento de sobrevivir y conservar parte del abundante legado de sus antepasados.
El relato contado por Baltasar comienza a tejerse con la Desamortización del 28 de junio de 1843 y concluye con la donación de las ruinas del que fuera el mejor cenobio benedictino del siglo X al Ayuntamiento de Gradefes a comienzos del 2011. Mendizábal favoreció la subasta a favor del Estado del monasterio y las tierras aledañas de San Pedro de Eslonza, que pasaron por diversas manos hasta ser adquiridas en 1880 por al asturiano Juan Francisco Calderón (hermano de uno de los últimos monjes benitos del cenobio llamado Cayetano).
El viaje a tierras leonesas se realizaba entonces a bordo de las viejas diligencias. Por eso su sobrino Dionisio, más joven, se encargó de inscribir las fincas 3.507 y 3.508 el 11 de junio en el registro de León. El monasterio fundado el 912 por el primer rey leonés, García I, ya había sufrido diferentes expolios, pero incrementó su decadencia con la siguiente heredera, Petra Calderón, una mujer muy religiosa y con decenas de posesiones en Asturias, que se desentendió del recinto cuando las autoridades amenazaron con excomulgar a los que se hicieran con los bienes de la Iglesia.
Tuvo dos hijas, Carolina Díaz Calderón, reconocida pintora del Principado, y Luisa, que recibió la herencia al renunciar su hermana y tuvo una vida plagada de desgracias. De sus cuatro retoños, uno, médico, se mató al caer del caballo y desnucarse delante de la Iglesiona del Sagrado Corazón (Gijón) cuando iba a misa. Otro, Luis, falleció también al quebrarse el cuello en un sonado accidente ferroviario en Navas (Palencia). Era capitán de caballería y llegó a residir en San Marcos de León. Después de realizar el curso de oficial en Madrid, regresaba junto a sus compañeros en tren. El sueño le venció y se acostó en el vagón, en lugar de apurar la noche jugando a las cartas en el compartimento posterior, lo que salvó la vida de muchos militares al descarrilar el tren, mientras él, por el impacto y por ir delante, se desnucó.
El tercer hijo, Mauricio, participó en la primera Guerra Mundial (1914) como oficial de EE.UU. Navegaba con los barcos aliados y su madre, preocupada por la suerte que ya habían corrido sus otros dos hermanos, le mandó regresar para salvarle de una posible muerte en combate.
La familia poseía numerosas posesiones en Quirós, un molino (El Molinón), una central hidroeléctrica (El Robloso) y una pionera línea de autobuses que enlazaba Bárzana de Quirós con Oviedo. En su vivienda palaciega se apilaban cientos de libros y varias cámaras fotográficas, a las que eran muy aficionados.
Mauricio Álvarez-Estrada se casó con una dama de alto linaje, Rosalía Fernández Posada, con quien tuvo una hija. Eslonza le quedaba lejos, constituía una fuente de problemas y decidió vender su parte al único hermano que le quedaba, Felipe (azañista declarado que ejerció de concejal de Izquierda Republicana en Gijón). El documento se materializó el 14 de junio de 1931, en los albores de la República.
La adquisición se describía como «edificio en ruinas que fue convento de monjes benitos, sito en Santa Olaja de Eslonza, cuyo edificio con sus corralones, cuadras y demás edificaciones ocupan una superficie de 125.982 piés cuadrados. Pegando al mismo, una huerta, bosque conejal y palomar, todo cercado de pared que mide 486 áreas y 54 centiáreas que comprenden multitud de árboles». El precio fijado, 40.000 reales. Mauricio quedó viudo poco después y se casó de nuevo con Clementina Fernández Castrillón, hermana de su cuñada María. Como el primer documento de venta había sido privado, el nuevo matrimonio selló otro en una fecha peculiar, el 14 de julio de 1936. La guerra estalló cuatro días después e impidió que se elevara a público, lo que generó pleitos entre las ramas de herederos.
El conflicto civil que comenzaba fracturó el país y a la familia. La viuda de su hermano Luis, de ideología de derechas, animó a su primogénito de 21 años a acudir a la sublevación del cuartel de Gijón, contra la opinión de sus tíos Felipe y Mauricio. Como era de esperar, el joven falleció en la defensa de Simancas, aunque las autoridades republicanas permitieron recoger el cadáver y enterrarlo, supuestamente, en el cementerio de Ceares.
Felipe, que era perito industrial, mecánico y eléctrico, refugió después a sus otros cinco sobrinos y a la viuda, en Quirós. Sin embargo, ellos no apreciaron los favores que recibieron. Al acabar la guerra y caer el Frente Norte, Mauricio intentó llegar en coche hasta el puerto de El Musel para marchar al exilio y librarse de ser ajusticiado. En el Alto de la Cobertoria se encontró con un herido al que decidió socorrer y trasladar al hospitalillo de Mieres. En ese tiempo, los nacionales ya habían tomado Siero y no pudo cruzar hacia el mar. Fue detenido, acusado de masón por un boticario envidioso y condenado a muerte. «Cuando pasó esposado por delante de su cuñada, ésta no le ayudó ni le defendió. Un mal gesto que acabó de enfrentar a las familias herederas de Eslonza», recuerda. Baltasar cree que su tío-abuelo está en una fosa común en Grado. Su viuda logró sobrevivir marchando a Barcelona con sus dos hijos y su hijastra. Por su parte, Felipe, que permanecía refugiado en Avilés, fue llevado a la prisión del Coto tras la denuncia de una de esas sobrinas. Los nuevos gobernantes aprovecharon su encarcelamiento para incautar a la familia la línea de autobuses de Quirós y arrasar las casas, llevándose las joyas, el dinero, las cuberterías de plata, las cristalerías y los muebles de valor. Su suerte para sobrevivir a las habituales ‘sacas’ carcelarias fue su baja estatura, que le permitió dormir escondido en un altillo de los barracones. Mataba el tiempo construyendo cajas de dominó y logró dar esquinazo a la muerte porque conocía al fiscal del juicio y era íntimo amigo de su defensor, Bonifacio Lorenzo, hombre de derechas.
El último capítulo de la historia se cierra con las cuatro hijas de Felipe y María Fernández Castrillón. La mayor falleció soltera en 1994. Dejó su parte a la madre de Baltasar, Luisa, que murió en 1996. Al año siguiente lo hizo la tercera hermana, Isabel, madre de Ramón (catedrático de física en Madrid). Las piezas del monasterio quedaron así en manos de la hija pequeña, Ana (28%), y de los nietos Baltasar (46%) y Ramón (28%).
Los tres donaron las ruinas al Ayuntamiento de Gradefes a comienzos de este año, poniendo fin así a 131 años en manos de una saga asturiana.