patrimonio fotográfico
Joyas debajo de las tejas
Las obras de reparación de un tejado en San Román de la Vega sacaron a la luz un extraordinario conjunto de fotos antiguas que ya han sido analizadas
A veces, los tesoros más sorprendentes se encuentran en los lugares más inesperados. Tesoros que no tienen por qué estar hechos de monedas de oro ni de piedras preciosas; puede que no sean grandes construcciones ni magnos símbolos del poder o la nobleza de unos pocos, sino que su valor procede de haber sido testigos directos del día a día de la gente llana y común, de reflejar la pura cotidianeidad en la que vivieron sumergidos nuestros antepasados de épocas ya pasadas y, en fin, del hecho de ser objetos que, directamente, nos hablan de unas gentes que vivieron en nuestros mismos paisajes pero que sin duda pensaban, vestían, sentían, trabajaban y celebraban de forma muy diferente a como lo hacemos hoy.
Es el caso de un descubrimiento completamente casual que tuvo lugar hace año y medio en el pueblo leonés de San Román de la Vega, muy cerca de Astorga, cuando los dueños de un edificio cuyo tejado derruido estaba siendo reparado se encontraron con lo que parecían unos cuantos paquetes cubiertos de barro, semiescondidos entre vigas y tejas. Al limpiarlos un poco vieron que aquello se parecía mucho a un amplio conjunto de fotografías, aunque de un tipo muy distinto al que estamos acostumbrados en nuestros días: en realidad estaban ante un centenar de placas de cristal que no eran sino los ‘negativos’ de unas imágenes tomadas con algunas de las primeras cámaras fotográficas llegadas a estas tierras, y contenían escenas, grupos y retratos que parecían asomarse a ellas desde muchas décadas atrás, estampas que parecían desafiar el paso del tiempo y hasta la propia muerte.
En el mismo pueblo vive Jesús Palmero, artista visual y documentalista en cuyas manos, junto a las del también fotógrafo Amando Casado, residente en Astorga, depositaron los dueños de la casa aquellas ‘rarezas’ para que ambos profesionales las analizasen y determinasen su valor. Por eso hoy ya se encuentran en disposición de adelantar algunas de las principales características de estas imágenes tomadas hace un siglo por dos personas hasta ahora completamente desconocidas para la historia de la fotografía leonesa: Juan Geijo y José González.
«Desde mi punto de vista, son varios los aspectos que determinan la excepcionalidad de este doble archivo encontrado en San Román —reflexiona Jesús Palmero—. Por un lado, su contextualización histórica dentro del mundo rural, pues en aquella época no era muy habitual encontrar fotógrafos afincados en los pueblos pequeños, éstos siempre solían proceder de ciudades, de núcleos más grandes, donde tenían sus estudios. Pero además en este caso por partida doble, ya que entre ambos existía una relación de amistad, de camaradería fotográfica y de intereses estéticos y constatación del mundo que les rodeaba».
Así pues, ¿quiénes eran Juan Geijo y José González? Palmero, que en estos momentos se encuentra embarcado en intensas indagaciones biográficas sobre estos dos fotógrafos a quienes la ola de la casualidad ha colocado ante los ojos de los historiadores, los aficionados y los expertos, dice haberse «sumergido» en esa «unamuniana intrahistoria» que permite «escarbar en las particularidades y los localismos para poder hacer, después, relecturas universales».
«Ambos personajes pertenecen totalmente a su época, y por consiguiente se bambolean empujados por los aconteceres de una primera mitad de siglo convulsa», narra este artista leonés, quien se ha encargado de la contextualización histórica de las imágenes halladas y de bosquejar las personalidades de sus artífices. De esta manera, explica: «Juan Geijo es un aventurero que hace las Américas y que torna a su tierra natal para casarse y montar una fábrica de chocolates (‘La Montañesa’) cuyo edificio todavía hoy se conserva y donde vive uno de sus nietos. Geijo comparte su amor a la fotografía con su afición a los coches, siendo, por ejemplo, el primer vecino de San Román que compra un vehículo».
