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León

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Gadamés, la Ciudad de los Tejados declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1986, se encuentra en un oasis del desierto libio, cerca de las fronteras con Argelia y Túnez. La medina antigua fue construida en el siglo XIII, está cercada por un muro de piedra y es una de las ciudades más bellas de Libia. Hasta hace poco, ni siquiera tenía electricidad.

Hasta Gadamés llegó en febrero del 2011 la berciana especializada en arqueología funeraria Mireya González, que llevaba cinco años participando en distintas excavaciones del Proyecto de Migraciones del Desierto de la Universidad de Leicester, la Sociedad de Estudios de Libia y el Departamento de Antigüedades. El proyecto estudia desde las migraciones a los cambios climáticos o la etnografía de la región de Fazzan, en el sureste de Libia y desde enero del 2007, ha permitido a Mireya analizar los cementerios el Wadi al-Ajal y Zinkekra, pisar las dunas multicolores del desierto de Ubari, donde las representaciones de jirafas y elefantes en las rocas de los wadis le recordó que en otro tiempo allí había agua, visitar las ruinas de las grandes ciudades del Mediterráneo como las monumentales Sabratha y Leptis Magna, conocer el desierto de roca negra del Messak y los valles secos llenos de arte rupestre, escuchar a los tuareg tocando instrumentos hechos de contenedores y tomar té con cuatro generaciones de mujeres, hasta llegar a Gadamés.

«Laberintos, fachadas blancas con dibujos en rojos y verdes, las puertas decoradas con trozos de tela de colores, los barrios con su plaza central con la mezquita, un laberinto de color y sorpresas en cada esquina. Y entonces, nos suben a los tejados y es un cuento... en medio de desierto, rodeados de palmeras, pasillos y pasadizos», cuenta la arqueóloga de la medina vieja, famosa por sus terrados y donde no parece que haya pasado el tiempo. «Las mujeres no estaban permitidas en las calles sin la compañía de un hombre de la familia y por eso vivían en los tejados, donde hasta cocinaban. Y paseando por los tejados de Gadamés, te das cuenta de que posiblemente, nada haya cambiado en cientos de años», reconoce.