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CANTO RODADO

Vacas modorras

El activismo social espantó el fantasma de las vacas modorras en el laboratorio social; la cuestión es si ahora volverán a amodorrarlo

León

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Mariano Rajoy decretó que el difunto Manuel Fraga era un referente para los tiempos que vuelan a ritmo de gaviota y en León se lo han tomado al pie de la letra. «La calle es mía», célebre frase de quien fue ministro de Información y Turismo y de Gobernación de Franco se ha trasmutado en «el palacio es mío», «la casona es mía», «el Laboratorio Pecuario es mío»... Y así hasta medio millar de edificios públicos que no tienen uso ni disfrute.

No, no... No. Me replica el alcalde: «El pabellón es vuestro». Cierto. Emilio Gutiérrez ha hecho como que se saltaba el guión al abrir las puertas del pabellón del colegio Luis Vives a la ciudad. Previo pago de un alquiler, claro. Igual que el del colegio Quevedo o el del Hispánico. Efectivamente, el alcalde nos ha marcado un tanto a pocas calles del Laboratorio Social.

El servicio territorial de Agricultura de León tenía en el cajón del olvido, desde el 2007, el edificio del antiguo Laboratorio Pecuario del Duero heredado en 1985 del Ministerio de Agricultura. Congelado en el tiempo, el inmueble fantasma conserva intacta la enseña del franquismo-falangismo: el yugo y las flechas forjados en hierro. El pasado nos alumbra: un sindicato ultraderechista y la Falange tienen sentado en el banquillo a Garzón por osar meter mano en los crímenes del franquismo. Y lo han condenado antes por perseguir, indebidamente, a los corruptos. Había una vez... un lobito bueno.

Fantasmas

Como fantasmas vagaban por las espléndidas y soleadas salas de este edificio las memorias de las vacas locas. El laboratorio fue centro de referencia de la encefalopatía espongiforme bovina ese mal que los pastores conocían como «ovejas modorras» en la raza ovina. Y que está extendido en forma de somnelencia perpetua por esta ciudad.

El 13 de noviembre el jefe de Agricultura, Fidentino Reyero, se desayunó con una noticia paranormal. El laboratorio cobraba vida y los fantasmas de las vacas modorras eran espantados por un grupo de activistas que denunciaban el vacío, el abandono y la dejadez de la administración. Atareado en sus múltiples cargos —Reyero es también concejal en Cistierna y procurador en las Cortes, en Valladolid— tuvo que ponerse manos a la obra y denunciar la ocupación. Es lo legal. Han pasado tres meses y sin medios ni subvenciones colectivos de diferente pelaje y vecindario han demostrado que el edificio fantasma se puede llenar de vida, incluso a dos velas, como quedó claro cuando les cortaron la luz con nocturnidad y alevosía en Navidad.

Esta semana llegó la orden de desalojo. Todo legal. Y luego el candado y los vigilantes jurados detrás de la puerta. ¿Lo haría a la hora de la modorra? Era cuestión de tiempo. La única sorpresa que puede dar ahora la Junta, el delegado territorial, Guillermo García, es permitir que el edificio se mantenga vivo y no lo amodorren de nuevo. O lo conviertan en un solar para la especulación futura.

La calle suya

Por supuesto, las calles también son suyas. Que se lo pregunten a Zapatero. El ex presidente tendrá que hacer oposición a calle, plaza, jardín, travesía, puente y similiares para estampar Presidente Zapatero (que no es lo mismo que ZP) en una placa en su pueblo. «Que sea apolítico», dice el de la UPL. «Lo estudiaré con cariño», replica el alcalde. Dicen que a los del PSOE les faltó oportunidad e inteligencia para presentar la moción. ¡Mon Die! No pierdan el tiempo en un debate estéril. ¡Just do it!

Si una ciudad se define por sus calles de León diremos que es regia, clerical (o meapilas, según se mire) y muy, muy masculina. Menos de cien calles recuerdan a mujeres. Y casi todas son santas, vírgenes y reinas. Las de carne y hueso son pocas y poco visibles. A Josefina Aldecoa le dieron una escondida entre la Serna y José María Fernández; a Faustina Álvarez otro pequeño vial en una esquina de La Lastra... A Clara Campoamor en Eras de Renueva. Desemboca en un parque, como la de Margalit Matitiatu en Puente Castro. Por cada veinte calles bautizadas con nombre de hombre en los últimos años, una es de mujer.

A Zapatero, como mínimo, le van a hacer pasar el mismo calvario que a cualquiera de estas mujeres. Al tiempo.

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