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JULIO SÁNCHEZ VALDÉS | DIRECTOR DE CINE

«La paz del paisaje nos dio el rodaje más dulce»

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León

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Si alguien conoce de primera mano lo que es un rodaje en la provincia ese es Julio Sánchez Valdés (La Ercina, 1954), director de cine de sangre leonesa y gran amante de la espectacularidad de su tierra. Todo quedó en casa a la hora de llevar al cine Luna de lobos, la novela de Julio Llamazares cuyas escenas ambientó, hace ahora 25 años, en la Montaña Oriental.

—¿Fue complicado adaptar al cine ‘Luna de lobos’?

— La historia me apasionaba y era una novela que parecía estar ya escrita en imágenes. Fue algo sencillísimo.

—¿Qué aporta León al rodaje de esta historia?

—Tenemos zonas realmente espectaculares para fotografiar una historia. En el caso de Luna de lobos podría decirse que ha quedado casi como el último documento gráfico de la comarca que hoy yace bajo las aguas del pantano de Riaño. Se ve, por ejemplo, Anciles, un pueblo que ya no existe. Si alguien duda así de que el cine sea un bien cultural, aquí tiene la prueba. El paisaje leonés podría aprovecharse más, pero a la hora de rodar está el hándicap de la climatología: hay muchos meses de invierno, lo que complica la grabación en exteriores.

—¿Se hizo, así, muy duro el rodaje debido al clima?

—Sucedió algo muy curioso. Luna de lobos transcurre a lo largo de diez años, por lo que necesitábamos todo tipo de climatología y decidimos comenzar a rodar en otoño, pues es fácil que en la montaña nieve, llueva, esté soleado... Sin embargo, fue un otoño espectacular de altas temperaturas. El escaso presupuesto no nos permitía hacer nieve artificial por lo que dimos un aspecto azulado a la fotografía o a través del maquillaje para crear un ambiente muy frío.

—¿Esto hizo perder calidad a la historia?

—Siempre resta, pero nos salvó que el contenido era tan contundente que, al final, queda por encima de todo.

—¿Cómo vive un pequeño pueblo leonés tal evento?

—Fueron dos meses en los que el lugar cobró una vida especial. Donde va una película va el trabajo y el dinero. Se convirtió en el evento del año y todos parecían contentos y curiosos.

—¿Participó gente de la zona en el reparto?

—¡Los figurantes eran todos de la zona! Incluso hoy en día aún me escribe gente para ver si le consigo un DVD de la película porque siendo niño salía en ella o lo hacían su padre o su abuelo. Algunos papeles secundarios también los hicieron personas del pueblo; tenían el perfil que buscábamos y el coraje para ponerse ante una cámara.

—¿Cuál fue el momento más duro del rodaje?

—Cuando grabamos la estampida de vacas en la que tenían que morir dos. La secuencia se desarrollaba en un caserío cerca de Boñar y los ‘maquis’ de la historia, para escapar de la Guardia Civil, se metían entre los animales. Los disparos terminaban con la vida de dos de las vacas, lo que mediáticamente suponía un gran revuelo y un gran despliegue de cámaras. Fue imposible ocultarlo y la información corrió de boca en boca, aunque los animales sacrificados eran tuberculosos y no servían para el consumo humano.

—¿Y el más dulce?

—A pesar de la escasez de medios, que requirió estar grabando hasta dieciocho horas seguidas, el hábitat y la serenidad del lugar nos dieron el rodaje más dulce. El impactante paisaje hizo que olvidáramos muchos malos rollos.

—Un hándicap del paisaje...

—Rodar en zonas montañosas hace que cualquier pequeño detalle se convierta en tragedia. Así fue cuando se nos olvidó un mono azul en Riaño, con el que vestía uno de los protagonistas; volver suponía un parón en el rodaje de varias horas.