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Publicado por
enrique vázquez
León

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De los 193 países titulares de la Asamblea General de las Naciones Unidas, 137 votaron el jueves una resolución sobre Siria presentada por los países árabes (o la abrumadora mayoría de ellos, vía Liga Árabe) y solo 12 lo hicieron en contra, mientras el resto se divide entre abstenciones o ausencias.

Técnicamente, eso significa que más del 70% del planeta exige el fin de la matanza y responsabiliza de las mismas al gobierno del presidente Al-Assad. Un juicio abrumador que, sin embargo, se diluye entre consideraciones políticas y diplomáticas que, de hecho, traducen una especie de empate técnico cualitativo porque China y Rusia, sencillamente, se niegan a unirse al gran coro mundial.

El espectáculo es notable y, más allá de su dimensión moral, traduce una decisión bien coordinada por Moscú y Pekín que tiene un aire del pasado, rezuma anti-americanismo por todos los poros y resuena a Guerra Fría.

El argumento central es conocido y se reitera: el asunto es un conflicto interno, debe ser resuelto por los sirios y en ningún caso servir de pretexto para ejecutar una operación de ‘cambio de régimen’ operada desde el exterior en defensa formal de los derechos humanos y, de hecho, en procura de ventajas estratégicas. Moscú y Pekín luchan por su condición de padrinos de ciertos Estados que escapan a la influencia atlántica y/o puramente norteamericana y por mantener su viejo estatus de grandes potencias con medios materiales y voluntad política para oponerse.

Hay una clara coordinación al respecto entre los dos Gobiernos, pero también algunas diferencias en su actuación, sobre todo de tono. Serguei Lavrov, el ministro ruso de Exteriores, lleva personalmente el dossier y es también el teórico de la posición, que se sabe del todo apoyada por Vladímir Putin y con menos vigor formal por Dimitri Medvédev. Y en China, y es un dato central, ha merecido la aparición en escena de Dai Bingguo, un nombre que nada dirá al lector, pero que es el ‘consejero de Estado’ a cargo de la elaboración de la política exterior de Pekín, el ‘Kissinger chino’, como se le llama coloquialmente. Assad se sabe, pues, blindado.