josefa pérez ugidos, ‘pepina’
De la bañeza al cielo
tiene 91 años y continúa a pie de mostrador en uno de los más longevos comercios de la ciudad riberana. «soy la hija de un hojalaterico y empecé sin nada», dice
En el Cielo de Pepina no hay estrellas, nubes ni ángeles con arpas, hay bosques de cortinas, torres de calzoncillos y bragas, montañas de edredones y pijamas y ejércitos de batas guateadas. «Esto es el pequeño Corte Inglés», avisa uno de sus nietos. Pepina tiene 91 años y ahí sigue, a pie del mostrador, dando la bienvenida a la clientela y recibiendo los saludos cariñosos de toda La Bañeza, donde su comercio, El Cielo, que acaba de cumplir la friolera de 70 años, se alza como uno de los establecimientos imprescindibles en la historia menuda y reciente de la ciudad de las tres riberas.
No se retira Pepina, y será porque no está hecha al descanso esta mujer que comenzó a trabajar con ocho añines de nada. Nacida en 1921, sus padres eran hojalateros y querían que continuara aquel noble oficio hoy extinto. Pero ella tenía otros planes: «Leí en El Adelanto que se necesitaba dependiente en un comercio y para allá me fui, sin decirlo en casa» («¡que está Pepina despachando donde Santa!», corrió a avisar en casa uno de sus hermanos, a la vista del prodigio). Y eso que al principio le recriminaban en la tienda que apenas llegaba al mostrador, de lo pequeña que era («sí que llego, sí», protestó). Y como el manoseo constante de las alpargatas le daba alergia, se cambió de local: en la paquetería de don Domingo Villasol estuvo despachando hasta que casó con Félix Ramos Peñín en 1942.
Este hombre era conocido en toda la contorna por llevar, en carro y mula, ropas y telas a vender por los pueblos. Las distancias no son lo que hoy y muchas veces se veía obligado a pasar la noche al raso. Aquel buen paisano, ya fallecido, se quedaba mirando la noche estrellada y así le llegó la inspiración: al día siguiente tituló con tiza, en un travesaño del carro, el flamante nombre de su incipiente negocio: ‘El Cielo’. Hace siete décadas el matrimonio se establecía, con gran esfuerzo, en el centro de la población, pero eso no significó abandonar los caminos: a las seis de la mañana se levantaba cuando era día de mercado en Astorga, Santa María o Benavente. Cuando la guerra, pasaban con el carro junto a hileras de cadáveres en las cunetas... pero eso Pepina no quiere recordarlo, «es muy triste».
Lo que sí quiere hacer constar es que a la salida de misa «todo el mundo me saluda y me besa», prueba del afecto que despierta esta mujer a la que prácticamente nunca ha visto un médico y que —quizá por eso mismo— goza de una salud de hierro. ¿Cuál será el secreto? «Dormir bien, rezar un Padrenuestro y llevarse bien en casa». Y es que once son en la familia, viviendo, trabajando y comiendo juntos. «No quiero ver morros en la mesa, si uno está mal con otro, que lo lleve a parte y lo solucionen», dicta. ¿Y cómo logra sobrevivir un comercio 70 años? Pepina lo tiene claro: «Siendo formales y honrados. Y humildes. Mira mi padre, que solo era un hojalaterico y sacó tres hijos adelante».
«Pienso mucho, me gusta pensar», confiesa Pepina. Y así ha alcanzado una reconfortante conclusión a la que quizá no pueda llegar todo el mundo: «Creo que me quieren todos mucho».