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Berlusconi: el final de una era obscena

el primer ministro de italia fue el símbolo de la llamada Segunda República, una fase que debía cambiar el país pero que se cierra como un fracaso total

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León

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La caída de Berlusconi, tras 18 años marcando la vida política italiana y una década de dominio absoluto de ella, desde el 2001 hasta el pasado día 12, es un momento inmejorable para desempolvar todas esas fotos donde hace el indio, sus números memorables o las tonterías más gordas.

Pero al margen de su peripecia personal, lo que queda a la vista es el país que ha dejado, y cómo lo ha dejado. El significado de este momento es muy profundo. Italia ahora mismo solo ve el abismo que tiene delante, pero en realidad se abre también una oportunidad histórica. El país ha vuelto exactamente al mismo punto en el que estaba hace casi veinte años, en 1994, cuando se derrumbó el sistema político, podrido hasta la médula, barrido por las investigaciones contra la corrupción de Manos Limpias. Entonces surgió un impetuoso deseo colectivo de limpieza y regeneración moral de la vida pública, de reformas y cambios para hacer en Italia todo lo que no se había hecho en años. Había un vacío político y lo ocupó con genial intuición un empresario de éxito, Silvio Berlusconi

La expectación y la transformación del sistema político fue tal que empezó a hablarse de la Segunda República, para marcar un cambio de fase respecto al pasado. La sensación ahora en Italia es que podría estar ante el inicio de una Tercera República, aunque aún es pronto para saberlo. La caída de Berlusconi, que ha marcado esa época, puede cerrarla. Eso también puede hacer saltar su partido por los aires, pues sin él no existe, y se puede asistir a una explosión de facciones y jefezuelos. El bipolarismo, rasgo distintivo de esta era, puede entrar en crisis, pues el centroizquierda tampoco levanta cabeza. Y en el fondo el bipartidismo partía de Berlusconi: era con él o contra él

Del mismo modo otra pretensión actual es cambiar el sistema electoral, fuente de inestabilidad y que con sus listas cerradas ha llenado el Parlamento de clones. El actual, obra de Berlusconi y conocido como ‘ley cerdada’, porque lo ideó para condenar a la oposición a gobiernos débiles, sustituyó al implantado precisamente en 1994, de sistema mayoritario, uno de los pilares de la Segunda República. Ahora, más de un millón de italianos han firmado para pedir un referéndum que lo elimine. Todo ello ante una gravísima crisis económica, como ocurrió entre 1992 y 1993 con un gran agujero en las cuentas y la devaluación de la lira. Los paralelismos son numerosos.

El fin de las ideologías de la Guerra Fría, que obligó a reinventar partidos, coincidió en Italia con ese vendaval judicial y esa aspiración a un cambio radical. La gente llegó a creer de verdad que era posible vivir en un país normal, tras cuatro décadas dominadas por el clientelismo, el paternalismo y la corrupción. Con gobiernos débiles, obligados a los compromisos, que duraban una media de seis meses y se componían de ensaladas de siglas. Con Manos Limpias cayó un velo de hipocresía que emponzoñaba la vida política. Cómo habrán sido las dos décadas posteriores que aquellos políticos ahora parecen grandes estadistas.

Cayó un velo y se levantó un decorado televisivo, con una media sobre el objetivo de la cámara, para diluir las arrugas y dulcificar la atmósfera. El 26 de enero de 1994, en un despacho con libros de mentira, Silvio Berlusconi, constructor y presidente del Milan, grabó un vídeo emitido a todo el país en el que anunciaba su entrada en política. Prometió una revolución liberal. Impresiona volverlo a ver hoy porque podría servir para ahora mismo, el caos era similar y los retos no han cambiado. El milagro, como está a la vista, no se hizo, y sigue pendiente.

Para Berlusconi sí se obró, pues con solo dos meses de tiempo ganó las elecciones. Estaba ahogado por las deudas y la Justicia, a punto de llegar a sus negocios. Todavía hoy le está persiguiendo y si no hubiera estado en el poder para defenderse probablemente habría acabado en la cárcel.

El conflicto de intereses de Berlusconi y su control de los medios, nunca resuelto a pesar de sus promesas, es el cimiento de su carrera y primer veneno inoculado en la Segunda República. El control de prácticamente toda la televisión en abierto es un fenómeno único en Occidente. Después, el ‘berlusconismo’ ha llevado a su última y más obscena expresión la degeneración democrática y Berlusconi, que ha hecho un uso privado del poder como mero vehículo de sus intereses, cae literalmente por llevar el país al borde de la ruina. Al magnate símbolo del éxito en los negocios le han echado los mercados, porque debe recordarse que no lo han hecho los italianos.

No ha llevado a cabo ni una de las reformas prometidas desde hace veinte años, y que aún anuncia a la UE para mañana mismo. En este último año ha asistido pasivamente al derrumbe de la economía italiana sin ser capaz de hacer nada.

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