omaña
desde murias de paredes
con unas raíces que se hunden en la cultura castreña de los celtas, los cuatro municipios que integran omaña constituyen una zona con mucha historia
En la noble tierra de Omaña, redimida hace unos años de la pesadilla que amenazó con su anegación partes sustanciales de su territorio, subsisten cuatro municipios claramente integrados en el mapa omañés que tradicionalmente se adscribe a esta región. Dos de Ellos, Riello y Murias de Paredes, parecen guardar las esencias que vienen caracterizando el ser y el sentir de un pueblo cuyas raíces de hunden en la cultura castreña de los celtas, pasando por la inevitable presencia de la Roma buscadora del oro escondido en sus montañas, y la más rancia repoblación medieval atribuida a los propios capitanes de don Pelayo. Los otros dos, Soto y Amío y Valdesamario, no dejan de ser la escolta de honor que guarda celosamente los accesos naturales a un valle cargado de historia, costumbres, cultura, folklore...
Tres valles con nombres sugerentes —asistidos por una multitud de vallinas— conforman la orografía omañesa: el Valle Grande, eje central por el que discurre el río que da nombre a la comarca, el Omaña; el Valle Gordo, arrullado por las aguas del Vallegordo, tributario del Omaña en Aguasmestas; y el Valle Chico, que baja de Las Babias abierto por el eterno trabajo de un pequeño río llamado Ozco, que vierte sus aguas al valle central por el linajudo pueblo de Omañón. Bien puede el viajero curioso, plantar tienda en esta bendita tierra, si de verdad quiere empaparse de la peripecia histórica de un pueblo que ofrece la sorprendente variedad de un conjunto marcado por la cultura popular y cargado de ricos matices diferenciales. Omaña no es para ir de paso, pues sus gentes y sus cosas, enganchan al viajero hasta quedar tocado de esa gracia que derraman sus mujeres, sus romerías, sus leyendas...
Pues bien, esta Omaña Alta, la que hoy queremos reflejar en nuestro retablo, como heredera del noble Concejo de Paredes y de su antiquísimo predecesor, el de «Los Travesales», puede muy bien arrancar del pueblecito de Los Bayos, fronterizo con las comarcas hermanas de Babia y Laciana, con las que mantiene la única comunicación hábil de todo el territorio. La alta mirada del ‘Nevadín’, con sus dos mil y pico metros de blanca perspectiva, contempla la subida del Puerto de La Magdalena, en la seguridad de que el viajero no confundirá sus pasos en el tiempo de nieve ayudado por los pétreos conos como basamentos cilíndricos, que escoltan la antigua calzada como faros erguidos en auxilio de caminantes desorientados.
Las cabeceras del valle
Después bajamos a Murias, capital indiscutible de antiguas y modernas jurisdicciones, cuyo topónimo es claramente divisorio —Murias, Muros, hitos de piedra— y que según el escritos omañés, Padre César Morán, deslindaba desde un más viejo asentamiento la soberanía de posibles tribus astur-galaicas en la España prerromana. En este punto, con las heladas aguas que bajan del Tambarón, por el arroyo de Los Solanos, poco más arriba del pintoresco pueblo de Montrondo, se alumbra el Omaña niño, que pronto se convierte en adulto al ser alimentado por las ciento y más vallinas que antes mencionábamos.
Afinidades
No faltan autores, y algunos de reconocido prestigio, que han querido ver en estas fuentes del Tambarón, el origen del río Órbigo, y así lo expresan sus escritos, dando a entender, sin ningún género de duda, que Omaña es un hidrónimo moderno aplicado al río por afinidad con el nombre del antiguo Concejo que le da vida. Murias de Paredes, y todo su municipio, como casi todos los pueblos montañeses, ha visto disminuir su censo de forma alarmante, y algunos de ellos quedan despoblado en invierno, para recuperar a duras penas los tres o cuatro vecinos que se reintegran activamente en primavera.
No es de extrañar, pues, que la ausencia continuada de juventud para formar nutridas y salerosas veladas, vaya dando al traste con el mantenimiento de viejas tradiciones, leyendas y romances. Será muy difícil recuperar la estampa de calechos y filandones, matanzas compartidas o las pícaras salidas de la mocedad en busca de la leche de las nateras.
La vieja casona-palacio de Murias, con sus blasones cruzados de las Álvarez-Valcárcel, vigila desde sus extremas torres el ir y venir de los fieles omañeses que traspasan las puertas de la vecina iglesia en busca de remedio para sus desazones, físicos o espirituales, confiados en la puntual asistencia de su Patrono, San Juan Bautista, o cuando no, de sus vecinos de retablo, San Lorenzo o Santa Catalina; pero siempre de rodillas ante su Virgencita sedente, que con factura un tanto casera, forma parte del patrimonio mariano, que el incansable viajero y escritor, David Gustavo López, califica como «románico omañés».