Velocidades y estatus en la UE
Don Gregorio Marañón dejó escrito que la actualidad no puede ser la alcahueta de la historia y el principio que, además, aleja el peligro de dramatizar y anunciar el fin del mundo cada par de meses, es de aplicación hoy como siempre. La visible crisis económica y financiera en la Eurozona (los 17, la del euro) conmueve los cimientos sociales de los países miembros desde su condición de indescifrable para las mayorías y de catalogación difícil porque solo indica un causante incorpóreo, sin rostro y sin patria: los célebres mercados.
Como todas las palabras, mercado es, de hecho, polisémica y no facilita la definición ni ayuda a desentrañar la crisis de la que se sabe, en cambio, que es en primera instancia financiera, no económica. Esta es conceptualmente la novedad: la tempestad surge donde la Unión era creíble: una moneda única, indevaluable por ley, sometida a severa disciplina por la única institución tangible, extragubernamental y de autoridad de la Unión, su Banco Central.
No hay política exterior de la UE, ni Ejército de la UE, ni Policía de la UE, pero sí moneda y banco de la UE que, sin embargo, no pueden evitar el drama. En estas circunstancias de desconcierto, desmoralización social y ruina bancaria crecen dos actitudes a modo de autodefensa: a) el rápido regreso de la gente a la economía informal (el educado eufemismo para sumergida), el equivalente del sálvese quien pueda; b) la tentación, más elaborada y discreta, de las dos velocidades, según la cual un puñadito de Estados virtuosos seguirían el buen rumbo y dejarían a los incorregibles que se las arreglen como puedan sin perturbar a los demás.
Es verdad, desde luego, que el hecho de que cuatro países meridionales (Portugal, Grecia, Italia, España, aunque en diverso grado) y solo uno septentrional, Irlanda, sean protagonistas del evento no ayuda. Y, sobre todo, estimula la simplificación. Hay grandes Estados en la vecindad europea que siguen solos, como Rusia, donde en tres semanas habrá unas elecciones legislativas que consagrarán de nuevo a un nacionalista clásico y listo, Vladimir Putin, como el inspirado líder que asegura la marcha del viejo país con bastante éxito por la senda de la historia.