Diario de León

la llamada de los claustros

Un recorrido por la joya de Gradefes

el longevo monasterio, con una amplia historia, representa EL PRIMER PASO DEL ROMÁNICO AL OJIVAL EN TIERRAS leonesas

Sepulcros atribuidos a los fundadores del monasterio: doña Teresa y don García Pérez

Sepulcros atribuidos a los fundadores del monasterio: doña Teresa y don García Pérez

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León

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Desde el año 1168 en que fue fundado el monasterio de Santa María de Gradefes, mantiene esta villa una comunidad religiosa femenina, que integrada en la Orden del Císter, ha sabido armonizar, durante los 843 años de su existencia, la austeridad de su Regla con la convivencia amable de las gentes de Rueda.

Se debe la fundación de este longevo monasterio, al hecho de la prematura muerte de don García Pérez, que junto a su joven esposa, Teresa Pérez, formaban un respetado matrimonio afincado en Gradefes, cuyo linaje descendía de la Real Casa de Aragón, y que el rey Alfonso VII, por los muchos servicios prestados a la Corona había elevado al rango de Señorío con la donación de múltiples heredades en tierras leonesas.

Fiel a la memoria de su esposo, con un gran sentido cristiano de la nueva situación, Teresa Pérez renuncia a todos los privilegios que le ofrecían su categoría y posición económica, y en plena juventud —pues aún no había cumplido los treinta años— se retira del mundo para fundar y dotar un monasterio en la tierra que había vivido con su marido.

De esta manera, rodeada de un buen número de novicias que también sintieron la llamada austera de los claustros, nuestra joven viuda profesa los votos de la Regla de San Benito, según la reforma del Císter, siendo elegida abadesa por unanimidad. La reciente comunidad, lo mismo que las que fueron sucediéndose, contaron con el apoyo de los reyes de Castilla y León, pues según se desprende de múltiples documentos archivados en el convento, recibieron gran cantidad de donaciones para el sostenimiento, destacando las que en su día concedió el rey San Fernando.

La construcción del templo

Nueve años después de la fundación, se terminaban las obras del monasterio, según se puede comprobar en una lápida situada en la nave izquierda del templo, entre una columna y la archivolta de un sepulcro. Obras que fueron terminadas, según hemos dicho, pero nunca fueron rematadas, por supuestas razones económicas que pueden atribuirse a la gran cantidad de ventas que tuvo que hacer la primera abadesa con cargo a las legaciones que ella misma había aportado a la fundación.

El templo en cuestión, que fue declarado Monumento Arquitectónico Artístico por Real Orden de 4 de septiembre de 1924, se caracteriza por el estilo románico de transición. No precisamente el bizantino puro ni el florido, sino el que hoy se conoce como primer período ojival, que ha sido tan interesante para la historia del arte, en que el estilo románico va cediendo transitoriamente su puesto al ojival gótico.

Se accede al interior del templo a través de un humilde portal de aspecto pobretón, tras el que se oculta una entrada con bello arco de piedra guarnecido de dientes de sierra hasta abajo y moldura sobrepuesta. Es del siglo XIII al XIV y en su parte superior se ven dos repisas sobre las que se asientan las figuras de dos leones, ya gastadas y carcomidas.

Después de bajar unos peldaños de piedra, nos encontramos en el interior del templo, cuya planta románica mide 25 metros de ancho por 28 de largo. La fábrica está compuesta por tres naves; la del centro, peraltada, y todas ellas con bóvedas de nervios cruzados. Las dos de los lados van enlazadas en forma de hemiciclo detrás de la mayor. La nave central aparece rodeada por siete arcos adornados por un bocel doble, los tres de adelante son de ojiva rebajada y los restantes de medio punto.

La clase de construcción de esta fábrica, tanto de los muros como de las bóvedas, son de sillería, de piedra caliza del país, procedente de las canteras de Boñar, aunque parece también verosímil que alternasen con alguna cantera más cercana a juzgar por algunas escrituras que dan lugar a esta hipótesis.

Como dato curioso, reflejamos el hecho de que el arquitecto de este templo, lo mismo que el de la iglesia del monasterio de Villaverde de Sandoval, han quedado en el anonimato, y por su coincidencia en el tiempo de la construcción y el origen boñarense de los materiales, el arqueólogo Gómez Moreno, en su Catálogo Monumental , apunta que ambos templos se deban al mismo artífice.

En la paz de los sepulcros

Ocho son los sepulcros que pueden contemplarse en el monasterio de Gradefes: seis en el templo y dos en la sala capitular. Y por desgracia para los estudiosos de todos los tiempos, solamente uno de ellos tiene una inscripción con datos relativos al personaje allí enterrado, que textualmente traducidos dicen: «Aquí yace don Nicolás, que fue capellán de este monasterio y Canónigo de la Iglesia de León. Y finó el domingo 22 del mes de marzo del año 1327».

El resto de los sepulcros, por el simbolismo de su fina labra, y las estatuas yacentes que los cubren, han dado lugar a más de una interpretación, que a veces ha sido validada por documentos aclaratorios, como es el caso del supuesto enterramiento de Martín Díez de Prado, caballero que en el año 1356 dejó escrito un pergamino en el que disponía que a su muerte, sus restos fuesen traídos a este monasterio, y daba una serie de detalles, respecto a la tumba, que coinciden con el tercer sepulcro de la parte izquierda del templo.

Pero los sepulcros que más llaman la atención, son los que se encuentran en el presbiterio a la izquierda, en los que destacan sendas estatuas yacentes colocadas simétricamente, y que corresponden a un caballero y una dama. La tradición, y ciertos detalles estudiados sobre todo por el historiador local, Aurelio Calvo, atribuyen estos sepulcros a la fundadora y primera abadesa, doña Teresa Pérez y su esposo.

Como último detalle, diremos que la losa del sepulcro de la dama, fue levantada en el año 1916, en presencia del obispo Álvarez Miranda, y apareció el cuerpo incorrupto de la que allí yace.

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