El castillo y la muralla
La fotografía más antigua del castillo de Ponferrada, y quizá también de la ciudad, uno de los atractivos del libro, apareció detrás de un cristal roto, en la casa de los Carujo de Villar de los Barrios. Es una imagen rayada, anterior a la llegada del ferrocarril en 1884, y a la reconstrucción de la torre de la antigua iglesia de San Pedro junto al puente de La Puebla, en 1873. «Es la primera imagen que tenemos del castillo », asegura Vicente Fernández, que dedica un centenar de páginas a la fortaleza templaria y aporta novedades como el origen templario, precisamente, de la base de la Torre de los Azulejos.
El castillo, cuenta el historiador, dejó de tener uso militar tras la pacifi cación del reino por los Reyes Católicos. Su zona palacial llegó a alojar, en régimen de alquiler, como si fuera un hotel o una pensión, a una treintena de familias pudientes —en la parte noble— y humildes —en las antiguas caballerizas— a algunos estudiantes y a artistas como Mateo de Prado, el escultor que colaboró en el retablo prechurrigueresco de la Basílica de La Encina y que vivió amancebado con una mujer. Aquello era un escándalo para la moral de la época. «Estuvo preso y dio palabra de casamiento para salir, pero después lo arregló con dinero », añade Fernández.
El historiador reconoce que la restauración del castillo ha sido respetuosa con los volúmenes y la historia del recinto, que terminó abandonado después del siglo XVIII, pero también insiste en que la pizarra de los tejados, colocada para no desentonar con la imagen de la ciudad, no es el material original. «Yo hubiera preferido la teja», afirma.
Fernández también ofrece en el libro una reconstrucción de la muralla medieval —de la que se conserva poco más que la puerta de la Torre del Reloj— que incluye dos torreones. La ciudad tenía cinco puertas en la Edad Media y la penúltima, la del Paraisín, fue derribada en 1940 en lugar de restaurarla, con permiso de las autoridades, porque era demasiado baja para las procesiones y los carros de hierba.