‘vicentín’ garcía
Con 90 años y en Porsche
carnicero, tratante, jinete, ciclista, organizador de eventos, propietario de discoteca... ‘vicentín’, roblano mítico, ha hecho de todo pidiendo nada a cambio. su refrán es: «no hay como lo poco siendo bastante»
Uno se resiste a creer que este hombre tenga casi un siglo de vida. Hay tanta energía en sus gestos y en su voz, en la vehemencia con la que explica las cosas Vicente García, siempre ‘Vicentín’ el de La Robla, que parece capaz este paisano de montar, de nuevo, la mejor discoteca que hubo en la Montaña, de cruzar en bicicleta la collada de Aralla y el Rabizo sin cambiar de plato, de pasarse la noche matando toros a puntilla con destino a su carnicería, de organizar bailes de sociedad, vaquilladas, partidos de fútbol y carreras de bicis, y no decimos capaz de conducir el pulcro Porsche que venera en el garaje porque ya lo hace todos los domingos ribera del Bernesga arriba. Su historia está hecha a base de músculo y tesón. Y de llevarlo todo por delante.
Nació Vicentín en La Robla en 1921. «Fui a la escuela poco, cuatro inviernos nada más», avisa. Su padre tenía carnicería y fincas, era tratante, había mucha labor que hacer. Con ocho años le acompañaba a comprar ganado a Benllera y con 12, él solo, sin encomendarse a Dios ni al diablo, marchó a Sorribos y mercó dos jatas. «Coño, pues están bien compradas», razonó el padre. Y no se habló más, desde entonces quedó encargado el rapaz de las riendas del negocio. «Como me veían tan niño, pues me vendían los animales un duro más baratos», ríe Vicentín.
No quedó ahí la cosa. «Al año siguiente creé, con El Chato y El Perero, la Feria de La Robla, acordamos dar un premio al paisano que más ganado presentase y al tratante que más comprase, y se armó un ferión terrible de tres días». «Luego pasaron a ser tres ferias al año, ¡y es que había un ambiente entonces en La Robla! Hasta 2.000 castrones se contaban los domingos, en época de matanzas».
Pronto le vino también la afición por el ciclismo. Le había echado el ojo a una bicicleta que tenía colgada en su taller Lucio Díez, de llantas de madera —la vendía por mil pesetas—, y tras una buena venta en La Puentecilla marchó corriendo al taller: «¡Lucio, bájame la bici!». Y montado salió para La Robla. Más tarde, haciendo la mili en Astorga, iba cada domingo a su casa desde la ciudad maragata en ella, a veces de noche, después del baile. Corrió los Campeonatos de España en Valencia y Sevilla de 1946, y daba todo tipo de usos a sus bicis, pues no fueron pocas las veces que trajo de una feria una o dos jatinas dentro de un carrín atado a ella. Tanta era la fuerza del paisanón que, si se encontraba con algún vecino que iba andando para La Robla, le decía: «¡Sube ahí detrás!». Y los llevaba a todos a pedaladas.
Recuerda con nostalgia y cariño la discoteca que montó entre el 69 y el 80: Panacar, a la que iba personal hasta de Villablino y las Polas asturianas. «Tuvimos allí grandes artistas, como Marta Martí, de Tucumán, Argentina, ¡y también Teresa Rabal!, y la inauguramos con Cristina y los Tops, en conjuntos, lo mejor que había en España», evoca. Vicentín mediaba en las peleas: «¿Pero qué hacéis, chavales? Venga, vamos a echar unos chinos», y los calmaba. O: «Vale, salís fuera, y el que pierda, paga la consumición». Y acababan los tres tomándose un chisme. Otra pasión suya fueron y son los coches; desde la Carrilana que no subía de los 50 por hora hasta el Porsche actual corrieron lo suyo el Renault Fregate, los simcas, el Chrysler 150 y un jeep con el que tuvo un accidente en El Caminón y salió despedido. «El del otro coche me vio tirado y, para ver si estaba bien, me preguntó: ‘¿Cómo se llama usted?’, ‘cuántos años tiene?’, yo dije: ‘Vicente García, 82’, y él: ‘¿82? Ay madre, este hombre no controla, no controla’». Pero Vicentín nunca ha pisado un Hospital, «se me puso la pierna toda negra y me curé con unos chorros de agua, como los caballos» (esa es la otra fiebre de este roblano, hasta hace poco tenía tres en su casa actual de Villaobispo). Se bañaba en pleno invierno en el Bernesga y nunca agarró un catarro. Trabajó horas incontables, noches enteras incluidas. Ayudó a todo el que se lo pidió con un único freno, no meterse en política. «Hice lo que quise hacer y fui feliz, ¡y no hay más!». Ahí es nada.