También de Omaña
«José González, algo más joven que Geijo —continúa Palmero— tenía también una vinculación familiar con la comarca de Omaña, en concreto con el pueblo de Santibáñez de Arienza, de ahí que se encuentren en su archivo varias fotografías localizadas en esta zona, tal y como puede apreciarse por los tejados de cuelmos de centeno que aparecen como telón de fondo. Fue secretario de ayuntamiento en diferentes lugares, aunque mantuvo siempre domicilio en San Román de la Vega. Una curiosa anécdota de su peripecia vital nos la contó su hija Gloria, que todavía vive en la casa familiar, y es que su padre fue uno de los supervivientes, en el año 1944, del catastrófico accidente de tren acaecido en Torre del Bierzo y en el que pereció un centenar de personas. Por eso digo que ambos rompen por completo con el perfil habitual del campesino y el ganadero que podía habitar en aquella época en San Román de la Vega, pero no por ello están alejados de una particular querencia por reflejar la dignidad de las gentes y los acontecimientos que les rodeaban».
Porque, para llevar a cabo esa labor de ‘buceo’ histórico, Palmero y Casado recurrieron a sesiones con vecinos del pueblo, mostrándoles las fotografías y comprobando la excelente memoria de algunos de ellos, a pesar de su avanzada edad, a la hora de reconocer amigos, familiares y personajes que conocieron en el San Román de su niñez, allá por las primeras décadas del siglo pasado.
Medio millar de ‘joyas’
En conclusión, la totalidad de las fotografías en placa de cristal de Juan Geijo se habrían realizado, según las estimaciones de Jesús Palmero y Amando Casado, entre principios del siglo XX y la década de los años veinte, mientras que el archivo de José González comprende también estas fechas incluyendo además un buen número de fotografías en película de 6 x 6 que llegan hasta bien avanzados los años sesenta: son en total 150 placas en el caso del primero, halladas bajo el citado tejado, y unas 300 entre placas y película entregadas a estos dos profesionales por los descendientes de González una vez conocida su labor de análisis sobre la obra de Geijo.
Un taller familiar de lo que parece un ‘carrero’ o al menos un ‘rodero’ (constructor de carros o de ruedas) de aire casi medieval, fotografías de primera comunión con gestos que en muy poco recuerdan a los de los niños actuales, amplios grupos de personas de rostros, manos y portes ajados por el trabajo y una vida entera al aire libre, gentes que se ataviaban con sus mejores galas a la hora de ser ‘inmortalizadas’, la ingenua colocación de fondos de tela pintada o mantas que no lograban ocultar, por lo difícil del encuadre, el adobe o la madera que constituía el escenario real… aparecen en estas imágenes con todo su enorme valor etnográfico, aunque hay también momentos de mayor espontaneidad y composiciones que revelan lo perspicaz y creativo de estos dos personajes.
El derrumbe de un tejado
«Juan Geijo y José González nunca salen juntos en una fotografía, lo que sí tenemos es una realizada por Geijo en la que sale González (habla de la foto del primer coche que hubo en Astorga, donde González se encuentra entre el público) y otra tomada por González en la que aparece Geijo entre otros vecinos (es la que encabeza este reportaje)», comenta Palmero, recordado que algunas personas del pueblo, que conocían su colaboración con Amando, fueron quienes le comentaron que un vecino «tenía fotos antiguas».
«Ante mi interés por verlas concertamos una visita a la casa de ese señor, que resultó ser Lino Geijo, el nieto de Juan, que vive en el mismo lugar que antaño ocupaba la fábrica de chocolates de su abuelo. Allí nos encontramos con una colección de más de cien placas de cristal, en muy mal estado, que habían aparecido durante unas obras acometidas en un pequeño cuarto anexo a la antigua fábrica. En realidad no aparecieron en un tejado, sino que fue un tejado lo que se les vino encima… El otro archivo, que aparece inmediatamente después al ir atando cabos, está perfectamente cuidado y conservado por Gloria González y María del Carmen González, hija y sobrina, respectivamente, de José González».
Y ahora, ¿qué hacer con todo este material, que parece ‘caído del cielo’? «Lo que procede en estos momentos sería realizar el comisariado de una exposición y publicar un libro o catálogo donde se recojan las imágenes y los estudios realizados en torno a ellas —opina Jesús Palmero—. En ambos casos lo que se pretende es que el espectador se enfrente al hecho fotográfico de forma directa. De alguna manera buscamos que el público experimente las mismas emociones que nosotros hemos vivido en todo este proceso de recuperación y análisis de los archivos, además de enfrentarle ante la reinterpretación de su propia historia en el caso de aquellas personas que son herederas directas de los protagonistas de estas imágenes».