lourdes corrons
La reina roja del húmedo
Colaboró con los sandinistas, asistió a la fundación del CCAN y lee con avidez a Borges, Brecht y Baroja. Un cubano le dijo una vez a Tomé, el de la cultural, en plena Avenida Neptuno: «¿Es usted de León? ¡carajo, como la Corrons!»
Para uno de sus frecuentes viajes a Cuba —ha visitado la isla doce veces— necesitaba Lourdes Corrons Vidal un ‘certificado de buena conducta’ que le pidió al entonces alcalde Morano. «Yo te lo doy, sí, pero con una condición: ¡Que no vuelvas más por aquí!».
Es la emperatriz ácrata, libérrima y tabernaria del Barrio Húmedo. La incorrección política hecha mujer, la palabra resuelta marcada con carmín en los labios, la rebelión cotidiana y callejera que se acompaña siempre de periódico, copa de vino y bandera tricolor. Y de una fiel escudera bautizada como Frida Kahlo, yorkshire que lame las manos y acompasa los paseos de tan quijotesca dama por el corazón de la vieja ciudad. La estampa de Lourdes Corrons es inseparable del Húmedo, tanto como la torre de los Ponce o las mañanas de manguerazo contra botellas y orines. Corrons a todos conoce y a todos atiende. «Se aprende mucho escuchando a parroquianos y camareros... sobre todo, de las miserias humanas», advierte.
Nacida en León en 1955, su padre era un aviador catalán que se enamoró de la hija del médico de La Virgen del Camino. Fue «privilegiada» aquella infancia que transcurrió entre las Casas de Aviación de la Condesa y las Carmelitas. Pero el contraste entre las comodidades de adentro y las injusticias de afuera le comenzó a remover las entrañas y le impulsó a la insurrección y al activismo. Por ejemplo, al ver cómo su colegio tenía «dos puertas: para las niñas ‘de pago’ y para las otras, las que nos servían a nosotras».
Y así comenzó su lucha. Un día la policía llamó al padre: «Comandante, que tenemos a su hija aquí». Otro, le cayó una buena paliza por lucir la pegatina del PCE el primero de mayo. Pero ella, erre que erre. Se afilió al Partido en 1973. Y fue una de las fundadores del CCAN, que defiende a capa y espada en estas horas críticas. «Allí se forjaron nuestros sueños de libertad y las armas contra un régimen enmohecido y opresor, allí surgieron movimientos feministas y ecologistas, era y es foco de cultura, debate y creación artística». Corrons cree que vivimos hoy, y de nuevo, una etapa de «adoctrinamiento y de pensamiento único» contra la cual locales como el del CCAN son «más necesarios que nunca».
Alegre comadre, pícara descomponedora de convenciones sociales, es también firme currante que lleva 39 años trabajando con niños y jóvenes —estudió Puericultura— primero en el Hospicio, ahora con adolescentes difíciles. «Es un trabajo duro, de resultados que se ven a muy largo plazo, y a veces no se ven nunca...».
En 1986 viajó a Nicaragua gracias a un acuerdo entre CCOO y el gobierno Sandinista. «Dormíamos en el suelo, había bichos por todas partes, levantabas una escuela y te la tiraban al día siguiente». Y la primera vez que visitó Cuba lo hizo en calidad de enviada del PCE al Festival Mundial de la Juventud. «Siempre salía llorando de Cuba... la revolución fue algo tan hermoso, pero el ser humano es ávido, es ambicioso».
No se ha casado Lourdes. De hecho, llama al matrimonio «institución claustrofóbica y asfixiante». Siempre abogó por el amor libre, defendió a los homosexuales, es firme partidaria del aborto. Fue la primera en intentar hacer top less en la Venatoria en los años ochenta («¿qué diferencia hay entre mostrar una mano y mostrar un pecho? ¡Si hay algo malo, está en la mente de quien mira!»). Lee sin parar desde niña. Se lo cuestiona todo. Adora el Barrio Húmedo, ese micromundo poblado «por gente de medias suelas en el alma que, en vez de ir al zapatero, acude al bar». Misántropos, solitarios, personas que se ufanan de lo que precisamente carecen... y ella siempre allí, «rodeada de gente pero siempre sola», «conocida de todos pero amiga de nadie», se autodefine, aparte de «soez y procaz».
Su debilidad son los perros («los prefiero a las personas, no hablan y no hieren»). Antes de Frida tuvo a Platón, Minerva y Séneca. Así que remata con un chiste: «¿Sabes en qué se parecen los hombres y los perros? En que a los dos les hablas y te miran como si te entendieran».